Revista Cultura y Ocio

Blitz

Publicado el 31 agosto 2015 por Aurisecular

BLITZ

En una sociedad en la que, normalmente, lo que rodea al ciudadano sirve para "Sacudir a la gente, bambolearla, increparla", Beto, el protagonista deBlitz , podría ser un moderno Ulises, pues en sus paisajes quiere "encontrarnos de nuevo a nosotros mismos y descubrir la casa, la calle, el tiempo, el amanecer, el atardecer, el sol, las nubes, lo orgánico".

Se podría decir que Blitz son los sentimientos que experimenta Beto en la búsqueda de su verdadera personalidad durante un año. Ésta es la clave de la novela; la mirada introspectiva que el hombre sólo podrá tener cuando algo falle en su rutina y le obligue a reflexionar. Es una llamada a encontrarnos a nosotros mismos.

BLITZ

La novela contiene, en su estructura externa, doce divisiones, una para cada mes del año, absolutamente irregulares porque enero ocupa la casi totalidad del libro. Lo que sucede en el resto del año se resuelve entre una y tres páginas para cada mes. Con esta estructura, David Trueba consigue algo parecido a lo que ocurría en El Lazarillo: marcar el efecto del paso del tiempo en el personaje; según los amos que influyen en Lázaro o según los meses que afectan a nuestro arquitecto. En ambas novelas, los detalles vienen al principio para relatar las condiciones del protagonista. A partir del Tratado IV todo fluye más rápido en la primera novela española moderna; y a partir de febrero, en Blitz, el lector tiene la impresión de que el suceder de los meses es un mero paso del tiempo durante el que Beto madura.

La estructura interna estaría marcada por los viajes, en los que, como Ulises, fracasa una y otra vez hasta que consigue para él el objetivo que se había propuesto en su labor paisajística. En el primero, pasa tres días en Múnich, ciudad a la que acude para participar en un concurso sobre paisajes urbanos. Allí termina la relación que mantiene con Marta desde hace 5 años, y abre dos nuevos vínculos, uno con Álex, quien se convertirá en su apoyo laboral, y otro con Helga, su apoyo emotivo mediante el que intentará conocerse a sí mismo. Después realizará otros viajes, a trabajar en Barcelona, a visitar a amigos y familiares en Madrid. En ellos reflexiona sobre sus sentimientos según va pasando el tiempo.

En febrero toma conciencia de su soledad, de que nada lo ata a nadie.

En marzo se percata de no sentirse ligado a nada.

En abril encuentra a Anabel, una compañera de trabajo mayor que él, que le ofrece su casa para vivir, donde se da cuenta de la incomunicación que los envuelve.

En mayo rechaza la reaparición de Helga, aún tiene miedo de la fugacidad que marca el paso del tiempo.

En junio añora mantener alguna comunicación real con alguien.

En julio experimenta la depresión de su aislamiento.

En agosto reflexiona sobre su pérdida del sentido del humor.

En septiembre simplemente deja pasar el tiempo.

En octubre diseña una línea de relojes de arena en la que se anule lo angustioso del paso del tiempo.

En noviembre se siente fuera de lugar en sus proyectos de trabajo.

En diciembre, como un eterno retorno, vuelve a tomar conciencia de su soledad, a pesar de estar rodeado de gente, por lo que realiza un último viaje a Mallorca, a buscar a Helga. Allí encontrará sentido a la vida.

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También predomina la amalgama de tipos de lenguaje: sobresale el coloquial, a veces con repeticiones anafóricas para resaltar pequeñas o grandes obsesiones "Dice que... Dice que... Dice que...", pero en ocasiones los tecnicismos aportan realismo "un intenso nigeriano vestido con el sokoto y la buba amplios y el sombrerito fila"; aunque lo que destaca es el lenguaje inclemente, casi vulgar, al relatar con dureza y tristeza el acto sexual ejercido por despecho o con alguien que no entra en los cánones de belleza "un atasco de los sentidos, algo entumecidos, que se negaban a más éxtasis. Así que saqué mi pene sobrehidratado y me hice una paja sobre ella, corriéndome esta vez sobre el ombligo y los pliegues de su vientre blando".

Sin embargo, hay humor en la visión de la tristeza que supone la soledad; los juegos de palabras sirven al protagonista para burlarse de quien le cae mal "Álex Ripollés - Álex Gilipollez" o incluso de sí mismo "Por una errata, detrás de mi nombre en lugar de paisajista habían escrito pajista. Beto Sanz, pajista".

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Las metáforas tienen también un punto humorístico, tanto en las atípicas "(el kebab)...lo embalsamaba en papel de plata", como en las actuales "Marta fue un país de acogida. Pero ahora me quedaba fuera del sistema solar...", o las referidas a la crisis "...jibarizaron los recursos posibles". Y, entre sonrisas, el lector asiste al sufrimiento del protagonista, a su patente naufragio interior que lo lleva a situaciones increíbles por hiperbólicas: "Estábamos situados sobre una tarima que elevaba 15 centímetros nuestra charla sobre el poco público presente. Con mi empujón, la silla rodó hasta el borde y cayó al corto abismo".

En la realidad familiar "Marta y yo habríamos tenido hijos en un tiempo, seguro, cuando las economías fueran mejor y nuestros trabajos más suculentos".

En fin, Trueba aprovecha para denunciar situaciones vergonzantes, aunque también esparce por las páginas constantes alusiones, guiños y curiosidades sobre el cine que enriquecen, aún más, esta novela.


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