Revista Libros
Incapaz de besarte y avanzar, temiendo despertar derramando mi último aliento ensangrentado envuelto en las sedas espinosas de nuestro lecho, decidí besar hacia atrás, esconder el deseo, envolver mi corazón con el recuerdo de tus manos para dejar de sentir su desordenado aleteo. Esa tarde la niebla se coló por debajo de la puerta y, justo en el momento en que dejé de ver tu silueta, ahogué mi garganta en el adiós.