El Universo Marvel Cinematográfico no necesita presentación alguna: es un enorme mostrenco en manos de Disney que durante la última década lleva consilidándose como el Violador de Taquillas oficial, arrasando allá por donde pasa y amasando una obscena cantidad de dólares en el proceso. Como todos sabemos, gracias al bombardeo publicitario, a este universo le acaba de crecer una nueva polla que ha sido bautizada con el nombre comercial de Black Panther. Y, como es de esperar, viene juguetona.
Siendo dirigida por Ryan Coogler —quien años atrás nos sorprendió con su buen hacer en Fruitvale Station y Creed— y ejerciendo de secuela directa de Capitán América: Civil War, donde el personaje ya funcionó a las mil maravillas como secundario, no se podía decir que los fanáticos (entre los que, admitámoslo, me incluyo) anduviéramos faltos de ganas. Pero no os voy a mentir, Black Panther no es la mejor película de Marvel Studios hasta la fecha (porque Civil War ya existe). Tampoco es la más divertida (Thor: Ragnarok), ni la más espectacular (Los Vengadores), ni la más emocional (Guardianes de la Galaxia Vol. 2), ni la visualmente más interesante (Doctor Strange), ni siquiera es la más adulta (Capitán América: Soldado de Invierno) como muchos podrían afirmar.
Lo que sí que es, y no es moco de pavo, es un enorme soplo de aire fresco que se agradece frente a tanta saturación superheróica. Si no os importa que sea una mezcla entre Capitán América: Soldado de Invierno y El Rey León (aunque asumo que para muchos esto será más bien un aliciente), Black Panther os parecerá una muy interesante adición al género y un fantástico aperitivo para lo que se nos vendrá encima en Vengadores: Infinity War. Y digo que es un soplo de aire fresco porque, durante la mayoría del metraje, ni siquiera parece un film de superhéroes. Funciona mejor como cinta de aventuras, como thriller colorido (que sorprendentemente no se corta demasiado a la hora de mostrar la violencia en pantalla) e incluso como entrega de James Bond al estilo Marvel. Está claro que si buscamos una fiesta como la que fue Spider-Man: Homecoming no la encontraremos aquí, el tono es bastante más grisáceo, pero eso no es malo (sólo cuando Zack Snyder lo hace mal). Es diferente. Y se agradece.
También se agradece una inusual presencia de personajes femeninos fuertes e interesantes, así como un bienvenido discurso de reivindicación social (semejante al que puede verse en Luke Cage, serie de la misma factoría, pero mostrado de un modo más sutil) que al menos nos dejará con la sensación de que no hemos visto un simple teaser de las próximas diez películas de Marvel que estén por venir, sino de ser una obra con entidad propia, que funciona por sí misma y que tiene más ambiciones de dejar poso en el espectador que el blockbuster medio.
La proeza que consigue el guión firmado por Ryan Coogler y Joe Robert Cole no es sencilla: funciona como pieza individual dentro de una saga que roza la veintena de títulos, logra presentarnos al personaje principal sin colarnos la enésima historia de orígenes hecha con plantilla y sirve como secuela de lo visto hasta ahora sin que sus múltiples conexiones con el resto del universo cinematográfico al que pertenece parezcan forzadas. De hecho, todo fluye orgánicamente y pocas pegas podríamos ponerle en ese aspecto.
Donde sí me falla un poco es desde el punto de vista técnico. No me malinterpretéis, la dirección artística es bellísima y Ryan Coogler sabe marcarse un par de set-pieces de lo más vibrantes, pero a veces me cuesta quitarme de la cabeza la idea de que Disney haya racaneado un poco en el presupuesto desconfiando de las posibilidades comerciales del film. Por momentos me recuerda demasiado a Wonder Woman debido al terrible uso de cromas cantosos en escenas vitales para el desarrollo de la trama. Tramos así podrían (y deberían) evitarse, ya que distraen la atención mucho más de lo que deberían. Por no hablar de que me parecen imperdonables en cualquier producción cuyo presupuesto sobrepase los 100 millones de dólares.
Por suerte, pasaremos (ligeramente) por alto estos errores gracias a un reparto para soñar y que está involucradísimo con la causa. Chadwick Boseman encarnando al rey T’Challa nos demuestra que es capaz de asumir un rol protagonista sin que se resienta el carisma de su personaje y me aventuraría a decir que querremos ver a Letitia Wright y a Martin Freeman en cada cinta de Marvel a partir de ahora. Para variar, incluso los villanos están bien en esta ocasión: Andy Serkis aporta una presencia hilarante y amenazadora a la vez, mientras que con Michael B. Jordan nos será imposible no acabar empatizando pese a lo terrible de sus acciones.
En resumen, Black Panther quizá no dé para tantas pajorras como muchos críticos entusiastas se han apresurado en decir. Ni siquiera me parece, a título personal, mejor que cualquiera de los tres films que Marvel estrenó el año pasado. No es la segunda venida de Cristo, desde luego, pero tampoco es precisamente mala. Más bien todo lo contrario. Es un ejemplo paradigmático de lo que debería ser un blockbuster superheróico: es divertida, emocionante, ambiciosa y con un gran mensaje detrás.
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