Encontramos en Big Sur al Kerouac más desencantado, más roto por dentro, sumido en paranoias y en el alcoholismo, aborreciendo a menudo a aquellos que quieren ser beat y se presentan en su casa (o en otras casas donde él esté) para venerarlo, pedirle dinero y darle la brasa. Es un hombre que sólo quiere estar en soledad en la cabaña que Lorenzo Monsanto (nombre con el que enmascara a Lawrence Ferlinghetti) tiene en Big Sur, en una zona de bosques, montañas y serenidad. Algunos momentos del principio me recuerdan a uno de sus mejores libros, Los Vagabundos del Dharma. Sólo que aquí es el desencanto, como apuntaba al principio, el eje sobre el que giran sus pensamientos y sus actitudes. Jack Kerouac quiere huir de su leyenda, pero apenas lo consigue: en cuanto pisa una ciudad, todos se enteran y lo arrastran a las noches de juerga y locura. Ni siquiera su relación con una amante de Cody Pomeray (Neal Cassady) puede ayudarle a salir de ese hoyo en el que se ha metido: Me siento el hombre más infeliz, desgraciado y despreciable de la tierra, el pelo se me vuela en mechones bestiales alrededor de mi rostro idiota y retardado, la resaca se ha convertido en una paranoia lamentable hasta en los detalles más mínimos. Aprovecho para comentar que es hora de que reediten sus obras descatalogadas (Ángeles de desolación, Visiones de Cody, La ciudad y el campo) y editen sus obras inéditas en España (Visiones de Gerard, Doctor Sax, Maggie Cassidy, Tristessa... entre otras) y recuerdo que en breve Anagrama publicará la obra que escribió junto a William S. Burroughs: Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques. Siempre es un placer leer o releer a Kerouac:
"Y en la plenitud de los primeros días de alegría me dije secretamente (sin saber que volvería a hacerlo sólo tres semanas después): 'basta de excesos y de disipación, ha llegado el momento de que me dedique a contemplar tranquilo el mundo e incluso a gozar de él, primero en bosques como éste, y luego hablar y caminar serenamente entre la gente del mundo, basta de alcohol, basta de drogas, basta de fiestas, basta de encuentros con beatniks y borrachos y heroinómanos y todos los demás, basta de preguntarme Oh, por qué me tortura Dios, es decir, ser entonces un hombre solitario, viajar, hablar únicamente con los mozos, sí, en Milán, París, hablar nada más que con los mozos, pasear, sin ninguna angustia autoimpuesta… ha llegado el momento de pensar y contemplar, de concentrarse en el hecho de que después de todo la superficie del mundo tal como lo conocemos ahora será tapada con el sedimento de un billón de años… Sí, por eso, más soledad'”.