Título: Ejecutado. Arco III: LA MUERTE DE LOS MONSTRUOS.
Autor: Carlos J. Eguren
Portada: Conrado Martín.
Publicado en: Septiembre 2016
¡El mundo ha cambiado! La Espada de Azrael ha cambiado el curso de las criaturas de la noche. Los planes de Blade para detener a los Ángeles de la Mañana Silenciosa han concluido. Todo ha terminado… ¿O no ha hecho más que comenzar? Regresa la serie de Blade para su última batalla, pero ¿y si su protagonista ha muerto? ¡Descubre aquí todo lo que ha pasado!
UNO.
Dos años y un mes atrás, base de los Ángeles de la Mañana Silenciosa.
Los Ángeles de la Mañana Silenciosa se congregaron en el patio principal de la base. Todos guardaron silencio, entre los arcos donde imperaba el coro de voces que cantaban el himno de su hermandad. Ante el trono del Maestro, destacaba el tocón de madera donde yacería la cabeza del ejecutado antes de ser cortada.
Blade fue traído de su celda y dejado allí, malherido y destrozado. El Maestro dijo algunas palabras grandilocuentes, un discurso tejido mucho tiempo atrás y los Ángeles oraron. El líder valoró la idea de cortarle la cabeza a Blade con la Espada de Azrael, pero antes quería que escuchase todo lo que tenía que decir.
Después de las cavilaciones y dudas, después de los rezos y las ceremonias, un arma perfecta cortó de dos tajos la cabeza del cazador y esta cayó al suelo justo cuando el Maestro dijo:
— ¡Ha llegado el alba de la mañana silenciosa!
Blade era historia.
DOS
Ahora, refugio de la Reina de las Sombras.
Para hablar con la Reina de las Sombras era indispensable traer a dos mortales cuya sangre sería entregada como muestra de misericordia y orgullo. Aquella noche, fue una muestra de traición, pues la sangre estaba plagada de ponzoña.
— ¿Quién cree que es capaz de visitar mi refugio entre mundos y pensar que no le mataré por querer aniquilarme? —clamó la Reina de las Sombras.
El séquito de sobrevivientes se ocultó en la oscuridad para no ver la ira de su señora. Orcos, trolls, momias y zombis bajaron sus rostros ante su soberana, mientras
los cuerpos de los mortales yacían en el suelo, junto al hombre que los trajo, una figura fúnebre con un raído gabán negro.
—Creo que éramos amigos y entenderías la broma —contestó el intruso, quitándose la capucha que le tapaba el rostro.
—Morbius —contestó la Reina, disimulando su sorpresa, más no su odio—. Te hacía muerto hace mucho…
Morbius asintió, con su rostro lleno de cortes de batallas pasadas.
—Lilith —dijo él a su vez—. Un placer volver a verte, como siempre.
La reina se meció el mentón, pensativa. Las muestras ladinas de afecto jamás le gustaron.
— ¿Lilith? —Musitó la Reina—. Sí, ese era mi nombre. Hacía mucho tiempo que no lo escuchaba.
—Dio una palmada. Sus súbditos la miraron, ella los controló con la mirada y sacaron sus armas, rodeando a Morbius—. Matad al invitado.
Los soldados se dispusieron a cumplir la orden.
— ¡TENGO INFORMACIÓN, LILITH! —chilló Morbius mientras le partía una lanza a un guarda y usaba la punta para atravesar a un ser del pantano. Los demás subordinados planearon un ataque mejor—. ¡PODRÍAMOS ACABAR CON ESTO, LILITH!
