Título: Guerra. Arco III: LA MUERTE DE LOS MONSTRUOS.
Autor: Carlos Javier Eguren
Portada: Alexander Breuning
Publicado en: Febrero 2017
Los Ángeles de la Mañana Silenciosa, portando a la espada capaz de erradicar monstruos, la Espada de Azrael, se enfrentan a los últimos monstruos en una guerra que puede convertirse con facilidad en una masacre. ¡Toda esta historia nos ha conducido a este momento!
Creado por Marv Wolfman y Gene Colan
UNONinguno fue así. Los Ángeles de la Mañana Silenciosa nunca se enfrentaron a un invitado así. “Enfrentarse” era la palabra adecuada, sin duda. Si solo pudieran cortarlo en pedazos…, pero el Maestro tenía otros planes.Drácula lo notó a simple vista. Él sabía mucho de cortesía, de recibir invitados… Acaso, ¿su peor historia, aquella que le hizo tan célebre, no comenzaba con él recibiendo a un idiota que venía a arreglar los papeles para la compra de su nuevo hogar? Maldita sea, ¿su enemigo era un tipo de una inmobiliaria? ¿A eso se resumía todo sin el halo de misterio? Tomó aire, aunque no lo necesitaba y observó al recién llegado. Los Ángeles acariciaban los mangos de sus espadas. No sabían si dejar hablar al desconocido o trincharlo antes como a un animal. No obstante, el hombre sin nombre permaneció allí, aguardando la palabra de los Ángeles. Muy desesperado tenía que estar para acudir allí.
«Y más cuando es un vampiro», pensó Drácula. Captaba perfectamente la naturaleza de su don en otros.
—Quiero reunirme con vuestro jefe —exigió el idiota que pensaba que era capaz de exigir algo—. Tengo información, ¡tengo información!
Y rompió a gritar y agitarse como un loco. Sus ropas, un viejo atuendo militar desfigurado por los años, se agitaban como los restos de un cadáver tirado al mar. Parecía un condenado chiflado.
«Es peor que Renfield», pensó Drácula, que, encadenado en sus grilletes, observó a aquel hombretón pálido, de ojos azules y cabellos rubios. Tenía un gesto de desesperación que el conde había visto en muchas de sus víctimas. ¿Por qué un vampiro acudiría a los cazadores como los Ángeles? ¿Por qué la gacela acudiría al león? ¿Suicidio?
—Nosotros elegiremos si es la información que queremos —se pronunció al fin uno de los Ángeles.
El chivato blanquecino rezongó de mala manera, mientras el Maestro le recibía en persona. Los Ángeles aguardaron a su alrededor, como estatuas de mármol. Drácula contempló aquella velada como si fuese un entierro.
—¡Un vampiro! Un vampiro viene a nosotros, ¡qué maravillosa sorpresa nos depara el destino! —clamó el Maestro con una falsa cordialidad. Drácula sabía que era un melodramático, pero aquel idiota le superaba—. Hermanos Ángeles, hijos míos… Observad, observad como el pecado llega al santo para ser erradicado con facilidad.
El vampiro entrecruzó sus manos como lo haría alguien que suplica clemencia. Cayó de rodillas. Drácula rugió entre sus colmillos, ver a uno de su raza cayendo tan bajo era algo peor que cualquier condena. Si hubiera estado libre, él mismo hubiese matado a aquel traidor.
—¡Tengo información! ¡Valiosa información! ¡No soy un vampiro normal y corriente! ¡Pertenezco a una raza mejor! ¡Una mejor!
Dos Ángeles lo cogieron por los brazos. El ahora preso intentó golpearles, pero recibió un pinchazo de una cuchilla aparecida bajo un guante. El metal lo sedó, dejándolo casi grogui.
