Revista Boda
Paula Grande
Con la resaca de la boda real inglesa y el inminente comienzo de la temporada nupcial, he pensado convertir esta entrada en un decálogo de la perfecta invitada a una boda. Seguro que vosotras, lectoras habituales, no caéis en ninguno de los errores que comento, pero no está mal recordar algunos principios básicos, por si acaso.
1. No eclipsar a la novia. Eso incluye evitar el color blanco –reservado a la contrayente- y también los vestidos demasiado cortos, escotados o sexis. Nada de vestirse como una de nuestras modelos más internacionales en aquella boda a la que acudió mostrando el filo del pezoncillo. Y menos aún en las bodas religiosas.
2. No embutirse. Recordad: en las bodas se come. Y si el vestido necesita generosas dosis de vaselina para entrar, posiblemente no favorezca después de los primeros canapés, no digamos tras tomar la correspondiente ración de tarta nupcial.
3. Ir cómoda, dentro de lo posible. Los escotes traicioneros, aberturas estratégicas y botonaduras imposibles os harán estar más pendientes de no dar la nota que de disfrutar de la fiesta, que al fin y al cabo es de lo que se trata.
4. No estrenar calzado. Ojo, no digo que llevéis zapatos viejos, pero sí que, en caso de comprarlos para la ocasión, os aseguréis de ponerlos unas cuantas veces en casa –no para ver la tele, sino para hacer alguna tarea que exija moverse- antes de pretender llevarlos durante horas sin que os salgan llagas. Este consejo es prescindible si averiguáis, discretamente, la disponibilidad de calzado alternativo para los asistentes. En la última boda a la que fui, el pasado año, los novios dispusieron alpargatas para que chicas y chicos pudiéramos cambiarnos a la hora del baile y aunque al principio me resistí –mi traje lucía más sobre 12 centímetros de taconazo- al final me cambié, y no sabéis cómo disfrute de la velada.
5. Probaros con anterioridad la ropa interior con el traje que vayáis a llevar. Aún recuerdo el shock que me produjo, hace años, ver a la invitada de una boda por delante (guapísima) y por detrás, con las bragas haciéndole cuatro cachas y los hoyitos de la celulitis rebelde mostrando su relieve bajo la finísima tela del vestido. Si nada de lo que tenéis en casa sirve, visitad una tienda de lencería/corsetería de toda la vida, donde venden fajas, sujetadores y otras prendas milagrosas para realzar y/o disimular, según el caso. Vale que son carillas, pero después de gastarnos un pastón en el vestido, no vamos a quedar mal por 60 euros, ¿verdad?
6. Menos es más. El protocolo indica que a las bodas de mañana se va de corto y a las de noche, de largo. En caso de romperlo, es preferible quedarse un poco corta –es decir, ir a una boda vespertina con traje cóctel- que pasarse –enfundarse en un traje de gala para una ceremonia a las 12 del mediodía-. Lo de los tocados, casquetes y pamelas lo dejo para que nuestra editora lo aborde en algún futuro post, pero no puedo evitar un recordatorio: por muy bonito que sea, recordar que el complemento en cuestión deberá lucir sobre vuestra cabeza durante varias horas. Pensad si podéis comer, bailar, etc. cómodamente antes de decidiros por ninguno. Tampoco abuséis con la joyería, que no somos un muestrario andante.
7. Cuidado con el maquillaje y la peluquería. Se trata de sacar lo mejor de una misma, no de que no nos reconozca ni nuestra madre. Hay dos opciones: si no sabes lo que quieres, déjate asesorar por la peluquera y no optes por algo demasiado arriesgado; si lo tienes claro, procura llevar una foto, tuya o de alguna celebrity, que ilustre perfectamente tu idea. El tinte, en caso de ser necesario, es conveniente hacerlo unos días antes, no el mismo día de la boda. En cuanto al maquillaje, evitar las estridencias es siempre la mejor opción.
8. Recordad vuestros modales en la mesa. Tapar con la mano no impide que los demás comensales veamos que algún invitado está usando un palillo; tampoco vale llevar una bolsa de plástico para guardar los langostinos que sobran, aunque estén pagados y los vayan a tirar al día siguiente. Por mucho que te encante tu vestido nuevo, es impresentable colgar la servilleta, cual babero, de un escote palabra de honor –esto no me lo estoy inventando, que conste-. Y sólo la cleptomanía médicamente diagnosticada es excusa para “guardar en el bolso” cubiertos, saleros o cualquier otra pieza del servicio de mesa.
9. Moderación con la bebida. A cierta edad, todos deberíamos saber cuánto alcohol aguantamos y si aún no lo sabes, posiblemente aguantes poco. Una cosa es tener un puntito divertido y otra, estar chuza. Aseguraros de cuánto efecto os ha provocado la última bebida antes de tomar la siguiente.
10. Nada de protagonizar tórridos encuentros en los baños. Aunque la leyenda urbana siempre habla de algún novio o novia atrapado en una situación comprometida, con alguien se lo tienen que montar, ¿o no? Y ninguna quiere ser recordada como la chica esa que se enrolló con fulanito el día de su boda.
Pero de baños, y más específicamente, de la razón por la cual las mujeres vamos en pareja, prometo hablar otro día.
Hasta la próxima semana.
Pd: No me resisto a ilustrar esta entrada con una imagen de Keira Knightley, de la película “Expiación”. Lleva el que para mí probablemente sea uno de los vestidos más bonitos que hasta visto. Si, como ella, pertenecéis a la categoría “mujer palo”, es ideal para una boda de noche. Ahí lo dejo.