Lilith, la Reina de las Sombras, levantó la cabeza y replicó con voz cruel:
—La última vez que formé parte de un grupo que pretendía detener el avance de la muerte terminé malherida, convertida en un despojo y teniendo que huir con los restos de un ejército diezmado —recordó Lilith. Acarició su corona de hueso negro—. Lideré a esta escoria que llamo “hijos” cuando la maldición de los Ángeles caía sobre ellos. Hice que dejasen de matarse entre ellos y formasen este refugio entre mundos. ¿Por qué crees que pondré todo eso en riesgo, Morbius?Morbius alzó la voz por encima del arma de sus adversarios y respondió:
—Sé lo que ocurrió con Blade cuando fue ejecutado, sé lo que harán los Ángeles de la Mañana Silenciosa y sé cómo romperemos este bloqueo. —Señaló a los dos mortales abatidos que trajo como ofrenda—. A través de estos Ángeles lo he descubierto, les he envenenado para traerlos hasta ti y contar con tus hijos para lo que está por ocurrir.A los pies de la Reina estaban los cuerpos de los Ángeles. Ambos portaban aún sus yelmos. Lilith no quiso ni mirar semejante ofrenda.
— ¿Lo que está por ocurrir? —cuestionó ella con desdén.
Morbius aseveró con una seguridad envidiable.
—Vamos a romper el universo —contestó Morbius. Un trasgo se inclinó hacia él con una cuchilla. Morbius le reventó la cabeza de un puñetazo.
Lilith sonrió, mostrando sus colmillos:
—Soy toda oídos.
TRES
Dos años atrás, campo de batalla de Marshil Bras
El Ejército de los Monstruos reclutado por Drácula se había desecho. Un pequeño escuadrón, liderado por Lilith y Morbius combatía en los llanos de Marshil Bras, una capital de magos alejada de las dimensiones humanas. No había esperanza.
Los Ángeles consiguieron atravesar las barreras y caían como cucarachas sobre un cadáver. Los monstruos eran el cadáver en putrefacción. Ya apestaban a ellos.
— ¡Tienen la Espada de Azrael! —chilló Lilith. Una cicatriz le atravesaba el rostro—. ¡Hay que alejarse!Morbius avanzó con la cabeza decapitada de un Ángel de la Mañana Silenciosa.
—Son menos que nosotros —increpó.
Un hechicero de guerra llamado Percy tomó la palabra mientras usaba su báculo contra los Ángeles.
— ¡Tienen la Espada! —aulló—. ¡Han aniquilado a las brujas! ¡Lo noto en la magia! ¡Si la vuelven a usar contra cualquiera de nuestras especies, nos erradicarán! ¡Hemos perdido!
El eco del hechicero vivió más que él. Recibió una cuchillada por la espalda de un Ángel y cuando cayó, su último grito volvió a él, como una oscura metáfora.Lilith alzó una cimitarra y partió por la mitad a otro Ángel. Comenzó a gritar a lo que quedaba de su hueste que la siguieran si no querían caer. Docenas y docenas se habían ido al infierno durante aquel avance de los Ángeles, pero ella seguía luchando. Dio órdenes y se entregó en cada golpe. Cuando esperó encontrar a Morbius a su lado, Morbius ya había desaparecido. Lilith recordó algo que decía Benzel: “no puedes esperar que nadie te salve. Solo puedes salvarte tú mismo”. Se lo tomó como un mandamiento.
CUATRO
AHORA, REFUGIO DE LA REINA DE LAS SOMBRAS.
Lilith ordenó a sus arañostruosidades que se llevasen a Morbius hasta las mazmorras del Refugio. Por el camino, permitió que inoculasen su veneno en Morbius.
—Si dices alguna mentira, los huevos se las arañas se abrirán en tu interior y te comerán por dentro —advirtió Lilith y sonrió—. Es lo que merecen los traidores.Morbius, entre alaridos de dolor, se derrumbó en la enorme red tejida por las criaturas arácnidas. Evocar a un adversario como Spider-Man era incluso peor en esos instantes, dentro de aquella cámara oscura.
