Revista Cultura y Ocio

Bielorrusia. Cap. 15: Epílogo

Por Zogoibi @pabloacalvino

Lo que queda por contar de este viaje tiene ya escaso interés incluso para mí; tan poco, que no sé si vale la pena escribirlo: el principal destino, que era Bielorrusia, ha quedado atrás y sólo me resta poner aquí algunas notas sobre la última etapa de mi vuelta, hasta llegar a casa.

El hotel que había reservado en Varsovia resultó ser muy bueno, sobre todo en relación al precio, que no llegó a cincuenta euros por noche. Lo había escogido por su cercanía al aeropuerto, pero presumo que la tarifa que conseguí tenía alguna relación con esas fechas pascuales de escasísima ocupación hotelera en Polonia. Era un edificio bastante nuevo y moderno: espaciosas habitaciones con todas las comodidades, ventanas hasta el suelo, moqueta por todas partes, equipo completo de té y café, agua mineral con gas, nevera, amplio cuarto de baño, cómodas camas, bien diseñada iluminación, tabiques y puertas aislados acústicamente, etc. Aparte, en el sótano, gimnasio y sauna de uso gratuito para los clientes; instalación esta última que aproveché para darme una buena sesión aquella tarde antes de salir a cenar. Un lugar óptimo, en suma, para descansar un par de noches antes de coger el avión a Madrid.

Lo primero que hice fue llamar a Ania por si daba la rara casualidad de que estuviese en Varsovia; y resultó que sí: ella y Sandro habían cancelado sus vacaciones de Semana Santa en Roma porque alguien de la familia de él, que allí vive, tenía la gripe china y, claro está, no podían exponer a su dulce hijita a riesgo tan letal; así que quedamos para el día siguiente.

Como casi todos los restaurantes de Polonia están cerrados en estas fechas, apenas tuve opciones para elegir dónde cenar: o bien el carísimo que había en el hotel, o un tailandés cercano, tampoco precisamente económico. Aun así, me decidí por éste, en parte para variar la dieta de comida eslava que había venido siguiendo durante todo el mes anterior. Como es costumbre en estos sitios de comida rápida oriental, tenían un menú inacabable de platos enormemente parecidos. Tras estudiarlo un rato escogí un arroz con carne de venado. Le pregunté al hombre si hablaba inglés y, sin dudarlo un segundo, me contestó que sí; pero lo cierto es que no entendía ni una palabra y tuve que indicarle mi elección con el dedo.

Me resulta muy curioso darme cuenta de la distinta mentalidad de los pueblos: cuando a un eslavo le preguntas si habla inglés, normalmente te dice que no, aunque algo sepa; y en el mejor de los casos, si su nivel es mediano o incluso bueno, te dice que "sólo un poco". Los asiáticos, por contraste, suelen tener la actitud diametralmente opuesta: su respuesta es a menudo afirmativa aunque no sepan decir más que "hello" o "yes". Con espíritu tan derrotista como el eslavo, no es de extrañar que ninguno de los países de la Europa oriental ocupe un puesto destacado en el desarrollo económico.

En este caso, el empleado conocía incluso la palabra "spicy". Me arriesgué a pedir el arroz picante porque ya tengo aprendido que los restaurantes extranjeros suelen tener sus comidas adaptadas a los gustos locales; de otro modo, no me había atrevido: en Tailandia, los platos sin el peligroso adjetivo son ya bastante picantes, y los que lo llevan no hay boca que los aguante. Y no me equivoqué: me sirvieron un enorme plato apenas ligeramente spicy que hube de aderezar, para darle un poco de gracia, con una salsa roja de pimienta cayena que había por allí; y aun así me quedé algo corto. De la carne no puedo afirmar con rotundidad que no fuese venado, pero a mí me pareció ternera vulgaris, y además bastante insípida. Eso sí: la ración era tan exagerada que, aunque traía yo bastante hambre, no pude acabármela. Quedé servido de comida rápida tailandesa para los próximos años.

El día siguiente estuve dando un paseo por las desiertas calles de Varsovia, tanto más vacías en aquel barrio, Słuźewiec, donde comienza la periferia sur. Una ubicación muy a propósito para estos últimos días también periféricos de mi viaje, e igualmente acompasada a mi estado de ánimo.

Aquella tarde opté por una cena temprana y ligera en el restaurante del hotel, que -pese a lo frugal- me costó un pico, antes de irme a casa de Ania. Fue una visita más bien corta: ya nos habíamos puesto al día el mes anterior y no teníamos gran cosa que contarnos; de modo que a las diez y media estaba ya de vuelta en mi habitación.

EPÍLOGO

Principié estas notas preguntándome dónde y cuándo se sitúa el inicio de un viaje, y en este punto de la escritura me surgen las mismas preguntas respecto al final. Advierto que estoy ya escribiendo con desgana y que, si aún redactaré este último párrafo, será más por mor del orden y la redondez que por las ganas o la conveniencia de contar algo que tenga algún valor. Quizá sea acertado concluir que los viajes, en nuestro ánimo, tienen un desfase, un adelanto respecto a las fechas reales: sentimos que tanto su inicio como su final se producen, en términos temporales, antes de que lo hagan en términos geográficos. O a lo mejor esto es sólo una engañosa impresión que tengo ahora, derivada de lo fácil y cómodo que fue mi regreso a casa, sin incidentes ni anécdotas que lo salpimentaran: la hora del vuelo era muy conveniente, como también lo fue la cercanía del hotel al aeropuerto. Mi tránsito por el control de seguridad fue indoloro y la navaja suiza que había traído por descuido en el equipaje no fue requisada, como había venido temiendo desde hacía varios días: resulta que está permitido portar en cabina herramientas cortantes con hoja de hasta seis centímetros, y la mía era de cinco. El vuelo fue muy tranquilo y a media tarde estaba ya en Madrid, sano y salvo. La aventura bielorrusa había concluido - quién sabe si para siempre.

¿O es tal vez que la persona, real o imaginaria, destinataria de estas notas ha ido difuminándose poco a poco en mi pensamiento? Puede ser. Todo puede ser.


Volver a la Portada de Logo Paperblog