A finales de los años 70 y principios de los 80 un tímido y barbilampiño chico con gafas llamado Bill Gates revolucionó el mundo de la informática con su empresa, Microsoft.
Casi tres décadas después, y ya convertido en el hombre más rico del planeta, Gates, junto a su esposa Melinda, decidió donar la mitad de su fortuna personal, unos 36.000 millones de dólares, a mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos.
Inicialmente, su gran caballo de batalla ha sido la sanidad, sobre todo las vacunas para erradicar enfermedades como la poliomielitis. Sin embargo, el genio de la informática parece haberse dado cuenta de que, sin una buena alimentación, otro tipo de esfuerzos son baldíos.
Por eso, en su tradicional carta anual, Gates, preocupado por la falta de inversión en nuevas investigaciones en la agricultura, ha anunciado que su fundación invertirá 2.000 millones de dólares para ayudar a aumentar su productividad.
Y es que, según el hombre más rico de Estados Unidos, “es una terrible ironía” que la mayoría de los 1.000 millones de personas, el 15% de la población mundial, que viven en condiciones de pobreza extrema y debe preocuparse de dónde van a obtener su próxima comida trabaje en una granja.
Una nueva revolución
El hambre encabeza la lista de los 10 principales riesgos para la salud en el mundo. Cada año muere más gente por inanición que por otras causas como el SIDA, la malaria y la tuberculosis juntas, según ONUSIDA. Un tercio de estas muertes son de niños menores de cinco años en países en desarrollo de África y Asia.
“El mundo se enfrenta a una elección clara”, escribe Gates en su misiva. “Si invertimos cantidades relativamente modestas, muchos agricultores más pobres serán capaces de alimentar a sus familias. Si no lo hacemos, una de cada siete personas continuarán viviendo innecesariamente al borde de la inanición“.
Por eso, el fundador de Microsoft propone repetir la ‘Revolución Verde’ de los años 1960 y 1970, cuando las nuevas tecnologías agrícolas, incluyendo nuevas variedades de semillas de arroz, el trigo y el maíz, el aumento de la cantidad de alimento disponible y la disminución de su precio.
Falta de ayudas
Los países desarrollados no están cumpliendo sus promesas para apoyar el desarrollo. La mayoría no cumple todavía el Objetivo del Milenio de destinar hasta 2015 al menos el 0,7% del Producto Interior Bruto a la ayuda al desarrollo. De media, la ayuda asciende por ahora al 0,3% del PIB, según los datos más recientes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Por otro lado, la volatilidad de los precios tiene como consecuencia que en muchos países en vías de desarrollo la población deba destinar el 70% de sus ingresos a la compra de alimentos. En un país como Alemania, donde las familias solo destinan el 12% de su presupuesto a la alimentación, una situación similar equivaldría a que un pan costase 30 euros (41,6 dólares) y una bolsa de patatas, 50 euros.