—Necesitaba hallar algo en aquella ciudadela de los magos, Lilith —dijo—. Algo que no pude revelarte entonces. Algo que me impidió volver a ti hasta ahora.Lilith ocupó su asiento y adoptó una pose señorial bien estudiada. Sus uñas pintadas de negro (¿o era ese su color?) acariciaron sus labios violáceos.
— ¿Por qué este arranque de amor inesperado, Morbius? ¿Por qué esta súbita preocupación sobre los míos y sobre mí?
El calor punzante abrasaba a Morbius en su interior. Los huevos de las arañas tomaban forma bajo su piel, convirtiéndola en un enjambre verdoso bajo la luz de las velas de aquel antro de piedra.
—Encontré la Llave de los Mundos —confesó Morbius. Cada palabra que pronunciaba era como un puñetazo—. Los monstruos somos arquetipos.
— ¿Te vas a poner en plan El Héroe de las Mil Caras?
—Escucha, Lilith… Escucha —rogó—. A los monstruos se nos puede destruir, pero siempre volvemos porque la humanidad necesita algo que temer.
— ¿Quién demonios te contó eso? ¿El Hermano Vudú?Morbius negó.
—Marie Laveau me lo contó en los días en los que fui su prisionero. En esa época descubrí la Llave.
Lilith tocó con sus largas uñas sus reposabrazos, dos alargados cráneos de enemigos. Una sombra con ojos luminosos le trajo una copa colmada de sangre. Bebió.
— ¿Eres el nuevo Stephen Extraño, Morbius, o solo un fiel sirviente de lo que queda de Hela? —preguntó Lilith con maldad.Morbius se retorcía. Sus ojos no veían una sola imagen, sino esta se multiplicaba, como si fueran los ojos de una mosca. Tembló, encadenado como estaba a su perdición.
—Usé la Llave, Lilith —reveló mientras notaba las arcadas trepar por su garganta—. Evité que la Espada arrasase con nosotros.
CINCO
Dos años atrás, torre de Marshil Bras
Morbius lanzó a un Ángel de la Mañana Silenciosa contra una pared. Le arrancó la yugular de un solo golpe y siguió su descenso por la torre que ascendía desde los pilares del mundo.
Mientras luchaba, evocó el pasado. Grave error. En la batalla siempre debía estar concentrado en el presente, el futuro o el pasado podían suponer su muerte, pero no lo pudo evitar. Cuando Laveau quiso su sangre, Morbius sufrió un dolor indecible que le hizo desear morir. Tuvo que centrar su mente en otras cosas, como en los mapas de las ciudadelas mágicas que escondía Laveau. No le extrañó recorrer aquel camino como si siempre hubiera pertenecido a él.
Durante los años siguientes, Morbius aprendió que el mejor ataque era siempre saber más que tus enemigos. Las páginas que halló del Darkhold, el Libro de los Pecados. De él aprendió cómo los demonios podían jugar con las dimensiones para llegar hasta la nuestra y cómo algunos augures forjaron una herramienta llamada la Llave de los Mundos.
Si la Espada de Azrael era capaz de matar a todos los monstruos, estos serían enviados a algo peor que el vacío, pero si sus almas eran reconducidas a otra dimensión gracias a la Llave, podría utilizarla también para traerlos de nuevo al mundo una vez cesase el caos, una vez la Espada de Azrael se quebrase.Morbius se enfrentó en la Cámara de la Llave a hordas de muertos, a ejércitos de magos, a sus propios miedos, pero consiguió la Llave y la utilizó justo antes de que todo se oscureciese.
SEIS
Ahora, refugio de la Reina de las Sombras.
Lilith escuchó todo lo que dijo Morbius como si estuviese disfrutando de un bufón. Liberó una carcajada cuando uno de los huevos de arañastruosidad reventó en el hombro de Morbius, liberando a las funestas criaturas.
— ¡El muy hijo de puta ha hecho esto! —dijo una voz.
A Morbius le costó entender que provenía del lugar donde apoyaba Lilith su mano, un cráneo sin cuerpo que le estaba hablando. Reconoció la voz.
