La Academia sueca ha otorgado a Bob Dylan el premio Nobel de literatura. Yo se que muchas (y muchos) estáis esperando a ver cuando aparece aquí Andres Valencoso. No nos demoremos mas.
Cada año la Academia sueca se esfuerza en darnos a conocer un nombre impronunciable de obra exquisita (Tranströmer, Szymborska) algún poeta desconocido y pretendidamente imprescindible que nos deja cara de póker y enaltecimiento de cejas. El Nobel nos hace un poquito más ignorantes. Todos los años el anuncio del galardonado viene con una retahíla de detractores y defensores que aprovechan para escupir su rencor o su erudición (¿no será la erudición una forma refinada de odio?). Pero yo no he venido aquí a hablar de eso. Yo he venido a hablar de rock&roll.
Ignoro cuáles son las aportaciones del viejo Zimmerman al arte de la poesía. Entiendo que no basta con ser un poeta, pues poetas hay miles, y formas de poesía tantas como quiera el respetable, Duchamp decidió volar por los aires el corsé de la estética plantando un urinario en el museo de Nueva York. Desde entonces hay miles de críticos rondando ideas como lobos hambrientos y desorientados. Con el cantautor de Minnesota puede pasar lo mismo. Pensemos como un viejo rockero antes que como un viejo crítico de arte para no perder la perspectiva. La cuestión no es comprender si Dylan lo merece o no, si tiene o no méritos o si la poesía fue primero oral y acabará siendo anal. Pensemos cuándo empezó todo a joderse, como diría otro Nobel.
El intrusismo de la Academia sueca en el mundo del rock descubre las carencias de la institución a la hora de servir de guía o a la hora de formalizar un canon peligrosamente cercado por la lógica del capital; pero corona un recorrido que empieza con Bono entregando sus gafas al Papa Wojtyła, continúa con BB King regalando su guitarra al mismo Papa, Mick Jagger doblando su espalda para convertirse en Lord y el mismo Dylan cantando en privado de nuevo para Juan Pablo II. Entiendo que The times they are a changin, pero una cosa es cambiar y otra, muy distinta, renunciar a tus principios. Si Dylan representa algo es aquella contracultura que nació en los sesenta en los Estados Unidos de américa. Una contracultura que suponía la negación del discurso predominante por una nueva verdad irreverente, contestataria, siempre en lucha. Una verdad que no admitía premios ni castigos y que lo único que le interesaba era expresar su dolor. Aquellos jóvenes no pensaban hacerse ricos, pensaban cambiar el mundo.
La cuestión no es si Dylan merece o no el premio, la cuestión es si debe aceptarlo, la cuestión es si el rock&roll también ha palidecido frente a la descomunal supremacía del pensamiento único.
Yo creo que Suecia ha perpetrado su mayor provocación entregándole el premio a un norteamericano (recordemos la polémica entre la academia sueca y la narrativa estadounidense), lo que le corresponde al gran Dylan es perpetrar el asesinato perfecto rechazando el premio.
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