Empantallados.
De la misma forma que al cine, a veces, le gusta mirar hacia sus adentros y hablar del propio cine, a la televisión también le gusta hablar de sí misma desde la propia caja tonta. Encontramos varias series con la misma televisión como protagonista. Me vienen a la cabeza aquella sitcom de la década de los noventa, producida por John Landis, de nombre Sigue soñando en la que el protagonista relacionaba los sucesos de su vida con cortes clásicos de la televisión de su niñez; Studio 60, protagonizada por Matthew Perry y creada por Aaron Sorkin; Extras de Ricky Gervais; o Rockefeller Plaza de Tina Fey. Ahora nos llega un nuevo ejemplo, cargado de veneno: Black Mirror.
Black mirror es una miniserie británica, de tan solo tres episodios, autoconcluientes e independientes entre sí, con un único punto en común entre ellos: la televisión. En el primer episodio, todo el Reino Unido está pegado a las pantallas para seguir el secuestro de la princesa Sussanah, pendientes de si los políticos y responsables de la policía logran dar con su paradero antes de llegar a una hora clave. En el segundo, un futuro lejano nos presenta un mundo en el que la población trabaja generando una energía, que luego ellos mismos consumen en forma de pantallas de televisión, y estando pendientes del programa televisivo estrella del momento, una especie de "American Idol" de lo más adictivo (que cuenta con la colaboración estelar como miembro del jurado de Rupert Everett). Y en el último, se nos habla de un futuro más cercano en el que la población lleva inserido bajo la piel un microchip capaz de grabar y archivar cualquier tipo de recuerdo de quien lo lleva, con la posibilidad de reproducirlo en pantalla cuando se desee.
Estamos frente a tres mediometrajes reconvertidos a miniserie de televisión con un gran nivel de: a) crítica social, b) sátira, c) ataque a los mass media, d) ganas de tocar los cojones al personal. Black mirror recupera, en cierto modo, el espíritu de los "Cuentos asombrosos" de la década de los ochenta, con la peculiaridad de que, en esta ocasión, se ha sustituido la falta de mala baba, existente en aquellos, por un notorio exceso de veneno y mala leche. Los tiempos han cambiado.
La mayor cualidad de esta miniserie es su capacidad para llegar hasta el fondo de las historias que se nos están contando. En ese sentido uno no puede más que aplaudir el atrevimiento que demuestra poseer la serie en algunos momentos ya que, a pesar de tocar en ciertos momentos asuntos espinosos y controvertidos, la trama siempre se propone llegar hasta las últimas consecuencias de su arranque inicial. Resulta muy de agradecer que, lo que en un principio siempre aparece como un buen punto de partida, no termine en agua de borrajas o quedándose a medio gas. Al contrario. Gas a tope. El otro punto positivo de la serie es su habilidad para crear de la nada sociedades imaginarias que funcionan y no terminan chirriando a las primeras de cambio. Por el contrario, el punto negativo de la serie es que su primer capítulo es tan tan buen, que termina eclipsando los dos restantes, especialmente el segundo episodio, el más flojo de los tres ya que, a diferencia de los otros dos, termina resultando ser excesivamente previsible.
Resumiendo: Gran miniserie de tan solo tres episodios que, eso si, ya les puedo adelantar que no dejará indiferente a nadie.