Más de veinte muertos en Rentería a manos del nacionalismo cruento. Algunos de ellos fueron concejales: los mataban a ellos para matar de manera simbólica a sus votantes. La estrategia funcionó, claro que funcionó. En las primeras elecciones libres, en junio de 1977, los nacionalistas obtuvieron un resultado muy malo. Con casi un 80% de participación, el Partido Guía se quedó en un ridículo 17%, ante la abrumadora victoria de los socialistas (más de un 43% de los votos) y un abrumador triunfo de las fuerzas no nacionalistas (las diferentes familias de la derecha no nacionalista obtuvieron, además en torno a un 12%).
Llegaron las muertes, llegaron las amenazas y, sobre todo, llegó la insoportable consolidación de la derecha no nacionalista a mediados de los años noventa: en las municipales de 1995 el PP superaba en votos al Partido Guía en el pueblo y alcanzaba dos concejales. En las generales de marzo del 96, el PP quedó tercero en el pueblo, por detrás de socialistas y batasunos. ETA mató, con pocos meses de diferencia, a dos concejales populares; primero a José Luis Caso, por la espalda, y luego a su sustituto Manuel Zamarreño, al que gran parte de la basura votante de Batasuna había difamado semanas antes. Por el camino, la Casa del Pueblo fue atacada más de veinte veces.
El resultado ha sido el esperado: desde 2011 el alcalde es de la izquierda patriótica. En las municipales de mayo, Batasuna obtuvo nueve concejales de veintiuno y el PP no logró ediles. Con el apoyo de Podemos y de Izquierda Unida, una tal Otaegui fue proclamada alcaldesa.
Esa es la mejor biopsia que se puede hacer de Rentería...