Tener el blues, lo llaman. Es intraducible, no vale un «estoy triste», «de bajón», «rallado», «estoy jodido», porque si has oído algo de la biografía de, no sé, Bessie Smith, Robert Johnson, Howlin’ Wolf, no digamos Will Dixon o B.B. King, el blues no es una forma de tristeza. Es algo diez millones de veces más grande que la tristeza. Tan grande como coger un palo y atarle tres filamentos gruesos de alambre para que suene como un contrabajo que acompañe tus palabras en una esquina de un pueblucho sin nombre del Delta del Mississippi o durante un número emplumada entre magos disfrazados de chino en Broadway. El blues es todo. Pero no un todo que significa nada: hablo del Mundo como Voluntad y Representación. Puro Schopenhauer.
Porque las heridas no son necesarias para cantar. Es mejor acicate el hambre. Eso lo sabe cualquiera que se haya tomado la molestia de mirar más allá de la portada del disco y las vagas entrevistas dictadas por el departamento de mercadotecnia. Si te hace sentir, es lo que te hará aflojar pasta y lo único que cuenta. Eso que muy raras veces entiende la poesía y por eso tan pocos la leen, a no ser que se siga esta regla que acabo de enunciar. Agradéceme el consejo. Desengáñate. Lo dijo Walcott: hay más dolor en una canción pop que en toda Camboya. No es el dolor del que canta, sino de todos los que lo escuchan. Y lo que oyen es la verdad. La propia de cada uno de ellos.
Esto que suena es Led Zeppelin. No hay muchos bares del centro en los que suene Led Zeppelin. Casi todo son media jornada de cafetería, media de cócteles bajo el sello de una franquicia. Ponen listas de éxitos que elabora un programa de Internet, ya ni siquiera es la radio. Paquetes amables de melancolía. Bienaventurado sea el turismo.
Yo también empiezo a ser una atracción turística. He salido en algunos periódicos, un par de telediarios, a mis poemas los llaman virales. Me invitan a antologías y me pagan modestas giras por provincias, como lloriquea Femio Terpíada, el aedo, para salvar su pellejo de la matanza perpetrada por el terrible Odiseo en la Rapsodia Vigésimo Segunda, versión de Valente. No está de moda Valente ni Homero, apenas lo menciono cuando los chavales se acercan a decirme cosas a la mesa en la que me siento ostentosamente a escribir palabras como esta. Palabras que se acumulan y se acumulan y luego se van decantando como sedimentos de cal en un bote de orina hasta obtener las tres o cuatro que forman un poema. Esto sí se lo digo a ellos. A vosotros, vosotras.
Porque sois jóvenes, muy jóvenes. Ingenuos, pero no tanto como los treintañeros que ríen las gracias a los popes en las feria del libro comarcales y tardan los quince segundos en que estos se dan la vuelta para guiñarte el ojo con el compañerismo que creen que nos une en el odio. Pero yo ya no odio, y esa mezquindad blanda empieza a resultarme hasta tierna. Pero no se parece una mierda al blues. Por eso no llegará a nada, sobrevivirá mientras vivan los suplementos culturales y los departamentos universitarios, las subvenciones, toda esa mierda que me fue negada. Y no importa.
Las chicas, hay muchas chicas, no sé si es que sois más extrovertidas o más envidiosas que los hombres, me miráis con cierta admiración, yo a vosotras con cierto deseo, no os voy a engañar, pero poco más. Una me vino una vez con un verso mío tatuado en el antebrazo y no supe qué decir. O lo supe, sí, claro que lo supe pero maté las palabras en mis labios. No quiero sustituir mi falsa leyenda de fracasado de vuelta de todo por una de baboso. Aunque sé que para algunas de ellas es inevitable verme así, quizá para ti ahora mismo.
Black Dog. La canción que suena ahora. Jimmy Page cuenta que la compusieron en honor a un rottweiler viejo que se colaba en la finca de al lado de su estudio a cortejar a una perra, pero después del fornicio acababa tan reventado que los propios miembros del grupo tenían que sacarlo de ahí a rastras. Esa sería la muerte más sagrada de un poeta como yo. Muerto a polvos y su cuerpo llevado en volandas por el grupo más grande de la historia del rock. Que se joda Bukowski, ya que preguntas por Bukowski. Esa es la memoria que quiero dejar. ¿Es imposible? Precisamente por eso.
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