Nuestra voluntad de atacarnos mútuamente
con las puntas afiladas de la maldad
se halla tensa como un arco recurvado¹
en los flancos ventados del caballo.
Mientras que la pequeña palabra bondadosa
nunca nos atrevemos a decírnosla,
se esconde en lo más recóndito del corazón
igual que la cría de una liebre
apostada en sus cuartos traseros
escudriñando asustada por encima de la hierba.
¹ El arco recurvado fue utilizado por pueblos nómadas de Eurasia que se desplazaban a caballo.