Es sólo una cifra: 25. Y efectivamente, sí. Es tan sólo una fecha: 22 de marzo. Pero en los tiempos que corren, cumplir 25 años de casados no es fácil. Y hacerlo con la ilusión, con la alegría y con la complicidad que tenemos tras 34 años juntos, es todo un tesoro.
Quienes nos siguen en las redes sociales nos habrán oído hablar de muchos temas: de inconformismo, de la pandemia, de solidaridad, de paz, de educación, de niños, de cambiar el mundo... Pero quienes nos conocen de cerca, saben que probablemente de lo que menos hablamos o escribimos es precisamente de lo que consideramos más importante para nosotros. Lo que nutre de energía nuestra permanente búsqueda de un mundo diferente para vivir. Lo que este 22 de marzo volvemos a celebrar, esta vez quizás con una cifra más redonda. Pero sólo es eso: una cifra redonda.
Porque lo verdaderamente mágico es seguir aprendiendo día a día en pareja. Haber decidido con plena voluntad ser lo más importante para el otro. Crear una realidad propia, mucho más allá de la que nos rodea, de la que nos dicen la tele o las redes sociales, o incluso de la de nuestras familias. Y seguir creciendo y aprendiendo en las pequeñas ilusiones, en los pequeños proyectos, y en los momentos únicos.Cuando nos preguntan qué hacemos para seguir siendo tan felices juntos, realmente nos miramos y no sabemos qué responder. Hay pocas recetas, la verdad. Quizás por eso escribimos o hablamos tan poco de ello, aunque realmente sea la base de todo lo demás.
Ahora que nuestros hijos son mayores, y nos podemos mostrar todavía más naturales con ellos como pareja, estoy convencido de que alucinan. Y que más allá de la educación que les hayamos dado, de las oportunidades o experiencias que les hayamos podido brindar, ver en nosotros unos padres que se quieren tanto, es la mejor herencia que les podemos dejar. Aunque somos conscientes de que, a veces, el listón de tener una relación así suponga un reto muy alto para ellos a la hora de buscar sus propias parejas. Pero no está mal que sean conscientes de que esa es probablemente la decisión y el proyecto más importante de sus vidas. Aquel al que vale la pena dedicarle el mayor de los empeños.
Quienes aquel 22 de marzo de 1997 nos acompañasteis en nuestras risas, nuestros bailes y nuestra celebración, nos veréis ahora con alguna que otra cana (uno más que otra), con más "barriguilla" (uno más que otra) y con alguna arruga de más (también uno más que otra). Pero lo que seguro que no podréis ver en nosotros, es el más mínimo atisbo de desánimo o cansancio, de envejecimiento espiritual, o de pérdida de energía. Y eso significa que la cosa va bien. Más que bien. Tan bien, que mi principal reto en la actualidad consiste en arrancarle el compromiso a Mey de volver a estar juntos, al menos, un par de vida más, cuando nos toque irnos de ésta. Aunque ella, con su sabiduría de siempre, dice que ya no toca repetir, y que habrá que pasar a otro plano. Seguro que lleva razón. Pero, ¿voy a rendirme habiendo sido tan afortunado de encontrarla?
No nos gusta mucho hablar de estas cosas en público. Pero creo que la celebración lo merece. Así que, aunque es un secreto a voces, hoy sí lo voy a decir: te quiero con locura, Mey.
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