Revista Maternidad

Beta Gamma Sigma

Por Lamadretigre

Beta Gamma SigmaPara poder hacerse una idea de la verdadera naturaleza de la tortura china a la que fui sometida sin piedad el pasado fin de semana nupcial debo confesarles un oscuro secreto. Hace casi nueve años me casé no sólo con el padre tigre sino también con su fraternidad. Como lo leen, esas sociedades que se rigen por códigos de conducta y honor tan anacrónicos que resultan pintorescos existen. En este país las fraternidades puturrú de foie son masculinas y suelen tener su sede oficial y oficiosa en las ciudades de tradición universitaria.

A estas fraternidades suele unirse uno siguiendo la saga familiar de forma que cada familia suele estar relacionada con una en concreto. No es extraño incluso que las mujeres de este grupúsculo social se casen con miembros de la misma fraternidad que sus ancestros. Pero no cualquier familia. No. Estas fraternidades han servido a lo largo de los años para mantener unido a un cierto nicho de la sociedad germana que defiende a capa y espada unos valores y una educación tradicional, de antaño diría yo. Y como bien reflejan ciertas películas no están abiertas a cualquiera. Las hay incluso en las que es necesario pertenecer a la nobleza para ingresar. A mí me hace mucha gracia una en la que practican una suerte de duelos de espadachines al más puro estilo d’Artagnan.

Para el ojo experto es fácil adivinar entre los viandantes alemanes a los miembros de este estrato social que además tiene nombre: Klüngeln. No todos los miembros del Klüngeln pertenecen a una fraternidad. El Klüngeln es en realidad la nobleza alemana y sus advenedizos como nosotros que somos plebeyos de la cabeza a los pies. Y a mucha honra. Aunque no me negarán que me combinaría divino un apellido del tipo Gräfin von der Pfafenhoffen zu Lauterbach. Uno de los instrumentos para mantener activo este network nobiliario son las fraternidades donde los especímenes más jóvenes se relacionan para luego reproducirse como réplicas casi exactas de sus predecesores.

Es un mundillo de chaquetas de tweed y zapatos ingleses donde el casual significa dejarse la corbata en casa y las zapatillas de deporte no tienen cabida ni en el gimnasio. Un mundo donde la raya se hace con regla y los cortes de pelo recuerdan a las películas de los años cuarenta.  Un universo de sellos de familia y hueveras de plata. Es ciertamente increíble la parafernalia que puede ir asociada a la deglución de un huevo duro. Hueveras de plata grabadas con el escudo familiar y cucharillas de nácar se sacan de la vitrina Biedermeier para socializar en los brunchs.

Este universo alternativo es impermeable a modas y tendencias, lo cual a la postre les sale muy apañado porque se pueden rentabilizar los ajuares y enseres ad eternum. Aquí lo vintage se convierte en una filosofía de vida. Si bien es muy conservador en lo formal no lo es en absoluto en lo moral. Los hijos extra-matrimoniales y los matrimonios gays no le quitan el sueño a nadie. Asistimos hace unos años a unos esponsales gays en los que no se crean que relajaron la etiqueta en nada. No. Se pusieron ellos dos sus fracs y sus chaqués como mandan los cánones y se casaron tan ricamente con el mismo bombo que la Princesa de Thurm y Taxis.

Si hay un arte que esta especie domina es el small talk que en las bodas y festejos se practica en su versión extrema incluyendo conversaciones del tipo: “¿Qué eres de los Pfafenhoffen del Norte o de los del Sur?”. No hay noble en este país que no pueda tirar de árbol genealógico para conocer como mínimo a la prima de la hermana de tu tía la de los Pfafenhoffen del Este. Esto a mí que soy más de las de enrollarme como las persianas con los míos y pasar bastante del resto me cuesta un esfuerzo sobrehumano. Si a los Pfafenhoffen y sus tías carnales le sumas cuatro niñas hambrientas y sedientas colgando del tocado un cocktail puede acabar con tus ganas de vivir en menos de lo que tardas en bajarte otro espumoso del Rín.


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