—Mandrágora, ajo y athëlinas, una digna composición para debilitar a un vampiro —aclaró el Maestro. Contempló como el Ángel de la cuchilla envenenada la guardaba de nuevo—. Muy útil, incluso para los vampiros que dicen no ser como el resto. Curioso. Las debilidades parecen compartidas, ¿no, Drácula?
Drácula no dijo nada. Solo pensó otro modo de matar al Maestro. Desde su cautiverio, había planificado un billón de modos de matarlo. Sin exagerar. Un billón.
El prisionero gimió. Drácula conocía a muchos vampiros, pero juraría que nunca había visto a aquel y Drácula no solía jurar por nada ni por nadie.
—Servía… Servía a la Creadora… —dijo el chupasangre, adormecido por el sedante—. Mi nombre es Heinrich… Fui un gran soldado… Fui un fiel sirviente de la esvástica y… Me convertí en su seguidor de la Creadora pensando que erradicaría la impureza… Pero ella es la más impura de todos… Y tiene una familia… Una colosal familia…
Drácula entrecerró los ojos, atisbando parte de una historia que le interesaba. ¿Era posible que hubiese algún clan de vampiros fuera, uno que él no conociese ni hubiera caído bajo su sombra? ¿Podían ser la clave para acabar con el Maestro y dejarle a él libre y lejos de todo aquel espectáculo? Contempló al rey de aquel vertedero: tenía la Espada de Azrael en sus manos.
—Ella tiene una familia, yo tengo esta espada y mis creencias —respondió el Maestro con algo que se atisbó como una sonrisa cruel y comprometida—. ¿La familia o la espada? ¿Qué crees que se rompe antes, vampiro?
Heinrich negó con la cabeza.
—Están esperando a que os reunáis… —dijo—. Quieren atacaros… Cuentan ahora con el guerrero que siempre habían esperado… En cuanto os localicen, atacarán… ¡Lo harán!
Los Ángeles no se inquietaron, aunque aquella revelación fue como escuchar el toque de queda que les reuniría para la batalla final.
El Maestro contempló a aquel vampiro con una mezcla de repugnancia y rabia.
—¿Quién te crees que eres para venir aquí y augurar con mala saña?
Heinrich no supo qué decir. Se sentía mareado. Frunció el ceño y vomitó un par de palabras:
—Siempre he… buscado la pureza… —Su rostro tembló—. Vosotros sois puros… —Sus ojos relampaguearon—. Vosotros podéis terminar con la Creadora… Quiero serviros… ¡Serviros…!
El Maestro descendió un par de escalones desde su trono, hasta llegar donde estaba Heinrich. Abrió los brazos como si fuera a abrazarlo y le dijo:
—Solo nos puedes servir de un modo. —Hizo una pausa—. Muerto…
Heinrich notó el filo de la espada en su cuello.
—Pero siendo un vampiro —continuó el Maestro—, te dejaré en estas mazmorras, pues aún no te ha llegado la hora.
Los ojos de Heinrich se desorbitaron.
—¡Soy un fiel sirviente! ¡Lo soy! ¡Lo soy!
Drácula rugió. Si aquel idiota continuaba, el Maestro le clavaría a Azrael y esa condenada espada mataría a todos los vampiros, como él mismo. Su supervivencia dependía de que aquel necio no se comportase como tal. «O lo mataré yo mismo, antes de que lo mate el desgraciado del Maestro», caviló.
El Maestro le contempló de reojo a Heinrich y susurró:
—Ya has traicionado a tu antigua señora, ¿Cómo quieres que me crea que me puedes ser fiel, monstruo?
DOS El sonido del metal ensordeció todo el reino de la Creadora.
Un vampiro asiático llegó corriendo hasta Ana Molly y empezó a hablarle en japonés. La joven le respondió un par de veces, mientras que Blade esperaba que alguien le hiciera comprender qué ocurría. Por los movimientos en la base de la Creadora, vampiros yendo a un lado y a otro, sabía que debía ser un ataque.
