“Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos”.
(Lucas 14,12-14)
Nos reunimos a las 10 de la mañana en la plaza para organizarnos y distribuirnos. Unos traen sillas y mesas, otros cortan turrones y preparan una macedonia, otros escogen regalos personalizados para cada asistente. A las dos empiezan a llegar los primeros amigos de la calle. Encuentran las mesas preparadas con decoración navideña, un mantel rojo, vaso y copa y, sobre todo, un lugar reservado para ellos con una tarjetita con su nombre marcando su sitio. La sala se va llenando de los amigos que viven en la calle, las personas de los barrios más marginados de la ciudad de Barcelona. Servimos la comida: menú de Navidad, ellos no son menos: de primero, canelones; pollo de segundo y de postre una macedonia con turrones y mazapanes.
Después del almuerzo, llega el momento más esperado por los pequeños y también por los mayores: la llegada de Papá Noel, que trae consigo bolsas con regalos. Pero no el mismo para todos, no. Es un regalo distinto y personalizado. Este pequeño detalle se agradece mucho.
Todos recordaron a posteriori con mucho cariño la comida de Navidad y nos expresaron su gran agradecimiento: “La mejor comida de mi vida”; “Y la mesa estaba preparada con todo el detalle, porque yo soy pobre, pero sé cuando está bien puesta una mesa”. “Tenía un asiento reservado. ¡Con mi nombre escrito!” “¡Me han regalado un saco! ¡Con la falta que me hacía a mí un saco!” “No recuerdo cuando fue la última vez que alguien me hizo un regalo”; “Inolvidable, muchas gracias, no lo olvidaré nunca…” Estos son algunos de los comentarios que nuestros amigos nos regalaron.
Al finalizar el ágape, acompaño a Aboubakar, un amigo de la calle, al hospital porque durante la comida ha empezado a convulsionar. Aboubakar, Buba entre nosotros, tiene unos 30 años. Su olor delata que hace semanas que no se ducha, así como los piojos que corren a centenares por su chaqueta y su cabello. Lo llevamos a urgencias. Dos horas de espera hasta ser atendidos. En la sala, comentarios del tipo: “Qué peste, huele a mierda, ¿cómo pueden atender a gente que huele así de mal?”. “Hijo, apártate de ese hombre que huele a mierda, qué cerdo…” Por donde pasaba Buba, la gente creaba automáticamente un perímetro de metros de distancia.
Después de más de dos horas aguardando, al fin nos llaman. La enfermera, amablemente, nos atiende. El médico dice que hasta que no se duche no lo va a recibir. Lo llevan a duchar. Las enfermeras insisten en que se asee, pero Buba se niega. Tras media hora de insistencia, al final tiran la toalla y me llaman para que lo intente o bien para que nos vayamos. Le digo: “Buba, vamos a ducharnos”. Y con esta breve y sencilla, pero personal frase, Buba accede sin problemas. ¡Cuánto ganaríamos si empezásemos cada frase con el nombre de la persona a la que nos dirigimos!
Después del baño, el médico lo visita. A la auscultación presenta sibilantes y roncus por los dos campos pulmonares, así que el médico solicita una placa que presenta un infiltrado difuso en ambos campos pulmonares por una bronquitis grave y bilateral y, además, imágenes sugestivas de tuberculosis. Se le solicita un cultivo de esputo para estudiar la tuberculosis y un análisis de sangre. Pasará la noche en urgencias y al día siguiente lo trasladarán a otro hospital.
Hoy he comido dos veces
Buba pasó la noche en urgencias. Para nosotros, la estancia en el hospital es desagradable, triste, deprimente… Vamos, que no nos gusta. No sucede lo mismo con Buba y personas que, como él, se encuentran en la misma situación.
Al día siguiente voy a visitarle, y compruebo que se encuentra ya en la planta de enfermedades infecciosas del hospital del Mar. Nunca lo había visto tan bien, y al hablar con él, sus palabras ratifican mi opinión.
Iñaki: ¿Cómo has dormido?
