Revista Diario
Desde el principio, el rey supo que no había sido una idea brillante el ponerlos a trabajar juntos, pero qué remedio le quedaba. O si le quedaba remedio, pero qué pereza organizarlo de otra forma. Desde el principio, fue un error. El peón blanco no dejaba de recordarle al negro que él había llegado primero y que, por lo tanto, movía primero, dijera lo que dijera el negro. Su brillo oscuro no borraba ese hecho. Y el negro, después de haber dado los primeros pasos, no podía volver atrás. Por mucho que el blanco hiciera para borrarlo del tablero, el pequeño peón siguió, escaque a escaque, hacia el otro lado. La cosa empeoró cuando el blanco alcanzó la última fila negra y pidió ser convertido en dama. El acoso se convirtió entonces en tóxico. El antiguo peón blanco era como una manzana podrida. En poco tiempo, había contaminado a los que lo rodeaban. Y el peón negro no sabía cómo escapar. De pronto, vio una luz de color gris en el tablero blanco y negro. Una pequeña esperanza de supervivencia. Aunque quien algo quiere, algo le cuesta. El blanco meneó la cabeza con incredulidad al ver a los negros exponer un caballo. Y se movió, como la dama que creía ser, barriendo el tablero, sólo para darse cuenta - demasiado tarde - del jaque mate.