Cuando Black Mirror apareció en nuestras vidas -en 2011- lo hizo con un impacto considerable: nos pilló por sorpresa su atrevimiento, su voluntad transgresora y su incómodo retrato de un futuro que se parece demasiado a nuestro presente. Ahora se estrena una muy esperada tercera temporada en Netflix, que mantiene la calidad, pero que pierde frescura. El creador -y guionista de cada capítulo- Charlie Brooker, sigue preocupado por cómo la tecnología, sobre todo las redes sociales, modifican nuestra forma de ver la vida. El que cada episodio cuente una historia diferente de ciencia ficción seria, y la voluntad moralizante convierten a Black Mirror en aspirante a heredera de la más grande de todas las series de antología, The Twilight Zone (1959-1964). El tiempo dirá si merece el título.
El segundo episodio, Playtest, tiene la estructura de una película de terror convencional pero utiliza un argumento de ciencia ficción basado en la subcultura gamer. El siniestro propietario de la clásica casa encantada es aquí un reputado diseñador de videojuegos japonés. La realidad virtual sirve de excusa para elaborar un relato de terror psicológico perfecto: sabemos que lo que ocurre está en la mente del protagonista... casi siempre. Este planteamiento funciona porque el desarrollo del personaje es bastante más acertado y humano que en la mayoría de los films del género. El episodio está dirigido por Dan Trachtenberg, autor de la interesante Calle Cloverfield 10 (2016). El tercero,
Shut Up and Dance es un puro McGuffin, que utiliza la excusa argumental del ciberchantaje, la llamada sextorsión, para contar que todos tenemos pecados íntimos, vale, pero también para hablar de la banalidad mal: cualquier acto se puede "justificar" por nuestra tendencia borreguil a seguir órdenes. La historia habla también de cómo los papeles de víctima y monstruo son relativos dependiendo de en la piel de quién nos pongamos (y de la información que tengamos). Dirige otro interesante talento británico, James Watkins, autor de Eden Lake (2008) y La mujer de negro (2012). Resulta complicado hablar del capítulo titulado San Junipero sin destripar el giro -y la clave- que esconde su argumento. Se trata de un relato existencialista y vitalista, al que el hedonismo ochentero le viene muy bien. Hay referencias, obvias, a la moda, al pop más hortera de los años 80, pero también a los videojuegos: creo que sobre todo al clásico Outrun de Sega (1986) -uno de mis favoritos- que juega un papel esencial. Pero el pequeño gran guiño es a la serie de culto Max Headroom (1987) -la veréis en los televisores del escaparate, al principio de la historia- ciencia ficción del mismo palo que Black Mirror, que tenía lugar "20 minutos en el futuro".Men Against Fire es la aproximación de Charlie Brooker al género zombie. En el cine de terror, el muerto viviente es el "otro" convertido en monstruo: el extranjero, el enfermo, el inmigrante, el refugiado. Da igual que aquí las "cucarachas" sean una especie de mutantes, el mensaje es el mismo con el que ha jugado George A. Romero -creador del zombie moderno- en sus películas desde la seminal La noche de los muertos vivientes (1968) y hasta la muy pertinente La tierra de los muertos vivientes (2005). Brooker utiliza esta idea para proponer un estado militar, con la mala leche de que sus protagonistas son "cascos azules" fascistas, que sustituye el engaño ideológico por el de la realidad virtual. Sin duda, lo simulado es el gran tema de Black Mirror. La idea es muy buena, pero, lamentablemente, el giro "sorpresa" que da sentido al episodio se ve venir casi desde el principio. A pesar de esto, la reflexión final es inquietante: algo así como darle otra vuelta de tuerca a Starhip Troopers (1997), lo que lleva a la aterradora idea de un nazismo genético, del perfeccionamiento de los mecanismos de control social y, de nuevo, a la banalidad del mal.
El sexto y último episodio es probablemente el mejor de esta tercera entrega de Black Mirror. Hated in the Nation es un thriller policíaco con toques de ciencia ficción anticipatoria. La actriz Kelly Macdonald -soy fan desde Boardwalk Empire (2010)- sería una Clarice Starling perfecta y, de hecho, esto parece una versión sci-fi del Silencio de los corderos (1991) cambiando las mariposas de la esfinge de la muerte por abejas. Aunque seguramente también pensaréis en Seven (1995). En el mismo sentido, el desarrollo de la historia tampoco está lejos de Expediente X (1993) y sus teorías conspiranoicas, todo dentro de una distopía que se imagina lo que pasaría si la opinión pública se hiciera con un poder real: el tono es similar al del primer episodio de la primera temporada de esta serie, esa pequeña joya titulada The National Anthem. Seguro que recordáis al cerdo y al Primer Ministro. Pero los mejores momentos de este capítulo hacen pensar en amenazas sin rostro como las de El incidente (2008) o de una obra mayúscula como Los pájaros (1963). Dos referencias soberbias a las que hay que añadir elementos del síndrome de Frankenstein. ¿Lo mejor? El relato es trepidante y absorbente, pero, además, cierra el círculo temático de la temporada al reincidir sobre la popularidad en las redes sociales que vimos en Nosedive.