Para los que ya tenemos cierta edad Bob Dylan es una referencia. Y no sólo para los que simplemente ha escuchado sus canciones, sino también para grandes cantantes, como Lou Reed, Bono, Bruce Springsteen, Leonard Cohen, David Bowie, Bryan Ferry, Paul Simon, David Gilmour, Keith Richards o Patti Smith, que han reconocido su importancia en la música contemporánea.
Pero este post no va de música, por eso no voy a extenderme en la accidentada y variada trayectoria del cantante. Sólo me interesa una frase de una de sus canciones más emblemáticas, Blowin’ in the wind: Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas.
Porque este post no va de música, va de muerte. Concretamente, de una muerte.
En un día en que miles de páginas web se centran en la noticia de la muerte de Delibes, o en el treinta aniversario de la muerte de Félix Rodriguez de la Fuente, hay otra muerte que me gustaría que se recordase más. No porque las de los ya mencionados sean menos importantes o menos tristes, sino porque se produjeron de una forma, digamos, más “lógica”. Una por la edad (Delibes) y otra por accidente (Rodríguez de la Fuente) de quien había arriesgado tantas veces su vida que era hasta cierto punto esperable que su muerte se produjera prematuramente.
Hoy hace 65 años que en el campo de concentración de Bergen Belsen murió Ana Frank. Creo que no hay que explicar más. Sólo señalar dos cosas. Que no he visto ni mención al hecho en muchos periódicos que he consultado. Que no hemos aprendido nada porque, a día de hoy, se siguen cometiendo genocidios.
Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas.