Mi nombre es Pocholo (nombre real), soy un periquito y vivo en la Bodega Esplugas. Aquí he morado toda la vida, entre estas cuatro paredes de vivienda y bar que mis propietarios -y amigos- han regentado desde mucho antes que yo naciera. Cuando llegué, años ha, esto era una fiesta. Tenía más amigos pájaros, cantábamos y reímos con clientes que venían a por la comida, que echaban el orujo y que brindaban con cava. Las botas granaban vino y las despensas bailaban entre conocidos. Ahora, pese a que estéticamente elbar no ha cambiado mucho, ya no es lo mismo. Estoy pensando en retirarme. Mis amigos pájaros se han ido muriendo, la clientela ha bajado y hasta hay personas que ya no entran a por vino si no para hacerme fotos con teléfonos increíbles. Ya no reímos como antes. No abandonaré el bar, pues es mi casa, pero estos nuevos tiempos no van conmigo. Quizá llega ya la hora que la bodega, la vida laboral de María -la jefa-, y un servidor demos un paso al lado. Antes, lego mi historia.
Dirección: Enric Granados, 110Precio medio: Nada, 1€, 2€. Voluntad de bodega.
Imprescindible: Hablar con María vino en mano y brindar por una Barcelona con bodegas.
Horario: De 7.00 a 19.45h. Sábados de 8.30 a 14h. Domingos cerrado.
Antes
Cuando llegué compartía jaula con otros tantos periquitos. La vida era animada en la bodega. María atendía en horario continuado a clientes de café, de tapper de mediodía, de carajillo y licor, de cerveza a media tarde y de vino previo cena. Además, en mil estanterías, latas, conservas, patatas y productos gourmet tenían rotación entre compradores de barrio, que igual venían por unos berberechos que con una botella de plástico para rellenarla con vino rancio. María era feliz y nosotros gorjeábamos como nunca, picándonos, llamando a gritos para que los clientes nos vieran. Estábamos, y estamos, al final de la bodega, en el comedor de la casa que moraba la familia, junto al televisor que sigue encendido perennemente como en cualquier casa pretérita.
Ahora
Poco a poco, mis amigos, como los clientes y las modas, como el barrio -ese Eixample norte que no es de turistas ni ya de locales-, ha ido cambiando y mudando, para mal según mi entender. María ha tenido que ir apretándose el cinturón sólo con vinos, ya que -según mis fuentes- comercios mundiales a precios y horarios discutibles le han ido comiendo la oferta. La cocina, la que tengo al lado, cada vez se utiliza menos, y ya sólo saca bocadillos -de salchichas, tortilla, bacon- para maridar para los de siempre que aún vienen a charlar y a "fer el got". Mi entorno más cercano no ha cambiado pero sí la sociedad, y éste tipo de bodega ya no es útil. Ahora viene gente joven también -con barbas y colores estridentes- pero no a comer y beber. Ahora sacan sus cámaras y hacen fotos al local. Habló con María cuando marchan y me explica que no lo entiende. Ella quiere renovar cada cierto tiempo la bodega y blanquearla de telarañas, pero estos "fotógrafos" sólo hacen fotos a eso, diciendo que no lo toque nunca. No lo entiende. Quizá ya no sea tiempo para nosotros.Siempre
Despido esta biografía con un canto a la esperanza. No ya para mí, ni para María, si no para todo lo que Esplugas representa. Seguimos vendiendo vino a precios de antes. Seguimos atendiendo como siempre, con atención y experiencia. Seguimos sirviendo café de cafetera de toda la vida, vinos a copas de 80 céntimos y vermuts a 1,20€, pero económicamente no acaba de ser rentable. María no quiere irse, ésta es su vida, pero la jubilación -tiene 75 años- llama a su puerta. ¿Qué será de mí? Da igual. Salvemos la bodega. Es nuestra vida. Es parte de la tuya.