—Akio me ha dicho que han llegado unos intrusos con un licántropo —dijo Ana a Blade.
—Me vais a necesitar para detenerlo —contestó Blade—. Ya me he encontrado con hombres lobo en el pasado.
Ana le miró haciendo un mohín gracioso.
—No creas… A la Creadora se le dan bien los licántropos —replicó la vampiresa.
Aquel comentario le produjo un extraño escalofrío a Blade. Quizás lo de cazar monstruos le viniera de familia. Ana emprendió la marcha y él no se quedó atrás.Avanzaron por un largo corredor hasta llegar al corazón del reino, donde un gigantesco hombre lobo rugía a los vampiros más próximos. Sus aullidos eran como truenos. Blade pensó en Fenris, el lobo nórdico, aunque aquel era más cercano que un monstruo de otro tiempo. Por tanto, al ser más cercano era también más peligroso. Sus dentelladas se escuchaban como ensordecedores fuegos artificiales. Blade se fijó en un detalle: el licántropo carecía de un ojo, el otro estaba inyectado en sangre. Y quería cazar. La espuma blanca caía desde sus colmillos. Por sus ademanes violentos, estaba buscando a alguien, dispuesto a matarlos a todos por el camino.
—Rex —musitó Blade con un gruñido.
—¿Conoces a este condenado licántropo? —preguntó Anna—. ¿Es el tipo con el que formaste equipo?
—¿Lo sabes?
—Te vigilé.
—¿Se supone que me tengo que sentir halagado?
—No —dijo Anna—. Tú eras un cazador siguiendo a tu presa y…
—Y tú otra.
—Exacto —contestó la vampiresa.
La conversación se zanjó con un zarpazo al aire. El hombre lobo estaba perdiendo el control (si es que alguna vez tuvo de aquello). Pronto, los mataría a todos.
Los vampiros se limitaban a observar aquella enorme figura salvaje que amenazaba con atacarlos, mientras una sombra avanzaba desde la oscuridad. La Creadora.
TRES
La misión del Jinete había sido fácil. Usar la Llave, cruzar un par de puertas dimensionales, llevar al grupo gura salvaje que amenazaba con atacarlos, mientras una sombra avanzaba desde la oscuridad. La Creadora.de Morbius hasta la base de la Creadora y ahora proteger el cuerpo de Belladonna, que se había mantenido incorrupto gracias a las habilidades mágicas a las que había recurrido Rex.
El Jinete aguardaba en la antesala de la muerta, en la entrada del reino de la Creadora. La calidez de sus llamas impregnaba todo aquel refugio.
—La verdad es que es la misión más sencilla que me podría haber tocado —le comentó el Jinete a su corcel, quizás también al cuerpo sin vida de Belladonna—. Estoy acostumbrado a cuidar de muertos, así que esto ha sido más entretenido.
Desde que Danny Ketch se había convertido en el Motorista Fantasma para luego ser el Jinete, se había acostumbrado a todo tipo de ataques y amenazas. Al final, había renunciado casi a su parte mortal desde el inicio de las desventuras contra los Ángeles de la Mañana Silenciosa. Ahora veía una oportunidad de escapar todo aquello.
—Me pregunto si después de haberte enfrentado a demonios de otras dimensiones y bestias de entremundos puedes dejar todo eso lado y tener una vida en paz —musitó. Se rascó su calavera—. Quizás…
El corcel se inquietó. Acarició la cabeza huesuda del caballo.
—Hey, ¿qué pasa? Pareces inquieto, muchacho… Te veo agitado.
Lo que Danny no vio fue cómo una lanza le golpeó por la espada. Sus huesos se desperdigaron con una llamarada.
—Oh, bien. Perfecto —murmuró furioso—. ¿Sabes cuánto cuesta regenerar una maldita columna…?
Cuando se giró para contraatacar, un vampiro le lanzó un receptáculo y las llamas le abandonaron, cayendo al suelo inconsciente.
