Revista Política
Si en algo tiene razón Pablo Iglesias es que las elecciones del 20D suponen un cambio de sistema, pero no el cambio que él desearía y defendía antes de caerse del caballo camino de Damasco. Sino un cambio hacia la literalidad de la letra de la constitución. España sobre el papel era un país parlamentario, pero actuaba como un sistema presidencial de turno como si se tratase de EEUU donde demócratas y republicanos pugnan por el poder mientras que los terceros candidatos eran un chiste. Aquí en España, aunque alguno de los terceros candidatos (y los primeros y segundos) son un chiste, se ha propiciado la vuelta a un sistema parlamentario típicamente europeo. El problema es que estamos desentrenados. Como decía Iñaki Gabilondo, pactar suena a claudicar, ceder a rendición y compromiso a derrota. Pero vamos por partes. La sorpresa del día de las elecciones fue que, extrañamente, no todos se llevaron la Victoria, sino que todos perdieron en mayor o menor medida, bienvenidos al reparto de las miserias parlamentarias. El partido popular ganó las elecciones. Es una afirmación sin matices. Con más de 7 millones de votos y 123 escaños (122 si tenemos en cuenta el escaño por Segovia que irá al grupo mixto) ha sido el partido más votado con dos millones de votos de diferencia sobre el segundo. Lo extraño es que ese resultado no es suficiente para garantizar que gobierne. En España es insólito llegar al gobierno con menos de diez millones de votos, otro indicativo del inicio de la era de las minorías absolutas. Después de una legislatura con grandes derrotas para el PP y pocas victorias pírricas, soy de la opinión que han salvado bastante bien los muebles, dadas las circunstancias. El candidato era malo, lastrado por una corrupción endémica del partido que se retrotrae a su fundación y con una implicación personal en el escándalo de su tesorero no auguraba un gran éxito. Económicamente el PM tampoco puede tirar cohetes. Aunque termina la legislatura con el paro ligeramente más bajo que en 2011, tiene dos millones menos de trabajadores en activo, lo que supone un grave problema para el sistema de pensiones, la falsa austeridad que ha aplicado ha tenido el nocivo efecto secundario de elevar la deuda pública más de un 30% con respecto al 2011, rondando el billón de euros y el 100% del PIB. Es un alivio que el PM defienda su labor económica. Con un rescate que no llaman rescate y con un PM escondido tras sus ministros, sobre todo la Vicepresidenta y De Guindos, creo que seguir por encima de los cien escaños es un milagro, más si tenemos en cuenta el auge de un partido que le disputa parte de su espacio electoral. El PSOE por su parte, ha obtenido los peores resultados electorales de la Tercera Restauración, con 90 escaños y 5'5 millones de votos se dejan 20 escaños y dos millones de votos respecto a 2011, un castigo demasiado severo teniendo en cuenta que no estaba en el gobierno y que su candidato era tan malo como el del partido en el gobierno. La diferencia estriba en que los demás partidos pugnaron por el espacio electoral del PSOE más que por el del PP. De ahí que su secretario General se encuentre aliviado a pesar de los malos resultados. Podría haber sido peor, podría haber sido relegado a la tercera posición y por poco no ha sucedido. Pero la debacle tiene nombre y apellidos, relegado a posiciones minoritarias en Madrid, Cataluña o País Vasco, la dependencia de Andalucía, Extremadura y, en menor medida, La Mancha atan más al Secretario General. Al final el bipartidismo ha tocado fondo, pero está lejos de desaparecer. Con 213 escaños y con algo menos de catorce millones de votos aún supone la mitad del electorado. Evidentemente ha quedado muy tocado, pero está lejos de desaparecer. Si con candidatos mediocres y partidos metidos en escándalos de corrupción el bipartidismo todavía aúna uno de cada dos votos, es que ha tocado fondo. La explicación es obvia y la han dado todos los diarios a lo ancho de la prensa española: la pirámide de población española hace que el electorado se incline por los partidos que ya conocen según su ideología. El reparto provincial de escaños hace que los partidos con mayor implantación se los lleven. Así pues, los partidos emergentes tienen que pelear en las circunscripciones más grandes, pero también tienen que enfrentarse a una competencia feroz. El tercer partido en liza es Podemos que entra con fuerza en el parlamento. Para su líder es un éxito, pero un éxito no exento de grandes peros. Para empezar no sabemos la cuenta exacta de resultados de podemos. A priori nos encontramos con un éxito de algo menos de cinco millones de votos y 69 escaños. Algo impresionante para un partido de reciente creación, con antecedentes dudosos y con un programa que ha ido mutando por momentos para adaptarlo a sus necesidades alejándolo de sus posiciones iniciales. Pero si acercamos la lupa a los resultados nos entran dudas de si esos casi cinco millones de votos y 69 escaños son enteramente suyos. El que les escribe es de la opinión que no. No todos los escaños son suyos y hoy el partido y su líder tienen grandes hipotecas a sus espaldas. Lo cierto es que la jugada de Pablo Iglesias fue muy inteligente. Tras los mediocres resultados en las regionales de junio, vio que sus pocos éxitos residían en los municipios donde no se habían presentado. Así que el Líder hizo de la debilidad virtud y renovó los pactos con fuerzas periféricas que tan buenos resultados le dieron. Y fue sin duda una estrategia ganadora, puesto que de esos 69 diputados, 27 se los debe a formaciones periféricas que han tenido el mismo tirón que las municipales donde Podemos ha tenido poco o nada que ver. Tanto es así que durante las negociaciones para esa "confluencia" dichas fuerzas han exigido al Líder tener su propio grupo parlamentario. Sin duda a Pablo le gustó la idea de poder controlar no uno, sino cuatro grupos parlamentarios, pero dado el éxito de estas formaciones, ¿realmente controla esos grupos parlamentarios? ¿Se puede decir que Podemos tiene 69 escaños? El que suscribe es de la opinión que los escaños que solo deben lealtad al Líder son 42 con 3'5 millones de votos. Los otros 27 escaños, llegado el caso, tienen otros Señores, otras lealtades. Y esto se está viendo estos días donde, en medio del caos interno del PSOE, Pablo Iglesias ha sugerido priorizar la agenda social frente a todo lo demás, obteniendo la seria advertencia de Ada Colau que impedirá la investidura de cualquier dirigente del PSOE, máxime sino admite un referéndum para la secesión de Cataluña. Con estos mimbres es lógico que uno se pregunte quién manda realmente en Podemos. Y esto nos lleva a la que considero única vencedora de las elecciones: Ada Colau. La regidora de la ciudad condal ha aportado a la coalición Podemos un millón de votos y doce escaños, con esa aportación si bien no es la jefa de Podemos, puede condicionar de tal forma la política de la formación morada que tampoco podemos afirmar que exista un liderazgo consolidado e independiente del líder de Vallecas. Por su parte Albert Rivera ha obtenido unos resultados decepcionantes en contraste con las expecativas que le daban los sondeos. Aunque cuarenta diputados y mas de tres millones de votos son un logro magnífico para una formación que solo tenía experiencia autonómica, está lejos de ser el hacedor de PM que parecía destinado a ser. Durante la noche electoral sacó pecho y reclamó haber tenido más votos que Podemos sin sus alianzas periféricas. Efectivamente, sus cuarenta escaños son solo suyos, pero dado que podríamos estar ante una legislatura fallida de poco podrían valerle, una vez que la suma con el PP no llega para una investidura. Y es que la final, ciudadanos resultó ser una burbuja demoscópica que estalló víctima del voto útil que, en no pocos sitios, terminó en manos del PP. Quien se ha llevado una de las peores partes de la jornada electoral fue IU que ha pasado de once escaños a solo dos. Es una lástima porque la formación izquierdista lleva décadas defendiendo lo que ahora ha vendido tan bien Podemos. Alberto Garzón fue víctima de sus propias ilusiones, pensaba que el líder de podemos contemplaba la confluencia como un pacto entre iguales, pero terminó aceptando lo que era un secreto a voces: solo hay un líder posible de la izquierda y la confluencia escondía una mera sumisión de IU a los objetivos de podemos. De ahí que, después de intentarlo todo, Alberto Garzón y el viejo PCE prefirieron apostar y perder que desaparecer en la amalgama de la formación morada. El caso es que no deja de ser decepcionante que en plena descomposición del bipartidismo tu formación baje nueve escaños, pero ya se sabe que toda la culpa es de la ley electoral. Con estos mimbres las diversas formaciones tienen la responsabilidad de sacar adelante una legislatura que se anuncia difícil. Pero será complicado que los partidos políticos abandonen unas trincheras donde llevan más de treinta años instalados. Como decía el exPM Felipe González, "estamos ante un parlamento a la italiana pero sin italianos que lo gestione". Veremos si los partidos logran cambiar su vocabulario y pacto deja de ser sinónimo de claudicación. Veremos si la altura de miras de los partidos de hoy hacen gala de la tan cacareada y alabada capacidad de pacto de la Transición. Veremos.