— ¿Terror? —preguntó Morbius. Frunció el ceño—. Escuché que tu cuerpo fue destruido.
— ¡Ja! ¡Sí! ¡Y esta zorra no me ha dejado reconstruirme! —gritó Terror. Lilith le golpeó con su puño—. ¡Maldita bruja!
Lilith tomó la palabra:
—Cuando gané el poder sobre los supervivientes, muchos monstruos intentaron discutirme mi hegemonía y uno de ellos fue nuestro querido Terror. —Clavó sus garras en el hueso de Terror—. Le he hecho pagar por su traición como te estoy haciendo pagar a ti.Morbius sacudió la cabeza. El dolor era más que insoportable, pero ver cómo su plan se desmoronaba, era peor.
—La Espada de Azrael nos ha mandado a este submundo gracias a que use la Llave, de lo contrario los Ángeles hubiesen conseguido su propósito —reveló Morbius. Una araña recorrió su pecho.
Lilith se puso en pie. Dibujó unas formas sobre la piedra y esta se nubló hasta que surgieron imágenes del exterior. Largas extensiones de fuego y muerte evocaban a algo peor que el infierno. Allí era adonde había ido a parar cada raza destruida por los Ángeles.
—Me dices que no he sido una superviviente, sino una refugiada —dijo Lilith. Cerró sus manos, transformándolas en puño.
Morbius apretó los dientes y habló:
—Los vampiros habéis sobrevivido por ahora, pero seguiste a tus huestes aniquiladas hasta aquí —dijo—. Solo que ya no lo recuerdas, cegada por tus ansias de poder.
Lilith soltó una risotada.
—Mis ansias de poder… —murmuró.
— ¡Sí, mujer! ¡Eres una mala pécora, como el cabrón de tu padre! —Gritó Terror—. Ah, me pregunto qué habrá sido de ese hijo de puta de Drácula… ¡Acabamos así por su culpa!
Morbius intervino:
—Sé dónde está Drácula. He conseguido espías en todos los mundos para saberlo.
SIETE.
Ahora, base de los Ángeles de la Mañana Silenciosa.
Los días en que los Ángeles cumplían con todas sus funciones, el Maestro era un hombre feliz, pero había días en los que erradicar una raza no era suficiente, porque él pensaba que todavía su maldición continuaba.
El Maestro juró morir cuando cazase a todos los monstruos, pero allí seguía, respirando, intentando descubrir qué había fallado en su plan. En esos oscuros días, el Maestro se deleitaba yendo a la cámara secreta, debajo de las ruinas, donde ante una columna, encadenado, yacía su esclavo y sobre él, el filo de la espada de Azrael, cual Damocles.
—Drácula, verte así no me reconforta —reveló el Maestro. Tocó la polea que sujetaba mediante cadenas la espada. Si la dejase caer…—. Pero ayuda.
Drácula, con el rostro convertido en un muñón decrépito, juró en un idioma muerto que mataría a todos los Ángeles.
—Cuidado con tus palabras —avisó el Maestro, escupiendo rabia—. Serás el último en morir y el que más sufra, pero no hagas que sea aún más justo contigo, menos benigno.
El Maestro levantó la cabeza. Era la hora. Un rayo de sol cayó sobre la base. Una plaga de espejos que descendían hasta la Cámara reflejaron el rayo y este golpeó el filo de la espada. La luz cayó sobre Drácula, quemándole. Drácula aulló.
—Da gracias… —murmuró el Maestro con una sonrisa en sus labios.
OCHO
Ahora, refugio de la Reina de las Sombras.
Lilith observó cómo una docena de arañas surgían del pecho de Morbius, que aulló revolviéndose de dolor, mientras Terror lo imitaba con sorna, como si fuera un cantante en un karaoke.
