En relación con lo que explicaba en la primera parte de esta nota, voy a relatar una anécdota, que no se si calificar de divertida, pero que ilustra el muy distinto trato que se da a la mujer.
La oficina de Motor Ibérica en Damasco estaba situada en una de las avenidas principales frente a la entrada del Zoco. En una ocasión recibimos la visita del director de la oficina de Banco Atlántico en Beirut junto con el secretario de la Embajada, acompañados de sus esposas.
La esposa de nuestro representante se las llevó a dar una vuelta por el Zoco mientras nosotros nos quedábamos en la oficina. Como que liquidamos rápido los temas a tratar decidimos ir al Zoco para ver si localizábamos a las señoras. El Zoco de Damasco no es un laberinto intrincado como el de Alepo sino que es como una gran nave como de cerca de un kilómetro que va desde la avenida donde teníamos la oficina hasta la mezquita de Omayad, la más importante de Siria y una de las principales del Islam.
No tardamos mucho en localizar a las señoras unos metros delante nuestro andando de espaldas a nosotros, y el representante del Atlántico se acercó sigilosamente a su mujer y le dio un pellizco en salva sea la parte, seguramente esperando que su señora se giraría airada para ver quien se atrevía a tales libertades, pero en vez de eso se giró a gran velocidad y con toda violencia le dio una soberana, sonora y espectacular bofetada a su marido. Cuando el marido se hubo repuesto del susto y del golpe su esposa le explicó que tanto la bofetada como la fuerza que había empleado en dársela eran debidas a que ya estaba harta de tanto tocamiento y metidas de mano.
Pero la historia no se acaba aquí porque nuestro representante sirio nos dijo que después de todo había tenido suerte que la bofetada se la llevase el marido porque si la hubiese propinado a un sirio cabía la posibilidad que el bofetón hubiese dado el resultado esperado, pero también cabía la posibilidad de que el sirio abofeteado reaccionase de manera extremadamente desagradable y peligrosa.