Si uno rebusca en las raíces profundas de la alarma por la extinción de especies y destrucción de la naturaleza, comprenderá que hay un mucho de resistencia o rechazo sentimental a que la biosfera cambie. Tenemos algún cliché “roussoniano” implantado en nuestros basamentos; probablemente en el instinto animal. Como cualquier especie biológica, nos espanta el cambio; la seguridad se asocia a la estabilidad, a la continuidad. Sin embargo, todo es cambio. Las transformaciones del entorno y la presente extinción masiva de especies —la sexta para Leakey y Lewin (1997)— ocurren, según parece, a un ritmo muy superior al de cualquier época anterior. ¿Pero debe ello preocupar? Nuestro patrón de medir sigue siendo la biosfera, y puede que para ella resulten ritmos extraordinarios. Empero, es muy probable que este ritmo acelerado y, seguramente, otros más rápidos por venir, sea lo “normal” en la psicosfera. Seguimos soñando con un modelo biosférico sin aceptar la psicosfera de la que somos protagonistas objetivamente indiscutibles. Recuerdo el titular de un semanario prestigioso con motivo de la celebración de la Cumbre de Río: “La Tierra en peligro”. No, el planeta no está en peligro; a lo sumo, nuestra especie. Tan antropocéntricos por una parte, y todavía no acabamos de asumir nuestra esencia física real: somos mente y vida, pero somos, operativamente, más mente que vida. El desasosiego intelectual que antes me provocaba el creciente deterioro de la Naturaleza —una suerte de disparate global— hoy lo acepto con otro talante; lo contemplo con tranquila curiosidad científica. Me puede más la intriga del cambio, que el dolor que de hecho siento por la pérdida de algo que amo. La psicosfera se construye a partir y a costa de la biosfera; pretender que esta última se mantenga intacta, no es realista. Aunque da pena; mucha pena.Antonio Machado, La psicosfera. ¿Necesitamos una nueva Ecología?, pág. 28.
Para el autor, la psicosfera es "ese nuevo envoltorio del planeta que contiene materia inerte, materia viva y materia pensante y que, por tanto, ya no es sólo biosfera", donde la materia inerte sería una roca, la materia viva un chimpancé y la materia pensante un ser humano (véase pág. 24).
He aquí algunas críticas a eso (espero que me ayudéis):
1) La psicosfera, en caso de existir, no tiene por qué construirse "a costa de la biosfera". Sin una biosfera determinada no puede haber psicosfera.¿He malinterpretado sus palabras? ¿He construido algún 'hombre de paja'? No lo sé, pero ojalá lo haya hecho. Machado tiene un historial conservacionista que más quisiéramos algunos. Sin embargo, me da la impresión de que sus actos van por un lado y sus ideas por otro. ¿Qué opináis?
2) No me gustaría que con ese nuevo concepto, "el separar la materia viva de la materia pensante", se resucitase aquel viejo dualismo (platónico, cristiano, cartesiano...) que durante tanto tiempo nos ha hecho alabar lo inmaterial en detrimento de lo material.
3) Desde una ética antropocéntrica y egoísta, nuestra especie es la única que importa y la extinción de las demás no debe ser motivo de preocupación. Se me ocurren dos maneras de rebatir eso, una práctica y otra ética: 1) Hoy por hoy no sabemos sobrevivir sin la ayuda de otras especies. Si ellas se extinguen, adiós psicosfera; 2) No querer ser el ángel exterminador de las poblaciones de elefantes, orangutanes y ranas no es ser romántico (ni sentimental, ni roussoniano, ni idealista), es ser ético.
4) Que la biosfera cambia y que va a seguir haciéndolo, con o sin nosotros, es evidente. No me opongo al cambio. Es más, me encanta el cambio. La cuestión es si, de seguir con esa "tranquila curiosidad científica", nos va a ocurrir lo mismo que les ocurrió a los mayas en el Copán, a los vikingos en Groenlandia, a los Rapanui en la isla de Pascua, a los anasazi en América del Norte o a los tutsis en Ruanda. (Jared Diamond, 2005).
5) Otro punto criticable, o cuando menos debatible, es aquel en el que afirma que "la mente pudo surgir —y con ella, el ser humano— en algún momento no precisamente lejano, unos 40.000-50.000 años (...) El hecho es que hoy somos la única especie superviviente del género Homo, la única 'materia pensante' que conocemos" (pág. 17).
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