Como les iba diciendo, con La Primera también me llegó por correo exprés El Marido puntouno. Con envoltorio de celofán y lazo rojo. Y oye, no estaba mal. O para ser más exactos, no molestaba demasiado. En la familia puntouno el marido es, como diría yo, un mero espectador. Con pase VIP y privilegios entre bambalinas, pero un espectador al fin y al cabo. En la familia puntouno hay un binomio indiscutible madreprimeriza-retoñoprimogénito y que no le pase nada al que intente meterse en medio. Este binomio se pasa las horas piel con piel, pecho en boca, bebé en brazos y a El Marido puntouno no le queda más que esperar en el burladero hasta que le dejen poner una banderilla. O dos.
De El Marido puntouno se espera que se convierta en el attrezo pertinente según el tipo de familia que la madre puntouno decida en cada momento que van a ser. Me explico. Si la madre puntouno ha decidido tirar por el camino ese que se lleva tanto del apego, del padre se espera que se apunte a la moda del portabebé y vaya a por el periódico orgulloso con el niño en la mochila. Si por el contrario la madre ha decidido seguir el modelo Gwyneth Paltrow y quitarse la lorza post-parto en tiempo récord el padre debe presentarse a cada cita pulcro, con boina bohemia y convenientemente musculado para no desentonar. Y si como casi todas, un día eres María Magdalena y al siguiente Juana de Arco, a El Marido puntouno le toca adaptarse cual camaleón a cualquiera de los estados anímicos del amplio espectro del puerperio. Por puro instinto de superviviencia.
Y El Marido estuvo a la altura de las circunstancias. Solícito al principio, dispuesto cuando se requería su presencia y en su discreto segundo plano el resto del día. No digo yo que el pobre no sintiera sus celillos de príncipe destronado pero La Primera supo compensarlo siendo una réplica femenina de su padre. Ya podía la madre tigre puntouno pasarse las horas buscando parecidos inverosímiles. Mira mira, si la pones a la luz de las tres menos cuarto, en un ángulo agudo contra el reflejo del cristal de bohemia, esa parte de la sien es clavadita a mí. Y nadie se atreve a decirle a la pobre ignorante que la niña es su padre sin cola.
Hasta que llega La Suegra puntouno con el álbum bajo en brazo y no te queda más que tragarte la bilis. La niña es en efecto un clon perfecto de su papá. Lo peor de El Marido puntouno es que indefectiblemente trae adosada a La Suegra puntouno. Esa señora que pasa de ser hasta agradable a que sólo le importe una cosa, la perpetuación en la cadena evolutiva de SUS genes. Y está dispuesta a todo. Sin decoro ni pudor.
Mejor dejamos a La Suegra donde está. A quinientos kilómetros muy saludables. Que me enciendo.
En estas estábamos cuando de un plumazo, con la introducción de los sólidos, volvieron los ciclos. Sí esos, los lunares. Y con ellos un furor uterino implacable y un objetivo claro: otro bebé. Además, la madre tigre puntouno ha aprendido la lección y termómetro en mano se lanza a la tarea no con menos pasión pero sí con más sentido práctico. El Marido puntouno no se queja ante este resurgir de la líbido maternal y colabora sin rechistar.
No se hace esperar mucho. La Segunda está en camino. Y con ella El Marido puntodos.
Filed under: Tú, yo y nuestras circunstancias Tagged: Madres, Matrimonio, Padres, Sexo