El vampiro que le atacó, Akio, dio una serie de órdenes a los otros dos miembros de su escuadrón, Joe y Richard.
—Llevaros al demonio y su montura —dijo y sus ojos se desviaron a la figura de la dama fallecida—. Yo me encargaré de la muerta.
El refugio se enfrió.
CUATRO
—¿Dónde coño está ese Blade? —preguntó Terror con un rugido de rabia.
Las sombras avanzaron por uno de los pasadizos secretos del submundo de la Creadora.
—¿Qué parte de estar en una misión en encubierto no entiendes? —preguntó Morbius, perdiendo los nervios—. Nos vas a delatar con tus gritos.
—¡Es que es indignante! ¡En cualquier reino que se precie, las mazmorras deben estar bien señalizadas! ¿Qué clase de estupidez es esta?
Lilith se adelantó a Morbius y Terror. El aroma de la muerte era mejor que la discusión de aquellos dos.
—Sois una panda de imbéciles… —soltó.
Y emprendió la búsqueda de Blade sola, pero no tuvo que hacerlo mucho más. Se detuvo por uno de aquellos pasillos laberínticos y miró por una de las ventanas. Abajo, entre los vampiros, vio a alguien que debía estar muerto.
—Ahí está —dijo Morbius viendo lo mismo que veía Lilith.
—¿Nada de mazmorra para Blade? ¡Pero qué clase de reino de mierda es este! —chilló Terror, furioso.
Lilith le selló la boca a Terror con un breve hechizo.
—Gracias —murmuró Blade.
—No tengo ibuprofenos —contestó ella—. Y me duele la cabeza.
—¿A alguien como tú?
—Cállate o te callo como a él —replicó Lilith.
Morbius, incluso así, dijo algo más:
—Han encontrado a nuestra distracción, a Rex. Debemos contactar rápido con Blade y…
A Morbius le falló la voz, Lilith señaló lo que él ya estaba viendo:
—¿El licántropo? ¿Esa era nuestra distracción? Parece que no le va muy bien.
CINCO
El licántropo rugió a la Creadora que se acercaba con paso tranquilo. Se preparaba para atacar. ¿La Creadora o el licántropo? Blade no estaba seguro. La siguió.
—No es muy sensato acercarse a un hombre lobo desarmada —dijo Blade.
La Creadora observó a Blade durante un segundo.
—¿Por qué iba a armarme si no necesito ninguna arma? —preguntó la Creadora con una sonrisa.
El licántropo estaba a punto de dar un salto y derribar a la Creadora. Era una cuestión de segundos y…
Pero entonces…
El vampiro que había hablado con Ana Molly para avisarla del ataque, Akio, llegó y en sus brazos portaba una sombra que enfureció aún más al licántropo. Era el cuerpo de Belladonna.
—Amigo, aguarda —le dijo la Creadora.
Unos grilletes invisibles ataron al licántropo. Antes de que atacase, la Creadora posó su mano sobre el rostro de Belladonna y cuando Rex fue a atacar, Belladonna abrió los ojos.
—Tu amante vuelve a estar viva —dijo la Creadora.
SEIS
—Estupenda distracción —valoró con ironía Lilith.
—No me jodas —replicó Terror. El sello de silencio se había roto. Puede que Lilith no tuviese dolor de cabeza, pero estaba débil—. ¿La ha revivido así? ¿Por la cara?
Morbius negó.
—Esto no puede estar pasando.
Pero, sin duda, estaba pasando y, de repente, contemplaron el modo en el que Rex se arrojaba al suelo y tomaba forma humana tras mucho tiempo siendo un monstruo. Rex no daba crédito a la imagen de Belladonna, respirando y observando de nuevo el mundo como si nunca antes lo hubiese visto.
—¿Belladonna? —preguntó Rex, tembloroso.