—Mi padre como esclavo en el mundo —valoró ella—. ¿Qué lástima debería sentir? ¿Crees que ahora debería hacer algo por él? Lo único que siento es pena, pero no por él, sino por no verlo humillado.Morbius cerró los ojos. Si los vampiros habían sobrevivido era por culpa de Drácula, el último en ser eliminado. La explicación no fue suficiente para Lilith.
—Alguien descubrió mi plan con la Llave utilizando artes adivinatorias —susurró entre quejidos—. Me robó la Llave después de crear este submundo para nosotros… No imagináis lo que he hecho para llegar hasta aquí…
Dos huevos de arañas explotaron, uno en la frente y otro en la garganta. Lilith lo disfrutó, mientras Terror se reía de modo contagioso.
NUEVE
Una hora antes, entrada del refugio de la Reina de las Sombras.
—Si tu plan es cierto, Morbius, si consigues el apoyo de esa bruja, ¿podría suponer el fin de mi servidumbre como guía a esta dimensión que creaste con la Llave?
Morbius asintió. Después del teletransporte, su cuerpo volvía a unirse fruto de haber atravesado el pórtico de oscuridad. El Jinete Fantasma valoró la respuesta. Su rostro ígneo y su corcel vomitaron fuego.
—Y aunque resultase tu plan, que lo dudo, viejo camarada —dijo—, ¿cómo encontrarás al hombre que te robó la Llave?
Morbius sacó un pañuelo con sangre reseca.
—Localizaré a su vieja amante y sabrá de dónde está él.
El Jinete pensó sobre lo dicho por Morbius. Su caballo se encabritó. Era hora de partir.—El ladrón de la llave es una bestia, Morbius —dijo—. No sobrevivirás.
Morbius siguió su camino.
—Nunca me asustó Rex. Solo es un hombre lobo.
DIEZ
Dos horas antes, la Garganta de Mephisto.
Su nombre era Rex y su mundo era sangre y muerte. Nadie recordaba al cazador de recompensas, pero todos conocían la leyenda del hombre lobo que había masacrado ciudades en busca de un poder que se escondía en lo más profundo de la sombra. Pero ¿qué quedaba del hombre que lo perdió todo?
No lo sabía ni él mismo, aunque luchaba por algo. De mañana, mataba a demonios. Por la tarde, acribillaba ángeles de la sombra. Por la noche, se alimentaba de arpías. Y era el único hombre lobo en el reino de la noche y lo agradecía. No quería masacrar a los suyos.
Una docena de corsarios negros, seres de hueso resucitados por las artes de los nigromantes, le tendieron una emboscada cerca de la Garganta de Mephisto, un estrecho pasaje entre las Montañas Negras del Nuevo Mundo. Cuando Rex acabó con ellos, solo quedó polvo.
Nadie recordaba su historia, pero él sí. Él jamás olvidaría lo que significaba perder a la persona que le dio algo de vida en sus días contados.
Es entonces cuando cayó sin esperarlo.
Había inhalado algo con las cenizas, algo que le durmió.
Y vio la sombra acercarse a él.
—Tú me la quitaste, yo ahora la recupero —dijo la oscuridad alargando su garra—. Envenené sus huesos solo para recuperar esto.
La cadena que sujetaba la Llave al cuello de Rex se quebró y la negrura observó el objeto.
—Morbius —gruñó Rex antes de caer al suelo.
—Tú me la robaste, ahora yo te la robo —habló Morbius—. Estamos en paz.
Rex se derrumbó en el suelo, inconsciente. Morbius guardó la Llave. No tardó en encontrar unos ropajes entre las montañas de escoria para su amigo.Luego, se encaminó tras la colina de huesos. Allí estaba el refugio de Rex, allí estaba el cuerpo de Belladonna. Se cumplía su plan.
ONCE
Dos años atrás, torre de Marshil Bras.
Morbius se tambaleó cuando la Llave escapó de sus dedos. Se llevó las manos hasta la parte trasera de su cabeza. Estaba sangrando. Rex le había clavado un pico en ella.
