Título: Billie
Autora: Anna Gavalda
Editorial: Seix Barral
Año de publicación: 2014
Páginas: 246
ISBN: 9788432221057
Anna Gavalda me conquistó en 2010 con Juntos, nada más. Luego llegaron Quisiera que alguien me esperara en algún lugar y
El consuelo,
que también me entusiasmaron. Entre abril y mayo leí
La sal de la vida,
que no me gustó nada, pero ya sabéis que el momento no era para
nada el adecuado, ni para ese ni para ningún otro libro. Aun así
quería reconciliarme con la autora y darle otra
oportunidad, por eso cuando el otro día fui a la biblioteca me traje su última novela, Billie,
y una vez más Gavalda lo ha vuelto a hacer. Me ha sorprendido,
conquistado y entusiasmado. Hemos hecho las paces a lo grande.
Billie
es
a simple vista una historia sencilla, con pocos personajes, pocos
escenarios y una trama en la que no pasan demasiadas cosas. Pero si
leemos entre líneas, si escarbamos un poco y miramos más a fondo,
descubrimos una gran historia. Vamos, como pasa con las personas si
nos tomamos la molestia de conocerlas en lugar de juzgarlas. De eso
saben mucho los dos protagonistas de esta novela.
Franck
tiene un padre autoritario, que no acepta su homosexualidad y al que
no sabe decir que no a pesar de su egoísmo y sus obsesiones
paranoicas. Su madre es adicta a las pastillas antidepresivas. Menos
mal que está Claudine, su abuela. Una mujer cariñosa, comprensiva,
entrañable con la que siempre puede contar para escapar del mundo,
para huir, para refugiarse.
Billie
es de las Morilles, un barrio marginal, lleno de gitanos,
alcohólicos, drogadictos y gente que solo sabe comunicarse a través
de gritos, golpes y violencia. Su madre les abandonó cuando ella era
un bebé de menos de un año. Su padre es un alcohólico violento y
su madrastra, más de lo mismo. Sin cariño, sin protección, sin
respeto, sin educación, sin higiene, sin una casa en condiciones,
sin un hogar, sin una familia.
Así
ha crecido Billie. Y a fuerza de recibir palos y más palos se ha
construido una coraza que la proteja y la aísle del resto del mundo.
Siempre a la defensiva, enfadada con todo y con todos, sola, aislada,
marginada, porque todos saben que es de las Morilles, y por más que
lo intente ella no puede disimularlo.
Franck
y Billie van juntos al instituto pero no son amigos, ni conocidos, ni
siquiera compañeros. Hasta que coinciden en la misma clase y el azar
les empareja para representar una escena de Con
el amor no se juega,
la obra de Alfred de Musset protagonizada por Perdican y Camille. Lo
que para Billie iba a ser un auténtico coñazo acaba siendo, gracias
a Franck y a su abuela, el primer día del resto de su vida.
Una
vida en la que a base de luchar cada día, esforzándose por pasar
olímpicamente del qué dirán y los convencionalismos, aceptando
quiénes son, mirando hacia adelante para intentar olvidar sus
orígenes, poco a poco, juntos, dejarán atrás su antigua vida, la
que estaban predestinados a vivir, llena de miseria física, moral e
intelectual. Porque por primera vez ya no están solos. Se tienen el
uno al otro. Para comprenderse, para ayudarse, para apoyarse y
levantarse cada vez que se caen o los tiran. Los dos juntos frente al
resto del mundo. Que les den a todos.
Y
de todo esto nos enteramos porque Billie se lo cuenta a una estrella,
a su estrella, mientras ella y Franck están atrapados tras caerse
por un precipicio. Están solos, aislados, perdidos en medio de la
nada y, por si fuera poco, Franck está inconsciente, comatoso, en
fuera de juego. Por eso es Billie la que le cuenta a su estrellita y
a nosotros los lectores quién es ella, quién es Franck y quiénes
son los dos juntos. Cómo era su vida y cómo ha cambiado, las cosas
que les ha tocado vivir y sufrir, los palos que les ha dado la vida.
Sus miedos, sus sueños, sus pesadillas y sus fantasías.
Y
lo hace con un estilo que, al menos a mí, me ha resultado
irresistible. Con un lenguaje desenfadado, coloquial, que en muchos
momentos llega a ser vulgar pero, al mismo tiempo, es tremendamente
cercano, divertido, conocido. Porque todos hablamos así y conocemos
a gente que también lo hace. Y precisamente por eso Billie resulta
tan cercana, tan creíble, tan conocida.
Como
un familiar, una amiga, alguien que es capaz de hacernos reír con
sus locuras, su forma de hablar sin pensar antes lo que va a decir,
da igual que sea la mayor barbaridad del mundo, ella la suelta y se
queda tan ancha, porque se la suda lo que la gente pueda pensar de
ella. Nunca le ha importado nadie porque nunca nadie se ha preocupado
por ella.
Franck
es más comedido, más razonable, más políticamente correcto. Quizá
por eso forman un tándem tan bueno, se complementan a la perfección
y esa unión hace disfrutar a los lectores muchísimo.
Billie,
la protagonista y la novela, es arrolladora, intensa, humana y nos
llega muy adentro, nos hace reír y llorar, nos conmueve, nos
remueve. Con un estilo ágil, fresco, sencillo y fluido, con mucho
ritmo, capítulos cortos y menos de 250 páginas, esta historia me
duró tan solo un par de tardes. Se lee sola y deja tanto poso, crea
tan buen rollo, que dan ganas de volver a leerla nada más
terminarla.
Una
vez más Anna Gavalda es capaz de hablar de temas tan duros como la
droga, el alcohol, la prostitución, la soledad, la pobreza o la
miseria sin tristeza, sin lástima, sin dar pena ni mucho menos
dejarnos un mal sabor de boca. Todo lo contrario. Transmite
optimismo, esperanza, pasión por la vida.
Huye
de los convencionalismos, de las etiquetas. Porque hogar, familia,
cariño, felicidad son solo eso, etiquetas. Y cada uno las encuentra
donde quiere o donde puede. Porque el hogar, la familia, el cariño,
la felicidad y, sobre todo, el amor pueden encontrarse en cualquier
sitio, incluso al fondo de un precipicio en medio de la nada. Y eso
Franck y Billie lo saben muy bien. Ahora os toca a vosotros
descubrirlo.
Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.