Belladonna le observó, ensimismada, como si viera el mundo por primera vez.
Arriba, Morbius y Terror contemplaban a Lilith, que murmuraba:
—No puede existir un poder como ese.
Lilith había visto a dioses derrumbarse y dejar de existir… Aquello le parecía imposible.
Morbius se mantuvo firme, aunque notaba cómo las tornas cambiaban.
—Oh, joder… Esto se pone peor —dijo Terror señalando abajo.
Un vampiro, Richard, llevó a alguien hasta la matriarca. El preso poseía unos cabellos rojizos y blancos que demostraron quién era.
—¡Han atrapado al puñetero Jinete Fantasma! —clamó Terror olvidando (si es que alguna vez había recordado o alguna vez le importó) la misión de encubierto.
Lilith replicó con voz gélida:
—No es al único que han atrapado.
Morbius se dio cuenta de a qué se refería. Un grupo de vampiros les rodeó en un instante. No se percataron de ello hasta que fue demasiado tarde.
—La Creadora desea veros —dijo una vampiresa de cabellos azulados, Celeste.
Terror lanzó un puñetazo, pero la vampiresa lo esquivó y dio la vuelta, ignorándolo. Celeste hizo un gesto a los suyos y se marchó.
—¡Cobardes! —aulló Terror y miró a Lilith y Morbius. No parecían tan entusiasmados—. ¿Qué? ¿Qué pasa?
—No quieren pelea ni van a pelear —dijo Morbius.
—¡Mejor para nosotros! —exclamó Terror.
—No lo creas. Alguien que no pelea a veces es porque ya sabe que ha vencido —contestó Lilith.
—¿Qué haremos entonces? —preguntó Terror dando puñetazos al aire.
Lilith apretó los dientes y respondió:
—Reunirnos con la Creadora, ¿qué si no?
SIETE
La Creadora los convocó en una solitaria cámara, donde Anna permaneció de pie observando. La señora tomó su asiento con Blade a su lado. Frente a ella, estaban Danny cruzando los brazos, Terror con ganas de golpear algo, Morbius sin entender nada y Lilith dándose cuenta de que si Rex y Belladonna faltaban es porque debían estar aprovechando el tiempo perdido (sintió ganas de vomitar).
—Es un placer daros la bienvenida a mi reino, aunque he de confesar que ha sido un encuentro inesperado —dijo la Creadora. Sonrió.
—¿Inesperado? Pero si nos has atrapado como moscas en una puta telaraña… —se quejó Terror.
La Creadora no perdió su gesto de piedra, pero tampoco su sonrisa:
—Cada uno posee sus habilidades, maese Shreck…
Terror no mostró alegría al escuchar su auténtico nombre.
—Eh, cuidado —avisó Terror a la Creadora—. Ya no uso ese nombre desde que salieron las pelis aquellas del troll zoofílico. Tengo varios nombres más Espanto, Vree, Terrore…
Lilith carraspeó.
—¿Podemos hablar los adultos? —pidió.—Insisto —apoyó Morbius y miró a Blade—. Te necesitamos, Cazador.
Blade alzó la cabeza y contestó:
—Si hay que masacrar, siempre soy necesario.
Morbius notó la decepción en el cazador. ¿Le proponían cazar y se mostraba así?
—Menos morritos, que pensábamos que estabas muerto —se quejó Terror.
La Creadora intervino:
—Y si habéis sabido que está vivo es por mí, Morbius —aclaró—. No hay nada que no salga de aquí que no sepa. He querido reuniros.
Morbius se agitó. ¿Había sido un peón más de una partida que no entendía? ¿En serio?
—¿Madre? —musitó Blade, desconcertado.
La palabra resonó en la estancia, para muchos era una revelación.
—¿Madre? ¿En serio? ¿Reencuentro familiar? Odio los reencuentros familiares —dijo Lilith y su rostro mostró un gesto de asco.
