Revista Cultura y Ocio
Hoy se cumplen doscientos años del nacimiento de José Zorrilla. He hablado de ello en clase. En sus impagables Recuerdos del tiempo viejo (1880), iniciados como una correspondencia con el «egregio poeta» José Velarde, como artículos-cartas publicados en El Imparcial, cuenta de esta manera aquel episodio del entierro de Larra en el que se dio a conocer: «El silencio era absoluto: el público, el más a propósito y el mejor preparado; la escena solemne y la ocasión sin par. Tenía yo entonces una voz juvenil, fresca y argentinamente timbrada, y una manera nunca oída de recitar, y rompí a leer…, pero según iba leyendo aquellos mis tan mal hilvanados versos, iba leyendo en los semblantes de los que absortos me rodeaban, el asombro que mi aparición y mi voz les causaba. Imaginéme que Dios me deparaba aquel extraño escenario, aquel auditorio tan unísono con mi palabra, y aquella ocasión tan propicia y excepcional, para que antes del año realizase yo mis dos irrealizables delirios: creí ya imposible que mi padre y mi amada no oyesen la voz de mi fama, cuyas alas veía yo levantarse desde aquel cementerio, y vi el porvenir luminoso y el cielo abierto… y se me embargó la voz y se arrasaron mi ojos en lágrimas… y Roca de Togores, junto a quien me hallaba, concluyó de leer mis versos; y mientras él leía… ¡ay de mí!, perdónenme el muerto y los vivos que de aquel auditorio queden, yo ya no los veía; mientras mi pañuelo cubría mis ojos, mi espíritu había ido a llamar a las puertas de una casa de Lerma, donde ya no estaban mis perseguidos padres, y a los cristales de la ventana de una blanca alquería escondida entre verdes olmos, en donde ya no estaba tampoco la que ya me había vendido». Conozco a gente que sabe de memoria muchos versos del Tenorio —hace años Francisco Rico evocó sus juegos a este propósito con su amigo Juan Benet— y todavía queda quien recita completo el poema que comenzaba:«Ese vago clamor que rasga el vientoes la voz funeral de una campana;vano remedo del postrer lamentode un cadáver sombrío y macilentoque en sucio polvo dormirá mañana»Aquel poema leído aquella tarde del 15 de febrero de 1837, en el entierro de Larra, cuando José Zorrilla no había cumplido aún los veinte años.