Revista Cine

Blancanieves - Crítica

Publicado el 29 septiembre 2012 por Linkk @linkk_81
La palabra fusión, reiterativa en nuestros días, tendría extraña concepción si mezclásemos el folclore ibérico, los cuentos de hadas y el séptimo arte. Es por ello que los primeros fotogramas de Blancanieves despiertan -sacudidos por una personalidad visual incuestionable- una sensación extraña, a medio camino entre el interés por aquello que promete oler a nuevo, y lo que no deja de anclarse a un pasado/presente muchas veces transitado, por el simple y lícito objeto de sobrevivir en la realidad actual del cine nacional. Una corrida de toros, unos olés silenciosos, el repiqueteo de unos tacones, y el eterno flamenco. Bañado en cine mudo, de acuerdo, pero también presagio de algo incierto, con algún viso de terminar en tragedia para el espectador harto de un cine español que ha devenido ya demasiadas veces rastreador intrascendente del pasado.
Algo cambia en Blancanieves cuando un impoluto vestido blanco de comunión entra en un barreño lleno de tinte negro, y sale transformado en prenda de luto. Tan elegante presentación/metáfora de la omnipresente muerte es sólo el primer retazo de una obra personal, tan capaz de pervertir un cuento casi sagrado -La portada de Lecturas como brillante símil del "espejo mágico"; el enano más apuesto convertido en príncipe; un gruñón radicalizado hasta la maldad; el renacer de Blancanieves como espectáculo circense- como de castigar al personal con unos primeros planos que podrían haber salido del cerebro de Buñuel, y que son, en muchos casos, el retrato de una España que, contra su voluntad, se redirige a lo que fue y debió dejar de ser para siempre: la ignorancia, la boina, y las caries sin tratar. 
Pablo Berger utiliza el cine mudo más como recurso que como homenaje (véase The Artist), lo que impacta, extrañamente, en un ensordecedor magnetismo casi imposible de imaginar en un diálogo hablado. Aquí, la emoción desborda hasta trascender el sonido, habla por sí misma, y se vale de la intensidad de las miradas, la alegría, la desgracia y hasta el horror para comunicar. Ante el silencio, el campo visual parece expandirse; las sensaciones, multiplicarse. Tal vez sea por eso que imaginemos un castillo de Burton en la presentación de la mansión del torero, o que esperemos ver a la Juana de Arco de Dreyer hablando a la cámara junto a Blancanieves. Esta apuesta no convierte a esta obra en mejor película que las demás, pero es indiscutible que no la podamos imaginar de ningún otro modo.
El estreno de Blancanieves viene unido a un anuncio importante para la carrera de la película: representará a España en la Gala de los Oscar. Es curioso -aunque enriquecedor- que, en tiempos de crisis, el cine español quiera ligar su futuro comercial a una obra rodada en blanco y negro, sin más voces que la banda sonora, y que, de no ser por este privilegio, sólo llamaría la atención del amante de lo singular. España, falta de poderío en estos tiempos, parece, con esta difícil apuesta, querer gritar desde el silencio que aún queda talento en sus entrañas. Extraña y desconcertante obra, la Blancanieves de Berger, pero también romántico símbolo de resistencia a la amarga intrascendencia a la que parecemos abocados.

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revista