— ¡He tenido que hacer muchas cosas para llegar hasta aquí! —clamó Rex, fuera de sí. Su rostro estaba cubierto de cicatrices—. ¡La Llave es mía!Morbius quiso atacar, pero su cuerpo ardía, sin responder a las órdenes de su cerebro.
— ¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó Morbius, arrancándose el pico. Cayó de rodillas.
Rex golpeó una pared, desesperado.
—Cuando murió Belladonna, perseguí a cualquier bruja que pudiera seguir viva. ¡Quería pensar que quedaban más como ella! Que alguna había escapado. ¡Solo hallé a una loca con plantas con las que pude ver y te vi a ti y supe de tu plan!
Morbius abrió la boca para hablar, pero se ahogó en su sangre.
— ¡Belladonna no se merece un mundo terrible! ¡Se merece un mundo mejor y yo se lo proporcionaré con esta llave hasta que la pueda revivir en el auténtico mundo!
Los ojos de Morbius se cerraron.
Rex escapó con la Llave.
DOCE
Un orco estaba hambriento y cuando los orcos están hambrientos comen de todo. Se acercó a los cadáveres de los Ángeles envenenados. Le quitó el yelmo a uno. Olía a jazmín. Eso le asqueó, pero se dio cuenta de que era una hembra. Cuando posó su garra en el rostro de la humana, algo explotó tras él y lo siguiente que vio fue el ojo de una bestia que le arrancó la cabeza.
Cuando los siervos de la Reina de las Sombras acudieron, hallaron un inmenso lobo que empezó a matarlos a todos.
TRECE
La Reina de las Sombras se volvió a la penumbra. Terror empezó a gritar:
— ¡Están matándolos! ¡Ja, ja! ¡Qué jodida fiesta! ¡Tengo un fémur en la cámara superior y lo estoy viendo todo!
Lilith miró a Morbius.
— ¿A quién trajiste? ¿Quiénes eran esos Ángeles?
Morbius hubiera sonreído con maldad, pero no podía.
La Reina gritó exasperada y todos los huevos y las arañas abandonaron el cuerpo de Morbius, convirtiéndose en cenizas. Cuando el enemigo se recuperó dijo:
—El ladrón de la llave, Rex, y el cadáver de Belladonna, envenenados, sí, pero necesarios.
— ¿Necesarios para qué? —preguntó Lilith frunciendo el ceño.
—Para hacer que los otros clanes supervivientes sean más numerosos que el tuyo y te desafíen —respondió Morbius—. Solo te queda una posibilidad para sobrevivir y es que vengas conmigo al mundo real y acabemos con la Espada. Tus huestes ayudarán. Este mundo se vaciará de nuevo. Acabaremos con los Ángeles.La furia inundó a Lilith como el mar se adueña de un barco hundido. Terror no paraba de reír.
— ¿ESTÁS LOCO, MISERABLE HIJO DE PERRA? ¡BLADE ERA EL MÁS PODEROSO DE TODOS Y SUCUMBIÓ! ¡QUE PRETENDES QUE HAGAMOS NOSOTROS!
El eco de las palabras de Lilith se repitieron por toda la estancia hasta que Morbius contestó:
—Blade no está muerto.
CATORCE
Dos años y un mes atrás, base de los Ángeles de la Mañana Silenciosa.
La cabeza separada de Blade yacía clavada en una pica y, mientras la veía, el Maestro se alegraba de que no hubiesen usado la Espada de Azrael con él. Parecía tan débil entonces, que no merecía semejante honor.
Pasó mucho tiempo observándola, noches y noches, mientras sus hermanos e hijos cazaban. Él solo la vigilaba, con una sonrisa melancólica en los labios. Sus ojos veían la monstruosidad de Blade, veían la furia de aquel guerrero, veían los signos de nuevos tiempos…
Pero no veían que le habían cortado la cabeza a un impostor.
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