Este pequeño trabajo está especialmente dedicado a las 2 personas que me han impulsado, ahora, en lo más profundo de mi vejez, y cuando hace ya más de 60 años que no veo cine y que no escribo sobre él, a pergeñar unas líneas sobre la obra inmortal de Scott: Adrián Massanet y Joan Martí.
“He visto cosas que los humanos ni se imaginan: naves de ataque incendiándose más allá del hombro de Orión. He visto rayos C centellando en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas... en la lluvia. Es hora... de morir”.
Todos nosotros, algún día, indefectiblemente, diremos algo muy parecido.
Como toda obra de arte completa, perfecta, redonda, es susceptible de tantas interpretaciones como espectadores. Yo sólo puedo dar la mía, que voy a tratar de exponer todo lo resumidamente que pueda.
No sé por qué a mí, este párrafo final de Blade Runner, me recuerda al mejor Rilke, el de las Elegías de Duyno, tiene la misma desengañada perspectiva final sobre nuestro destino: todo lo que hemos sido, todo lo que hemos hecho, todo lo que hemos deseado, todo lo que hemos querido, se perderá en el tiempo como las lágrimas en la lluvia. Es hora de morir, sólo que Rilke casi un siglo antes, en pleno postromanticismo, se rebela contra este destino y proclama que toda vida es vivida, toda existencia tiene su secreto.
Yo creo que no, que todo, absolutamente todo se pierde en el abismo del tiempo como las lágrimas en la lluvia, las partes en el todo, en realidad es lo mismo que decía Rilke: “¿quién, si yo gritara, me escucharía entre las jerarquías de los ángeles?”, antes de que la duquesa o la condesa a expensas de la cual vivía le obligara a escribir un final feliz, como, luego, hiciera la Warner con Scott.
Llueve, llueve siempre en la película y sólo este magnífico detalle hubiera bastado para que yo adorara esta cinta. Pero están también otras muchas cosas, en realidad, la obra se plantea quizá los problemas más serios a los que se enfrenta el ser humano:
¿Existe Dios? Y el artista que no es sino un dios pequeño, un dios minúsculo, no tiene más remedio que contestar que sí, sólo que su Dios es un tipo cegato que se equivocó en todo, cuando creó a sus androides, limitando tanto su existencia en el tiempo, ¿por qué, no sería por falta de espacio porque ya podían llegar a casi todos los planetas del universo?, yo creo que fue por miedo a que los replicantes, creados artificialmente, pero hechos con materiales más fuertes y resistentes que los que tenemos nosotros, acabaran, imponiéndosenos, aquí me vuelve a venir, otra vez, a la memoria el recuerdo de Rilke: “todo ángel es horroroso”.
Yo, que no conozco, ni la novela inspiradora del guión ni siquiera éste, no sé si, al final, el replicante salva al hombre porque tiene compasión de alguien que está a punto de morir como también lo está él, sería un acceso de humanidad, de solidaridad, un intento de que la lluvia no se lo lleve todo como si fueran lágrimas, en el recuerdo del policía, siempre quedará la memoria de aquel androide que le salvó la vida y ese recuerdo será ya la única manera de sobrevivir a la que puede aspirar el replicante, que no es sino un trasunto nuestro, que sólo viviremos el tiempo que aquellos a los que hayamos hecho el bien se acuerden de nosotros.
Esto ¿es un alegato religioso o precisamente todo lo contrario? Porque los que creen esperan seguir viviendo más allá de la muerte y los replicantes ya saben que no lo harán. Por eso odian a muerte, hasta ese terrible asesinato por aplastamiento de su cabeza, a un dios que fue cegato para todo pero, más que nada, para deshumanizar a sus criaturas.
Por eso la cinta es una de las mejores parodias de la humanidad. El hombre es un ser tan banal que incluso parece superado por sus propias criaturas, Aznar, Rajoy, Bush, Blair, ojalá hubieran sido sólo replicantes, ahora, se hubieran ido juntos al puñetero infierno y no seguirían por ahí creándonos todos esos problemas que amenazan con acabar con todos nosotros.
Han creado un tiempo triste, mucho más que lluvioso, y los aparatos que sus científicos nos proporcionan no sirven siquiera para que escapemos a la maldición del hambre, el propio mundo, la propia vida parecen enloquecidos no saben hacia dónde ir, oscilando entre los tenebrosos edificios ruinosos y unos aparatos tan sofisticados que sólo nos crean confusión y rechazo, de nada nos vale que tengamos aviones sin piloto capaces de llegar tan lejos como nos propongamos si ya nadie sabe dónde quiere ir, porque en todos sitios reina ya el miedo a un futuro que ya sabemos que no dominaremos nunca.
Todos nos hemos convertido en replicantes y un ejército invencible de “blade runners” nos rodea insalvablemente, no podemos escapar a este cerco inhumano que ni siquiera sabemos ya qué quiere de nosotros y no tendremos el consuelo de escalar hasta la cumbre en donde habita ese dios cegato que nos ha hecho así, tan condenadamente miserables.
Y los ángeles y los arcángeles ya ni siquiera tocan las trompetas del apocalipsis porque no tienen compasión de nosotros y nos van a dejar caer desde la altura hasta lo más profundo de nosotros mismos porque como dijo el genio, todo ángel es horroroso.