—¿Madre? —valoró Terror mirando de arriba abajo a la Creadora—. Pues está bastante buena…
—¿Podemos coserle los labios? —preguntó Lilith señalando a Terror—. ¿Por qué demonios lo has traído, Blade?
—Creía que podía sernos útil —confesó Blade.
—¿En serio? —preguntó Lilith dudando—. ¿Lo querías para que oliese tan mal que camuflase al resto de nosotros?
—¡Hey! ¡Eso hiere mis sentimientos! —clamó Terror.
La Creadora dio una palmada como una profesora que reclama a los niños que le presten atención.
—Habéis venido porque necesitáis a Blade como paladín de la guerra contra los Ángeles de la Mañana Silenciosa —aclaró.
A Morbius le hubiera gustado agregar algo para demostrarle a aquella mujer que no lo sabía todo, pero se acabó callando. La verdad es que era básicamente eso a por lo que habían ido.
—Yo hacía de guía, pero tampoco es que sea tan heroico —añadió Danny—. Estoy lejos de ser heroico, en realidad. ¿Podríais dejarme marchar tranquilamente?
La Creadora lo ignoró y le cedió la palabra a Blade.
—Ya se había determinado que yo llevase un ataque final contra el Maestro.
—¿Un ataque final contra el Maestro? ¿Solo uno? ¿Ha habido más? —preguntó Terror como si
estuviese participando en un chiste.
Blade miró a Morbius.
—Tienes la Llave.
Morbius miró a Danny. Este suspiró y señaló la Llave.
—Podéis usarla contra la Espada —dijo la Creadora.
Danny contempló la pequeña Llave, dorada e insignificante.
—Creo que la espada me cortaría la mano y se haría con la Llave…
Lilith negó con la cabeza. Estaba llegando a las conclusiones que Blade y la Creadora ya poseían.
—Puedes usar la Llave para enviar la Espada de Azrael a otra dimensión y quitársela a los Ángeles —dijo.
—Sin la Espada de Azrael, esos Ángeles serán como muslitos de pollos en medio de un bufet libre
—opinó Terror aplaudiendo.
—Incluso podríamos enviar la espada por partes a varias dimensiones, algunas en destrucción —pensó Morbius, con cierto optimismo.
—¿Desde cuándo eres el aprendiz de Stephen Extraño? —soltó Lilith, asqueada.
Hubo un par de frases más, pero la Creadora comenzó a aburrirse y fue cuando Terror le dijo:
—Muy bien todo, pero ¿y qué sacas tú de todo esto, reina elfa?
La Creadora aguantó la mirada de Terror. Nadie lo vio, pero el hombre muerto sí, porque dejó caer su faz como si, de pronto, sintiera vergüenza. Él, un bárbaro que había matado, defenestrado, arrasado y aniquilado mundos. La Creadora tenía, sin duda, dones que no se veían a simple vista.
—Un mundo mejor —contestó la Creadora—. Esa es mi meta.
Morbius se encogió de hombros. Había tenido algunas ideas que ahora cambiaban. Asintió con la cabeza. Nada era lo que se esperaba. Nada.
—¿Contamos contigo, Blade?
Blade se rascó la barbilla, miró a todos los presentes y dijo:
—Enfrentarnos a una raza de bestias que podrían aniquilarnos a todos usando solo como defensa una llave, mientras ellos poseen una espada aniquiladora de especies… Y nosotros estamos deseando que esos asquerosos no nos masacren —valoró. Tomó algo de aire y se puso de pie—. ¿A qué demonios estamos esperando?
OCHO Mientras los vampiros de la Creadora se preparaban (agrupando armas, tomando poder, realizando estrategias futuras…), Danny recuperó el receptáculo con el demonio.
—Ya podéis regresar a la sombra —dijo Richard cuando se lo entregó.
—Y no iréis solo —habló Joe, que liberó el caballo fantasmal del Jinete.