Buba: Muy bien. Se está muy caliente. No pasa viento. No hace nada de frío. (Nosotros nunca hemos pasado el frío que ellos pasan cada noche.)
I: ¿Cómo estás en el hospital?
B: Genial, ¡Hoy he comido dos veces! ¡Y la comida estaba caliente!
Para nosotros es bien normal comer dos veces, pero para él es toda una noticia, y así me lo expresa, como una noticia, excelente por cierto.
I: Quizá te tengas que quedar aquí unos días.
B: Como si son meses… Estoy mejor que nunca.
Para Buba el hospital es como un hotel de cinco estrellas. Lo tiene todo, no le falta nada: calor, ducha diaria, comida caliente dos veces al día, cama con colchón…
I: ¿Nadie te ha venido a visitar? ¿No tienes familia?
B: Sí que tengo, pero como si no la tuviese.
I: Hombre, no digas eso… Bueno, ahora nos tienes a nosotros.
B: ¿Me vais a venir a ver cada día? Me ha hecho mucha ilusión vuestra visita.
El “reposón”
Ha pasado ya una semana desde que ingresaran a Buba en el hospital. Hoy hemos ido a verlo. Tras ponernos la mascarilla preventiva, hemos accedido a su habitación y lo hemos encontrado sentado en la butaca, pero al instante se ha levantado y su cara se ha transformando en una enorme sonrisa al ver nuestra presencia. ¡Qué gusto visitar así a los amigos! ¡Qué gusto esta alegría del recibimiento! Buba ahora se encuentra bastante mejor, tiene mejor aspecto, está más activo, tose menos y tiene muchas ganas de hablar, pues los primeros días no tenía fuerzas ni para eso. Sin embargo, hoy ha estado hablando un buen rato, se notaba que somos su única visita. Destaco un pequeño diálogo de la larga conversación que mantuvimos:
Buba: Aquí se come mucho y además la comida está muy buena.
Iñaki: Eres la única persona que conozco que le gusta la comida del hospital y que dice que se come mucho (imagínense a lo que debe estar acostumbrado a comer y cuan poca cantidad).
B: Me dan desayuno, comida, merienda, cena y “reposón”
I: ¿Reposón?
B: Sí, a eso de las 12 me dan un “reposón” para ir a dormir.
I: ¿Y qué es esto del “reposón”?
B: Pues es un vaso de leche caliente y unas galletas muy buenas.
I: Veo que también te han cortado el pelo. (llevaba una melena sucia y llena de piojos). Así estás mucho mejor.
B: Sí, y también me han afeitado.
I: ¿Te aburres mucho?
B: Estoy muy bien aquí. Por las noches, antes de dormir, me enciendo la tele y la miro un poco. No conozco ningún programa, ni sigo ninguna novela, hacía muchísimos años que no veía la tele.
I: Muy bien, veo que estás muy bien organizado.
B: Sí. Bueno, si no es mucha molestia, ¿me podríais traer un bolígrafo?
I: ¿Un bolígrafo? Sí, claro, mira creo que llevo uno. (le doy el bolígrafo que llevaba en la mochila). ¿Para qué lo quieres? ¿Para escribir? ¿Quieres que te traigamos también una libreta?
B: Sí, es para escribir; pero ya tengo papel. (Se levanta, abre el cajón de la mesilla y nos enseña las servilletas que guarda de las comidas).
I: Pero en las servilletas es difícil escribir, el próximo día que vengamos te traemos una libreta también.
B: Pues muchas gracias. Muchas gracias también por visitarme.
I: De nada. Vamos a hablar con el médico para que nos explique a ver cómo vas evolucionando y qué es lo que tienes.
Ya nos marchábamos cuando nos dice: “Cuando me trasladaron al hospital, vinieron a buscarme unos hombres todos uniformados y vestidos con colores muy chillones de arriba a abajo (el uniforme de los conductores de ambulancias) que me asustaron. Se me llevaron en la camilla a la ambulancia, pero qué susto”.