Seré tu esclavo
Quiero que tus manos amansen la bestia que a veces pienso ser, sentir como tu dominante mirada contempla mi sumiso silencio, arrodillarme y verme postrado ante tu imperante figura, siendo placenteramente tuyo, desnudo e indefenso como un bebé recién nacido en busca de protección. Excítate y hazme tu esclavo, hala mi cabello y acercarme con fuerza hacia ti, quiero a mis mejillas prisioneras de tus voluptuosos muslos, baja tus pantis hasta tus rodillas y oblígame a hacer de tu clítoris el gimnasio de mi lengua, cerraré los ojos para concentrarme en mi prioridad principal: Que tú, mi dueña, sientas el
mayor de los placeres. En el momento en el que tus cálidos fluidos viajen por mi garganta estaré al tanto de que no hay vuelta atrás, que me tienes bajo tus reglas. No permitas que comience a disfrutarlo, hala mi cabello de nuevo para separarme, mírame, pregúntame si me gusta lo que estoy haciendo. Mi respuesta será asentir tímidamente con la cabeza, enseguida sentiré una inesperada bofetada que me calentará la mejilla y algo más. Obviamente proveniente de tu mano que aparenta ser inocua, pero me controla cual ventrílocuo a su marioneta. Acaricia la mejilla que golpeaste, dale un efímero besito que cure el dolor.
Siéntate a la orilla de la cama sin perder el contacto visual conmigo. Intentaré sentarme contigo pero me vas a detener y me vas a arrodillar nuevamente, despójate por completo de tus pantis, ábrete vulgarmente y con tu dedo índice y dedo medio de la mano derecha, separa tus labios vaginales para mostrarme la humedad que te causa mi obediencia. Con tu dedo índice y dedo pulgar de la mano izquierda, sujeta mi barbilla con sutileza y dirige mi boca a reencontrarse con tu vagina. Me quedo otro buen rato así, mientras cariñosamente acaricias mi cabeza como la de un perro domesticadl. No resistiré el morbo, escucharás un gemido de descontrol y mis manos comenzarán a manosear tus cuerpo con desespero mientras sigo haciendo de tu vagina la más suculenta merienda. Perderé el control, voy a detenerme, verte a los ojos e intentaré posarme encima de ti y besarte, pero no me lo permites. Con tu boca entreabierta y con tus dedos rodeando mi cuello me das entre gemidos la siguiente órden: «Cálmate». Verás en mi cara el rostro de un hombre que te idolatra, que te admira, pero que está confundido a la par que excitado. Acto seguido, agarras mi pene con mucha suavidad y comienzas a masturbarme muy lentamente y poco a poco, me relajaré como si me estuvieras haciendo masajes. Me permitirás acostarme a tu lado y seguirás masturbándome.
-Lo tienes muy duro. Comentas
Sí. Respondo con con el cálido aliento de un hombre excitado.
– ¿Te excita mucho que te trate así? ¿Te gusta ser todo mío? Preguntas de vuelta.
-Sí, soy tuyo. Amo ser tuyo. Respondo con el mismo aliento cálido y con los ojos cerrados retorciéndome de placer.
¡TAS! La segunda bofetada de la noche.
Suelto un gemido instantáneo y abro los ojos para mirarte sin decir absolutamente nada.
– ¿Te molesta que te pegue? Preguntas.
Respondo que no con la cabeza.
¿Te gusta que te pegue?
Respondo que sí con la cabeza.
¡TAS! La 3era bofetada de la noche.
Siento la calidez de tu boca abrigando mi pene, pero fugazmente retiras tu boca de ahí para montarte encima de mi.
Me haces el amor.
Te aprecio, contemplo la desnudez de mi dueña, palpo tus pezones y juego con ellos como _joysticks_
Te acercas a mí, me dices ¡Disfrútame!
Esto da pie a que sea libre de morderte, de morder tus senos, tus labios, de apretujar tus enormes glúteos con unas ganas que estuvieron contenidas durante muchísimo tiempo.
De que aún quedándote encima de mi, me permitas sujetarte para que no tengas que hacer nada sino sólo sentirme dentro de ti, dándote duro, sujetando tus hombros y metiéndotelo una y otra vez hasta el fondo, con dureza, con fogosidad hasta que puedas escuchar muy cerquita un gemido que te deje la mente en blanco, que te haga temblar, que te desequilibre.
Nuestros ojos cerrados son símbolo de la abstracción que mutuamente nos causamos.
Al terminar nuestra aventura, te dejas caer sobre mi para que tu cara pueda yacer sobre mi pecho. No hacen falta palabras. Nuestra almas lo saben: el deseo y la compañía de uno hacia el otro, es nuestro hogar de confort.
Escritos.