Danny saludó a su corcel, que se alegraba de reencontrarlo. Luego miró a los dos vampiros: unos gemelos albinos de ojos rojizos. Deseó acabar con ambos, pero solo sería más trabajo cuando tuviera que guiar las almas de aquellos idiotas a otra dimensión.
—Bien, gracias… Es muy difícil vivir sin tus propios demonios o los ajenos —musitó Danny. No se acordaba de lo difícil que era ser mortal.
NUEVE
Rex no podía creerse lo que le estaba diciendo Belladonna. La había recuperado, abrazado, amado. Él volvió a los páramos de la cordura solo porque ella había regresado de los muertos. No comprendía como su amante podía estar diciendo algo así.
—¿Estás ofreciéndote a ir a esa batalla, Belladonna? ¿Después de todo por lo que hemos pasado? —preguntó Rex. Ella posó su mano en la de él—. ¿Dices eso?
Los cabellos dorados de Belladonna flotaron con una brisa que tenía el aroma de las flores marchitas.
—Es la guerra de nuestro tiempo, Rex, y debemos luchar —contestó.
Rex no lo soportó. Quería huir con ella, de la guerra, del Maestro, Drácula, la Creadora… De todos.
—¡Acabas de volver de entre los muertos!
Belladonna elevó sus manos. Todo el mundo pareció quedarse en paz, como si una burbuja propia les hubiera rodeado. Los poderes de la hechicera habían crecido desde que volvió de la muerte.
—Lo sé.
Rex la observó con pesadumbre.
—Tú no acabaste en otro universo como los creados por la Llave de Morbius.
—No…
El silencio imperó en la estancia.
—Has estado muerta…
—Y podría volver a estarlo —dijo ella, con dureza, admitiendo la verdad.
—Podrías volver a morir y la Creadora puede que no te salve esta vez.
Belladonna cerró los ojos y le dijo:
—No has muerto nunca, Rex. No sabes lo que hay más allá. —Su tono no fue de reproche, sino de misericordia—. No sabes lo que es estar muerto sabiendo que no tuviste un motivo por el que vivir.
Rex cerró los ojos.
—Morí cuando tú moriste.
Belladonna le dio un beso, dulce y largo, como si fuera el último. Cuando separó sus labios, murmuró:
—Y has vuelto a vivir cuando yo he vuelto a vivir.
Rex cerró su único ojo y pensó en si la Creadora habría jugado con la mente de Belladonna para convertirla en una máquina de guerra.
—Nunca he podido cambiar el futuro que veía, Rex —dijo—. Incluso así… No vi cómo moría y morí. Ahora veo un futuro donde impera la llamada Mañana Silenciosa. Y estoy dispuesta a cambiarlo. —Tomó las manos de Rex—. Este es el momento. No queda otra.
Rex se aclaró la garganta y replicó:
—Queda huir y vivir.
Belladonna dejó que Rex la abrazase y susurró:—No queda la opción de vivir si huimos. Créeme, mi amor.
DIEZ Terror cogió una enorme cimitarra para terminar su arsenal conformado por un escudo, un hacha, una daga, una espada corta, unas estrellas ninja y varias cajas más de varios artefactos.
—¿No tenéis un puñetero tanque de guerra, entonces? —preguntó Terror a Celeste. Ella negó.
Terror refunfuñó, enfadado, pero alzó su arma hacia el aire, cortando el viento.
—¡Ah, vuelvo a sentirme completo! —dijo y miró a los vampiros de la Creadora que lo habían llevado hasta la armería—. ¡Alegraros, pálidos! ¡No siempre se cuenta con un guerrero que lleva dando guerra desde la época de los vándalos en tus filas!
