El actual lendakari, Íñigo Urkullu, fue el primer nacionalista que reconoció que la independencia llevaría el País Vasco a la ruina.
Advertencia que no ha alterado al independentismo del gobierno catalán, al menos aparentemente, lo que comienza a dañar su economía como seguirá haciéndolo si no para su locura.
Acaba hacerse público algo tenebroso para el supremacismo histórico, moral y técnico catalán: su industria farmacéutica, antes a distancia sideral de la que sumaba el resto de España, es ya segundona de la madrileña, y cayendo.
Las compañías de esta élite industrial y económica invierten menos en Cataluña, tanto en la construcción de nuevas empresas como en investigación y desarrollo, I+D.
Su laboratorio más importante, Almirall, ya se trasladó a la capital española. Supuesta traición a Cataluña sobre la que dice Jorge Gallardo, máximo ejecutivo del grupo, “Nadie tiene que darme lecciones de catalanidad. Si estoy fuera de Europa y del euro, tengo que pagar una tarifa para llevar mis productos a mis filiales. Lo que me interesa es mi compañía”.
“Amics del País”, influyente agrupación de catalanes importantes en todos los aspectos económicos, académicos y sociales, ha alertado esta semana sobre los “riesgos de la desobediencia” que le traerá a la región enfrentarse a la Constitución.
Piden, igual que los vascos del PNV -- y demás Comunidades--, diálogo, mayores inversiones en infraestructuras, mejor reparto de los fondos autonómicos, y también respeto al idioma autóctono, cuando ellos persiguen el castellano.
Pero, sobre todo, quieren muestras, gestos de cariño, y es porque lo sentimental es muy de los nacionalistas.
Ternurismo, sentimentalismo, ahí está el secreto. El Estado debería culparse de no haber besado en la boca a estos señores, como hace Pablo Manuel Iglesias Turrión con todo tipo que se le pone a tiro.
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SALAS