Revista Conciertos
Este viernes 22 de mayo, festividad de Santa Rita, acudía a mi concierto de la OSPA con David Lockington, principal director invitado de la formación asturiana, y de nuevo sentí vergüenza ajena, auténtico bochorno e indignación ante las reiteradas faltas de educación por parte de un público inconsciente que parece seguir considerando un concierto como un acto social donde todo vale. Se han perdido valores como el saber estar, la convivencia en armonía, los buenos modales y en estos tiempos de agitación social será difícil recuperar una forma de entender la vida que parece trasnochada. Lo malo es que quienes eran el modelo a seguir, nuestros mayores, están desnortados ante una sociedad permisiva donde ni siquiera una mirada asesina, un gesto de desaprovación y no digamos la osadía de llamar la atención, parecen tenerlo en cuenta.
Estoy harto de los móviles que suenan en un concierto pese a los avisos por megafonía, supongo que desconociendo la utilización de una tecnología que les desborda, incapaces de apagarlos porque no recuerdan el "pin" o simplemente ignorantes de una función como la de "enmudecer" estos artilugios que les sobrepasan. El director esperaba el necesario silencio para arrancar el concierto con un Fauré abriendo velada, pero murmullos, toses y el dichoso teléfono que suena. Ni siquiera entienden el lenguaje corporal, un maestro que vuelve a bajar los brazos esperando deje de emitir sonido el dispositivo. Ni un mal gesto y cuando comienza a fluir la música, otro silbido avisando de mensaje de "guasap", algo más moderno que el público de edad ni conoce, por lo que vislumbro mala educación que tampoco exime de nuevos desconocimientos.
Tras avanzar en el hermosísimo Preludio de la suite de "Pelléas y Melisande" el acompañamiento de toses vuelve a arreciar, un bombardeo por doquier y el problema de los caramelos cuyo manejo parece fácil pero que en vez de buscar rapidez al desenvolver se vuelve calvario antes de alcanzar el objetivo de aplacar una tos que emerge protagonista del concierto.
Supongo que a nadie se le obliga a asistir a un concierto que además cuesta dinero, menos para los mayores de 65 años, pues sería del género idiota, así que vuelvo a preguntarme qué causa lleva a cierto público a esta actitud negativa frente al placer de la música, a comentar con el de al lado supongo, que es mucho, algo de lo que está sonando como si de un CD en la cadena de casa se tratase, o una emisión en la tele de la cafetería, olvidando algo tan básico como "el saber estar", interrumpiendo a quienes entendemos la música en directo como una auténtica liturgia donde el silencio forma parte de la música, necesario para captar cada detalle y obligado para no distraer a los intérpretes con un catálogo de ruidos que aumentan y se multiplican en los espacios entre movimientos. Reconozco que Oviedo no es excepción pero no me sirve la disculpa, sumándose mi sensación de impotencia y bochorno al pensar qué imagen llevarán de nosotros estos intérpretes que lo dan todo sobre el escenario. Hace años me tomaba a risa los comentarios que figuraban en algunos programas norteamericanos como no marcar el compás con el pie, no tararear, no hacer pompas con el chicle, en la línea de letreros en botellas de lejía que indicaban no beber, comparándolo con la vieja Europa donde la ciudadanía entendía la cultura como parte de una formación vital y heredada, el "compórtese como es de esperar", que tristemente hemos perdido.
De la actitud en los museos también habría mucho que escribir, visitantes que se toman una exposición como el salón de su casa, no respetando el espacio mínimo para poder contemplar a la distancia correcta un cuadro, una escultura, saltándose cordones de protección e incluso ¡tocando los cuadros! como pude comprobar aterrorizado en un masificado Museo Casa Dalí en Figueres, no digamos la manía de fotografiar obras que están en los libros (esos desconocidos) y además con "flash", desconocimiento total del peligro que esos destellos de luz suponen para la pintura. Claro que en todos los idiomas fui avisando a costa de parecer yo el maleducado y repugnante. Nuevos ricos para los que la cultura se compra con derecho de pernada.
En pos de una libertad confundida con libertinaje, olvidando que cada una termina donde empieza la del prójimo, no podemos prohibirlo todo esperando el sentido común que sigue siendo el menos común de los sentidos, pero a la vista del cariz que están tomando las cosas, olvidaremos aquél aforismo de Mayo del 68 "Prohibido prohibir" para terminar echando la culpa a la educación, querer poner asignaturas tildadas de inútiles como educación para la convivencia, y olvidando que la educación empieza en casa... No seré yo quien abogue por mano dura pero sí una autodisciplina que se mama desde niños y parece perderse con los años. Tan solo pido respeto y aplicarse el dicho: "donde quiera que fueres haz lo que vieres", pues la mayoría no siempre está en lo cierto. Recuerdo la pintada de "Come mierda, millones de moscas no pueden estar equivocadas", pudiendo contestar en plan pesimista que si costase sería un majar de ricos.
Tenía que soltarlo antes de contaminar mi comentario de este concierto porque mi sonrojo aumenta en cada velada, la mala leche acabará cortándose y agriándose como mi carácter ante tal derroche de mala educación, malas costumbres y auténtica falta de respeto hacia todo el entorno. Harían falta muchos menos programas basura donde todo vale y volver a recuperar unas campañas con dibujos animados cuyo eslogan era "Piense en los demás". Tampoco funcionan las de abandono de perros con ese "Él no lo haría", aunque los mayores se les olvide en alguna gasolinera o aún peor, en sus últimas residencias de las que el siguiente viaje es definitivo.
Mi lucha diaria en el aula es educar en el respeto, pero no puedo trabajar contra una sociedad que está perdiendo sus señas de identidad, y la cultura es el primer síntoma y mejor barómetro. Cabreado no, lo siguiente...