Revista Cine
BLACKTHORN. SIN DESTINO (2011) de Mateo Gil
Publicado el 11 enero 2012 por Loquecoppolaquiera @coppolablogcineAhora que se acerca “La Gala Inútil” por excelencia, del paupérrimo y abandonado cine español, sí claro, los Goya; me gustaría señalar la única película que merece la pena del año pasado, Blackthorn. La obra en cuestión se estrenó con escasa publicidad (si la comparamos con un Torrente o Fuga de cerebros) y en el mes de julio. Estaría encantado por conocer al avispado distribuidor que pensó que esta película era idónea, por aquello de ser un western, para este mes. Blackthorn ha sido tildada de pura estética, sin fondo ni historia y un alarde cinéfilo absurdo. Pues muy bien. Pero los mismos que suscriben esto alzan a los altares The Artist (2011), la película genial para ellos, de la temporada. Y si saco a colación la película de Hazanavicius es porque tienen, sin pretenderlo, un nexo común: son obras arriesgadas. Nada más. The Artist parece que va recoger muchos éxitos (no llevarse a engaños, no es por méritos propios, es porque el amigo americano lo quiere. Por cierto aunque muchos lo ignoren, es francesa). Abordar en España un género tan poco de moda como el del Oeste, en Bolivia, con actores de la talla de Stephen Rea o Sam Shepard podía asegurarte un salto sin red. Y en cierta manera así fue. La película de Mateo Gil pasó sin pena ni gloria, no duró ni dos semanas. A lo mejor al estar nominada a once candidaturas en los Goya todavía tiene tiempo de arañar algo de taquilla. Sinceramente lo dudo mucho, ojalá me equivoque y me trague, gustosamente, mis palabras, ya que lo mucho que conseguirá es un Goya al montaje o a la dirección artística, vamos, premios de consolación.
Estética. Eso ya es un sin sentido. Pregunto, ¿qué obra cinematográfica no es estética? Pues eso. La genialidad de Gil es trasladar la acción a un paisaje tan poco visto y dispar como es el de Bolivia. Un paisaje sin talento para retratarlo no sirve de mucho.Fondo y argumento. Si mal no recuerdo Blackthorn se pretendió vender como una continuación de Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969). Nada que ver. El argumento se centra sobre la hipótesis de que Sundance Kid y Butch Cassidy, legendarios forajidos, no murieron en Bolivia en un tiroteo. Sundance herido de muerte se queda por el camino pero Cassidy, Sam Shepard, se instala en el país con el único propósito de volver a los Estados Unidos. Por el camino se encuentra a un joven ingeniero, Eduardo Noriega, que acaba de robar una mina, que le embauca y trastoca sus planes. El toque español lo encontramos en la dimensión de este personaje, un golfo que roba a los pobres para quedárselo él, capaz de engañar a un perro viejo como Cassidy, una especie de Robin Hood que nunca mató a nadie, detalle que juega un papel primordial en el guión. Si me pongo a imaginar un español en el Viejo Oeste sería el que encarna Noriega. En el fondo del argumento subyacen las históricas reivindicaciones políticas de los indios bolivianos. Hacerlas evidentes serían panfletarias, redundantes y no aportarían nada a la acción, sólo confundir sin más.
Actores lacónicos. Hay que reconocer que la actuación de Noriega no está a la altura de dos grandes como Stephen Rea y Sam Shepard, se esfuerza y hasta a veces es creíble. Sin embargo, y aunque sean evidentes estos defectos, es el idóneo para ese personaje, la mirada enigmática del actor lo dice y lo desdice todo. Stephen Rea, soberbio en el papel de agente de justicia que se queda, como Cassidy, anclado y alcoholizado en un pueblo, angustiado por la certeza de que los forajidos nunca murieron. La secuencia del reencuentro entre Rea y Cassidy, años más tarde, es el momento álgido interpretativo de Blackhorn. Sam Shepard, que canta en la banda sonora, no puede estar mejor como ese forajido silencioso y silenciado porque su tiempo se acaba, su sola presencia física se ajusta a la perfección a un Cassidy viejo. Finalmente, entre los secundarios sobresale Magaly Solier en el papel de amante india de Cassidy.Alarde cinéfilo. De cretinos sería no señalar las más que evidentes referencias al género. Sobretodo a Peckinpah, Leone o Ford: la amistad, la lealtad, el compromiso por los desfavorecidos, el final de una época, los paisajes apabullantes al servicio del encuadre… Algo que todos los días vemos en el cine mundial, y ya no te digo en el español. La película parte de reminiscencias y referencias anteriores pero no juegan un papel clave en la realización o el guión. Imagino que si en lugar de aparecer en los créditos Mateo Gil fueran los hermanos Coen, la película seria un continuo buen hacer clásico. Qué cosas.
La planificación de la película, como reconoce el propio Mateo Gil, podría haber sido mejor a no ser por problemas de producción (siempre la misma, triste y real canción). Lo que fastidia es no saber qué hubiera hecho el director con una producción más holgada. Pero eso no impide que esté plagada de secuencias y planos magistrales (el río, el desierto salado por enumerar algunas) que demuestran y consagran a Gil como uno de los grandes directores actuales. Esperemos que no se deje llevar por el desánimo y no caiga en las leyes estéticas imperantes y en los falsos, y muy ignorantes, cantos de sirena. La fotografía de Juan Ruíz Anchía se ajusta con una gran precisión a la belleza cromática de las localizaciones bolivianas, nos envuelve y nos devuelve a un tipo de cine que habíamos olvidado.Nos importa un bledo cuantas estatuillas se llevará, para lo que sirven. Lo que nos pone de muy mal humor es que a Blackthorn no le dieran la oportunidad que se merece, que fuera fustigada y condenada a una miserable cartelera estival y que me privaran de disfrutarla en pantalla grande. Porque es una obra redonda, sin fisuras evidentes, completa, fantásticamente narrada y desarrollada. Algún día se hará justicia.JUAN AVELLÁN
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