Siempre pensé que abandonaría este blog. Había dejado morir uno sobre cine, otro de literatura, y otro más que parecía el típico diario infantiloide donde de críos escribíamos que nuestra madre nos había dado melocotón en almíbar de postre. A ese le pegué dos tiros en la panza y le dejé agonizar en el desierto, por cabrón retorcido.
Este no lo he dejado, pero no sabría decir por qué. Hace años hubiese dicho que se trataba de una vía de escape, algo que echas de menos cuando no puedes dedicarte demasiado y con lo que te encanta perder el tiempo, pero no hubiera sido cierto. Por aquel entonces, a nadie se le ocurrió conectarme una batería de coche al pecho y amenazar con torturarme por todos lados pero, de haberlo hecho, habría terminado por cantarles que lo verdaderamente narcótico de esto es la sinceridad. Puede acoger todo tipo de formas: opinión, crítica, sarcasmo, y nadie puede venir aquí y echarme a patadas de mi blog.
¿Sinceridad? ¡Esto es un trabajo para… Supermaaaaan!Es la Fortaleza de la Soledad de Superman con un agregado: si no te gusta lo que se dice aquí, jódete. Si no estás de acuerdo, puedes decirlo tan alto como quieras, porque mis palabras prevalecerán por encima de todo lo demás. Aquí soy Dios Padre, Alejandro Magno, el Coloso de Rodas y, como cualquier otro hijo de vecino, sé que tengo un arma de doble filo entre las manos. Un artefacto peligroso para los ególatras, un lugar donde lloriquear cuando te han cortado el frenillo de tu pene con unas tenazas, un espacio donde prostituir tu persona, el sitio perfecto donde regalar las bobadas que rondan tu cerebro con cuentagotas.
El camino que separa el punto A, el del ególatra que recrea Interviú a su imagen y semejanza, del B, donde terminas por escribir aquello que piensas que el resto quiere leer, no es más que una línea. Es como la caída de un caballero jedi hacia el Lado Oscuro de la Fuerza; un error pequeño, solo uno; una bola de nieve que empieza a rodar por la ladera de una montaña. El camino fácil, la vía más sencilla, escribir como un negro y mandar al carajo todos esos artículos sobre la muerte que apenas nadie quiere leer, hablar de pollas, de coños, de putas, de drogas, de sexo, de locos; convertir tanto blablablá, en más acción en topless.
Ser menos rebuscado.
Sé malo. Sé guay, como nosotros.Un blog que funciona es como ese chico con novia que se encoña de la guapa del grupo; y ella jamás le dirá que quiere cambiarlo, que esas sudaderas negras del Carrefour y esos tejanos de treinta euros que siempre se rompen por la entrepierna tienen que evolucionar a ropa de Custo y Springfield, y a copas en garitos de moda, y a gente con más glam y menos ¡agh! y manchas de cerveza. Y cuando menos te lo esperas, la muy zorra te deja porque ya no eres auténtico y has cambiado, porque eso no era lo que la enamoró de ti.
En resumen, que todo esto es para decir que, si eres rebuscado de cojones y nadie te lee, ¿qué importa? Al menos estarás haciendo algo que te apasiona. ¿Y si te lee un montón de gente para qué intentar cambiar? Nadie despierta el interés de otros si lo que dice no le interesa ni a él; y no vas a gustarle a todo el mundo, so imbécil, no vayas por ahí. Pero lo sé, ahí están; ahí están todos esos tipos y tipas que dicen exactamente lo que la gente quiere oír y se hinchan los egos con más y más followers, y tuits, y fotos profesionales en Instagram, y nunca jamás los ves con un moco asomándoles por la nariz y ningún amigo cerca para avisarles de tal putada.
¿Por qué seguimos escribiendo blogs? Será que al menos a una persona le gustan todas y cada una de las entradas o artículos que allí aparecen; será que es tu bar preferido, ese recuerdo que atesoras, el perro de tu infancia, el primer beso lleno de babas y choque de dientes, el amor de tu vida.
Si eres sincero contigo mismo, no vas a permitirte el lujo de joder algo tan bueno.