Luego miró a todos lados y dijo:
—¿Y dónde diantres está la cerveza? ONCE Lilith permaneció sentada viendo cómo las tropas de la Creadora se preparaban para su particular guerra.—¿Has llamado ya a tus supervivientes? —preguntó Morbius a Lilith—. Puedo abrirles el túnel con la Llave, cuando quieras.Lilith asintió con la cabeza, Morbius no entendía qué le pasaba.—¿Qué te ocurre, Reina de las Sombras?Lilith se rio de aquel título como si fuera de una broma sin gracia.—Estoy pensando en si estamos matando a un enemigo para poner a otro en su lugar.Morbius se quedó a su lado. Sabía por dónde iba Lilith. Al fin y al cabo, ella siempre se había caracterizado por una habilidad para pensar mal de los demás. «Es la hija de Drácula… Debe ser hereditario», pensó Morbius.—No confías en la Creadora —dijo.Los ojos de la mujer relampaguearon.—¿Y tú, Morbius?Los dos negaron a la vez, como enemigos en la sombra.
DOCE Los pantanos de Nueva Orleans eran grandes y oscuros. Albergaban muchas historias y muchas leyendas. Aquella noche albergarían más muertos y los muertos son capaces de susurrar cuentos que algunos son capaces de escuchar entre las ramas y la oscuridad.
—Los Ángeles de la Mañana Silenciosa se están congregando en estos lares —dijo Anna Molly acompañando a Blade—. Percibo su aura… Varios clanes aliados nos han informado de ellos. Los puestos de avanzadilla no engañan.
Blade quiso decir algo, pero una estela de fuego desvió su mirada.El Jinete Fantasma cruzó el horizonte como un cometa y su voz se oyó clara:
—¡Ya vienen, ya vienen!
Los vampiros tomaron posiciones, mientras entre las huestes se escuchaba la voz escabrosa de Terror.
—¡Ah! ¡Hijos de las mil putas! ¡Los voy a matar a todos! ¡Que vengan, que vengan!Cortó el aire con sus dos espadas y bien estuvo a punto de cortarle la cabeza a un par de vampiros cercanos.
—La gran guerra de nuestro tiempo —dijo Morbius.
—No te hagas tus necesidades encima, ¿quieres? —replicó Lilith.
A un par de soldados de distancia, Rex le susurró a Belladonna:
—Podríamos huir todavía.
Ella le cogió la mano como respuesta.
En la primera línea, Ana Molly contempló a Blade, que entrecerraba los ojos, como si escuchase a la Creadora, que se había quedado en su refugio.
—Ha llegado el momento, después de todo este tiempo.
Blade replicó:
—Acabemos con esto.
Fue entonces, justo entonces: docenas y docenas de Ángeles de la Mañana Silenciosa surgieron entre la penumbra. El Maestro iba en primera fila y arrastraba con cadenas a Drácula.
—También está Heinrich —dijo Anna.
—Ella lo dejó partir con ese propósito. Libera a tu presa si puede llevarte hasta el resto.
—La Creadora sabía que nos traicionaría y ha obrado en consecuencia.
Pero los ojos de Blade no se fijaban en el vampiro ario, sino en Drácula, convertido en un despojo. Podría acostumbrarse a aquella visión
—¡Salid, salid, de donde quiera que estéis, vampiros! —chilló el Maestro, con su armadura roja, e hizo resonar la Espada de Azrael contra el escudo con un símbolo de dragón que portaba—. Aquí tengo a vuestro padre, Drácula… Os venceré con el mero hecho de decapitarlo… ¡Solo con eso ya tendré suficiente!Los vampiros salieron de las sombras y su capitán, Blade, tomó la primera posición para responder:
—No servimos a Drácula.
Los Ángeles se quedaron paralizados. El Maestro entrecerró sus ojos sin creer en lo que estaba viendo.
—¿Blade? —musitó el Maestro.
La sorpresa no le duró suficiente. La aprovecharía. Levantó la Espada de Azrael.
—¿Quién si no? —dijo Blade.
Los tambores de guerra les reventaron los tímpanos.
Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)