Revista Cine

Blood and Wine - 1996

Publicado el 12 abril 2016 por Jimmy Fdz
Blood and Wine - 1996
Director: Bob Rafelson
  Bob Rafelson ya no dirige. Está vivo, pero ya no dirige. No desde hace 14 años. A estas alturas creo que ya no hay esperanzas de que vuelva a hacerlo. Su filmografía consta de once películas hechas a lo largo de 34 años (48, si es que quieren contar el tiempo que ha estado retirado). "Blood and Wine", su antepenúltima película y la que me hizo conocer su nombre, la encontré un buen día en la tele, hace cuatro o cinco años, y vaya que fue una grata sorpresa. Durante mucho tiempo he tenido ganas de volver a verla y, desde luego, comentarla para ustedes. Y acá estoy, volviendo a disfrutar como aquella vez.
  Jack Nicholson es un hombre despreciado por la viuda con que se casó y el hijo de ésta, quizás porque es medio cabrón pero, sobre todo, porque no tiene mucho dinero (aunque eso se nota muy poco) y a los ojos de su bonita familia es un fracasado. No es que le importe, después de todo, tiene sus propios planes: robar unos codiciados diamantes y hacerse rico. Pero, ¿han visto algún plan perfecto alguna vez?
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  "Blood and Wine" es un delicioso serie B protagonizado por estrellas, o al menos ése es un pensamiento que me gustó y que quise materializar ahora mismo. La trama consta de planes perfectos, traiciones de uno y otro lado, romances por doquier, dinero y sentimientos determinando el destino de estos personajes ya sumidos en la espiral de perdición, y mucha violencia desatada en peleas domésticas, persecuciones a toda velocidad y equivocaciones que invocan al dios de la ira. Como una telenovela, pero gringa y bien escrita, actuada y dirigida... y manteniendo ese toque tan sabrosón. Pasan muchas cosas, un ojo demasiado serio podría decir que exageradas, pero en realidad Bob Rafelson desarrolla un relato que bebe bastante del noir y del melodrama, y no sólo en lo referente al argumento y/o narración, sino que también a la ejecución formal, a la puesta en escena. Si no me creen, presten atención a la iluminación, los colores y el exquisito despliegue de arte, que junto con la buena mano de Rafelson construye una sudorosa y atractiva atmósfera tan propia de Miami y que de por sí es motivo suficiente para quedarse mirando las disputas de estos personajes. Hay suspenso, hay explosiones violentas, hay un irónico sentido del humor personificado sobre todo en el genial y memorable personaje de Michael Caine, a quien da gusto ver en papeles alejados de la ñoñez nolanita y más cercano a esos tipos duros que tan bien interpretó en los sesenta y setenta, aunque acá es bastante vulgar para su elegante acento inglés (eso, y que tose sangre, fuma como chimenea y usa camisas floreadas). Del puñado de buenos y atractivos personajes que vemos (menos el de Jennifer Lopez, que no sé por qué se cree actriz), insisto, el de Caine es el mejor... El más humano, el que más empatía me causaba, y es que a pesar de ser el más violento y el menos respetuoso por la vida ajena (sus maneras dejan mucho que desear, aunque su personalidad sí que encanta), Caine logra darle cierta inocencia y candidez, dotar a su personaje de un aura tan vulnerable como peligroso. Y no es por nada, pero el tipo hace lo que hace porque no quiere morir, porque quiere pasar sus últimos días en paz, mientras que Nicholson... oh, el buen Nicholson está colmado de codicia y otros pecados. Me parece interesante el tándem formado por esos dos: Caine es el criminal, ya saben, del verbo ser; por su parte, Nicholson, que no es un criminal del verbo ser aunque haga cosas consideradas criminales, parece ser peor. O eso me parece a mí. Como sea, no vengo a hacer un exhaustivo análisis. Mi noble intención es recomendarles una película que sabe exactamente como presentarse, desarrollarse y concluirse, pues sabe (y respeta) de donde bebe, y teniendo eso en cuenta, se puede conformar una sólida base sobre la que agregar detalles e intereses propios del director, lo que finalmente hace de "Blood and Wine" una experiencia del todo menos mecánica, repetida e inverosímil. Oh señor, qué problemas más calientes suceden en Miami.

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