Revista Comunicación

Black Mirror

Publicado el 13 junio 2014 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Cuando la pantalla se vuelve negra

El ordenador nació para solucionar problemas que antes no existían.

Bill Gates

En la pantalla aparece la princesa Susannah, adolescente, miembro de la familia real, ídolo de masas; está atada, amordazada, en peligro. El secuestrador da unas instrucciones muy sencillas: para su liberación, el primer ministro debe tener relaciones sexuales con una cerda en la televisión nacional; si se niega, la princesa será ejecutada.

Escena del capítulo 'The National Anthem'.

Escena del capítulo ‘The National Anthem‘.

Black Mirror es una patada en los cojones. Una bofetada que lleva en sí misma mucha rabia contra el espectador. Esa figura pasiva, que solo dice, y opina, y muestra su conformidad o disconformidad, pero no hace nada. La serie de la cadena británica Channel 4 muestra seis escenarios distintos (dos temporadas de tres episodios cada una) donde lo único que une a los personajes es el uso (y abuso) de las nuevas tecnologías: ordenadores, tablets, redes sociales, smartphones… son la clave. Los personajes no son los culpables de todo aquello que se genera alrededor, pero siempre se convierten en cómplices; a veces, por acción, otras por omisión.

Según su creador, Black Mirror no muestra el mundo en el que vivimos, sino en aquel en el que podríamos hacerlo en diez minutos si somos torpes (parafraseando, un poco). Es una bomba de relojería, una explosión inminente, una gota tras otra que, antes o después, hará rebosar el vaso. ¿Y quién será el verdadero culpable? ¿El que puso el vaso ahí? ¿El que empezó a llenarlo? ¿O cada una de las partes que hizo que, gota a gota, terminase por rebosar?

Es la otra cara. La que no te explican en Facebook, ni en Twitter, ni en ningún sitio. Aquella que empieza a deshumanizar, a controlarnos, a volvernos prescindibles, y más dependientes. Es un chiste cruel, y pueden ser nuestras vidas.


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