Antes de nada debo reconocer que no soy un ciego seguidor de Woody Allen. Tras evidentes películas excepcionales, en el pasado; el género actual específico del autor, el filme-turístico europeo (Estocolmo, es la última de las capitales que se ha sumado a sus propuestas; por el momento, sin aceptación por parte del cineasta), había dado, a mi entender, pocos frutos a la altura de lo deseado. Desde Match Point (2005), sus trabajos me habían dejado más bien frío, pero Blue Jasmine, sin lugar a dudas, va directa a integrar lo mejor de su filmografía.Woody Allen ha creado una obra maestra visual sobre las falsas apariencias, el destello del lujo a cualquier precio y, totalmente inhabitual en el cine americano, las diferencias entre clases sociales (o, para ser exactos, económicas). Como buen moralista, el cineasta nos presenta a su criatura perdida, en primera clase del avión que la traslada del ático de los barrios altos neoyorkinos al apartamento del primer piso de su hermana en San Francisco, contando sus desgracias a su vecina de viaje.Jasmine, elegante, educadísima y atractiva, desembarca en la calle, arruinada por un marido que se ha dedicado a desfalcar a todo bicho viviente desde hace años, sin ningún tipo de escrúpulos, para pegarse una vidorra de lujo (la historia parece inspirada en la del estafador, Bernard Madoff, que acabaría en la cárcel). Pobre Jasmine, sin un duro, pero eso sí, con su colección de maletas de cuero repletas de vestidos de marca.Era necesaria una actriz como Cate Blanchett (no me extrañaría que se llevase el Oscar a la mejor actriz, arropada por la excepcional Sally Hawkins) para integrar este personaje tan problemático. Evidentemente, la primera reacción del público es la simpatía que despierta alguien tan desorientado como Jasmine. Pero las dudas ya empiezan a surgir en los primeros minutos. Jasmine en realidad se llama Jeanette French, que ya es exótico en EE.UU., pero ha preferido cambiarse de nombre por Jasmine, aún más exótico, chic y elegante para los fines que persigue.El choque que se produce su pasado de lujo y su presente mediocre (que, para la mayoría, sería contar con la suerte de tener un apartamento, unos amigos y un trabajo) para la protagonista es peor que el infierno dantesco: la decoración es vulgar, el novio de su hermana es un garrulo y, además, trabaja como cajera en un supermercado). Demasiado para alguien tan fino como ella. Y esta narración alterna le sirve al director para ir desgranando su antigua vida en Nueva York, frente a la actual de San Francisco. Resulta sorprendente que, en general, la prensa haya tratado a la protagonista de esta película con tanta amabilidad, sin percibir, lo que creo más interesante de ella, su dualidad, su carácter perverso y un sutil arte de la manipulación que va apareciendo, poco a poco, gracias a ínfimos detalles y grandes secretos ocultos.La actualidad diaria en nuestro país nos presenta a muchas Blue Jasmine, mujeres inteligentes que, de la noche a la mañana, desconocían todo de las actividades de sus maridos, no se preocupaban de lo que firmaban pero que comparten una misma actitud, haber disfrutado años sin preguntarse de dónde surgía tanto dinero. Inteligentes en la riqueza, idiotas en la pobreza. Woody Allen ha creado un monstruo. Jasmine no es blue, es black.