“La mejor película del año” dice Quentin Tarantino en el cartel de Big Bad Wolves, la película israelí de 2013 dirigida por Aharon Keshales y Navot Papushado que llega ahora a las salas españolas y que se llevó el año pasado en Sitges los premios a mejor director y a mejor banda sonora (el de mejor película se lo llevó Borgman).
Big Bad Wolves comienza con escena que podría estar sacada de casi cualquier película policiaca: un grupo de policías investiga la desaparición de una niña e interrogan a golpes al que creen que puede ser el sospechoso del crimen. La escena está siendo grabada por un chico que lo sube a Youtube y pronto el vídeo de un policía golpeando con las Páginas Amarillas a un sospechoso se vuelve un viral. Una llamada anónima hará que encuentren a la niña decapitada en mitad de un bosque siguiendo un rastro de caramelos, como si de un terrible cuento se tratara.
El principal sospecho del secuestro y asesinato de la niña es Dror (Rotem Keinan) un hombre tímido que enseña Religión en un Instituto y que no para de repetir que es inocente y que no tiene nada que ver con el asunto. El detective Micki (Lior Ashkenazi) es apartado del caso por culpa del vídeo pero sigue creyendo en la culpabilidad de Dror, así que decide seguirlo por su cuenta hasta averiguar sea como sea dónde ha enterrado la cabeza. Y por su parte, Gidi (Tzahi Grad) el padre de la niña, ha decidido hacer exactamente lo mismo, así que se convertirá en la sombra de Dror y Micki, dando lugar a una serie de enredos cruentos no exentos de hilaridad.
Aharon Keshales y Navot Papushado han creado un thriller realmente interesante y con un humor muy, muy negro; Big Bad Wolves es una película cargada de violencia y carcajadas a partes iguales. Dentro de la brutalidad del secuestro de una niña pequeña encontramos destellos de ironía, de la vida cotidiana, como por ejemplo que uno puede recibir una llamada telefónica de su madre en mitad de una sesión de tortura y descubrir que el monstruo capaz de infringir tanto dolor a otro ser humano también le cuenta mentiras piadosas a su madre, como todos hemos hecho tantas veces.
Mención especial se merecen tanto la banda sonora como la fotografía que ya desde la primera escena en la que las niñas están jugando al escondite a cámara lenta en medio de un casa abandona vemos su importancia.
A pesar de que lo que diga Tarantino, Big Bad Wolves no es la mejor película de 2013 (para Cine en serio lo fueron otras películas) pero desde luego sí es un soplo de aire fresco para la cartelera española, una cinta que nos atrapa desde la primera escena y que incluso se atreve a incluir una crítica al conflicto entre palestinos e israelíes, llena de sorprendentes giros de guión y que contiene una mezcla perfecta de crueldad y de risotadas y que se me antoja ideal para un mes tan cambiante como es el de mayo.