Benito Villamarín Prieto pasa por ser uno de los presidentes más emblemáticos del Real Betis Balompié, y sin duda se encuentra entre los más carismáticos y más recordados del club de todos los tiempos, a niveles únicamente comparables con Manuel Ruiz de Lopera cuando la popularidad de éste le hizo ídolo unánime de la afición bética. La mejor prueba de ello quizás resida en algo tan significativo y trascendente como la nomenclatura del estadio bético, que ha cambiado sucesivamente de nombre entre los de estos dos próceres verdiblancos, no sin cierta polémica, pues aún hoy entre los defensores y detractores de cada uno sigue habiendo debate dentro de la infantería heliopolitana.
Villamarín nació en el año 1917 en Puga-Toén, provincia de Orense. Llega a Sevilla a los 21 años, tras cumplir sus deberes militares, reclamado por su tío Andrés Villamarín Álvarez, que llevaba ya casi una década en Lora del Río bien situado, dedicándose al negocio de las aceitunas, con la ayuda de su hermano Avelino. Con ellos, Benito Villamarín Prieto empieza a trabajar y a aprender el negocio. Pronto conoce a quien sería su esposa, Ángeles Guillén Morillo, perteneciente a una familia acomodada de la localidad loreña y que también tenía intereses importantes en el ámbito de las explotaciones aceituneras, lo que impulsa su protagonismo y liderazgo dentro del negocio familiar. Según el testimonio de su hija Angelines, Benito y Ángeles se casan en 1942, construyendo su propia fábrica de asado de pimientos y envasado de aceitunas en Lora del Río en el año 1943.
La intervención pública en el negocio olivarero por parte del gobierno franquista hizo que el éxito de los cosechadores e industriales del sector fuera dependiente, y estuviera vinculado, proporcionalmente, a su affectio con el régimen. Después de la Guerra Civil, el aceite quedó racionado. En los años 40 y 50, la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes compraba el aceite para alimentar al pueblo. La aceituna de mesa envasada perdió recorrido comercial, al dedicarse la mayoría de la producción a aceite. Era necesario contar con autorizaciones especiales como la Tarjeta de Productor Olivarero o la Guía Única de Circulación para poder distribuir la mercancía intervenida. Sin embargo, pese a todos estos inconvenientes, los Villamarín habían logrado posicionarse convenientemente alrededor de las autoridades del régimen, lo que fue reportando a su familia sonadas amistades como la de Antonio Castejón Espinosa, Francisco Merry, conde de Benomar, Pedro Merry Gordon o Eduardo Sáenz de Buruaga y Polanco. Esto, unido a las indudables habilidades organizativas y de gestión de Benito y su buen hacer, permite que el éxito empresarial de los Villamarín empiece a dispararse.
Su principal logro dentro de la industria olivarera será ampliar los horizontes de la comercialización no sólo dentro de España sino, fundamentalmente, en el extranjero, a través de la exportación a los Estados Unidos, país considerado como el primer consumidor de aceitunas del mundo.
En cuanto al mercado nacional, sabemos que su red comercial no era especialmente sofisticada, tenía delegados o representantes repartidos por las zonas que merecían la pena dentro del país, en Andalucía, Madrid, Galicia o Cataluña, aunque el foco principal, insistimos, era el mercado estadounidense, el cual se conquista precisamente en estas fechas, una época de teórica gran dificultad para las relaciones bilaterales Madrid-Washington, que no obstante se pudieron sortear, como apuntábamos antes, gracias a sus hábiles relaciones con destacados halcones de la Dictadura y la ayuda proporcionada por el Estado. Villamarín se convierte en el mayor exportador de aceitunas de toda España.
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