Una juez argentina ha solicitado a la Interpol la busca, captura y extradición, para juzgarlo en su país, de Juan Antonio González Pacheco, Billy el Niño, sádico expolicía español que durante los últimos años del franquismo torturaba a los detenidos por oposición al régimen.
La juez lo acusa, a petición de numerosas víctimas, de “crímenes contra la humanidad”, algo desmesurado, pues no es Hitler, Stalin ni Milosevic.
Aunque los que pasaron por las manos de Billy, de unos 65 años ahora, sí coinciden en que su capacidad de provocar dolor durante horas y días era infinita, además, evitando causar heridas para no dejar marcas.
Después de la muerte de Franco, en 1975, y cuando el Rey y Suárez comenzaban la Transición autodisolviendo el sistema franquista, Billy dejó la policía, y pasó a distintas empresas como como jefe de seguridad.
En 1977, ante el dilema de juzgar al franquismo, al que los dirigentes de entonces y la mayoría de la población había apoyado activa o pasivamente, o amnistiarlo, las fuerzas políticas, derecha e izquierda, eligieron la amnistía.
Que acogió también a los terroristas de ETA y a los izquierdistas acusados de asesinatos vinculados a la guerra civil, como Santiago Carrillo y otros comunistas y anarquistas históricos.
También protegió al sádico Billy, pero sirvió para que la Transición española sirviera de ejemplo de salida de una dictadura hacia una democracia con apoyo de los partidos, ya revitalizados, incluyendo al que tuvo más torturados, el comunista.
Un ejemplo que han seguido, precisamente, en los antiguos países comunistas, donde hubo decenas de millares de Billy el Niño que pegaban y asesinaban mucho más que el franquismo.
Como el torturador español, todos viven apaciblemente: este injusto precio de la paz evitó terribles espirales de violencia guerracivilista.
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