Revista Cultura y Ocio

Bobby Logan, de Miguel Ángel Oeste

Publicado el 04 enero 2012 por José Angel Barrueco
Bobby Logan, de Miguel Ángel Oeste
Entrar en Bobby Logan significaba ascender al Cielo. Bastaba con subir al avión pilotado por Bobby, el aviador de eterna sonrisa y ojos azules, que te llevaba más allá de las nubes en un vuelo sencillo o en una amplia gama de vuelos opcionales con piruetas inverosímiles.El Cielo como una fiesta sinfín llena de mujeres, disc jockeys, bebidas sin límite, juegos de luces artificiales, humos sintéticos y jóvenes ávidos y extasiados por hallarse en el Paraíso dando vueltas como la aguja de un vinilo a 33 revoluciones por minuto. Una aguja que emitía sonidos melódicos sin pasado ni futuro y que antes de terminar eran mezclados con otros sonidos melódicos sin pasado ni futuro. Una mano que subía un canal mientras la otra bajaba el canal que sonaba: una mezcla. Una canción que bajaba y otra que subía y la música no se detenía dando vueltas y más vueltas en platos que giraban y giraban y nunca dejaban de girar. Agujas amando las curvas de los vinilos a 33 ó 45 revoluciones por minuto, igual que se amaban a las mujeres. Agujas que expulsaban letras malas, cursis, sentimentales, vomitivas, sexuales, hedonistas, el aquí y el ahora en una metamorfosis de movimientos, moverse y jamás parar, sexo y drogas y la obligación de sentirse bien y divertirse y estar en un continuo baile de neuronas y hormonas, que provocaban sensaciones químicas, físicas, en espirar, como los títulos de Vértigo, que también se llamó De entre los muertos, igual que la sensación de estar vivo y muerto en esos pases de tarde o noche cuando accedíamos al Cielo en Bobby Logan.

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