Desde que dio comienzo la campaña propagandística contra Podemos -a la que se sumaron la inmensa mayoría de medios y partidos tradicionales- el objetivo primordial ha sido y es asociar el partido dirigido por Pablo Iglesias con la ideología, la ejecutiva o las corrientes ideológicas bolivarianas. Desde la trayectoria laboral de Juan Carlos Monedero o la de Iñigo Errejón, hasta las declaraciones de Iglesias en una u otra televisión hace unos años, el establishment político ha tratado de dinamitar las expectativas de un partido que supuso y supone una grave amenaza para su hegemonía o, incluso, su supervivencia.
El objetivo de este artículo no es otro que el de analizar las posibles analogías que se podrían establecer entre ambos procesos políticos para esclarecer si existe conexión alguna entre España y Venezuela, entre Iglesias y Chávez (o Maduro). No se trata pues, de valorar los comentarios que puedan haber hecho el señor Iglesias o el señor Monedero sobre el Gobierno venezolano antes incluso de la fundación del partido, sino de investigar sobre posibles semejanzas políticas.
El inciso venezolano
Las críticas que tratan de relacionar al ‘régimen’ venezolano con Podemos ponen el acento en la reciente y actual situación político-económica de la República Bolivariana.
Ahora que la economía venezolana se encuentra en uno de sus peores momentos desde la llegada del chavismo, ahogada por una inflación galopante, la bajada de los precios del crudo, la corrupción, la criminalidad y una crisis política aparentemente interminable, es necesario un repaso del pasado, una síntesis de la historia reciente, para comprender qué es y qué ha significado el bolivarianismo para Venezuela y para debatir sobre esa imagen de ‘régimen represivo, populista y corrupto’ repetida ad nauseam por los medios tradicionales.
Hace ya dieciséis años de la llegada a la Presidencia del difunto Hugo Chávez Frías. Dieciséis años que han transformado el país por completo. Dieciséis años llenos de luces pero también de sombras.
El Chávez que llegó a la Presidencia en 1999 era un Chávez reformista, no un ‘dictador populista’, como se le introducía en los noticiarios. A pesar de haber participado en un fallido intento de golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez años antes, su llegada al poder fue consecuencia de un enorme apoyo electoral.
Este primer gobierno soberano de Venezuela elaboró una de las constituciones más progresistas, pionera en América Latina y fue un ejemplo de voluntad de cambio en la región. La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999 incluía ya, por ejemplo, el referéndum revocatorio por el cual la ciudadanía adquiría el derecho de deponer a cualquier cargo electo durante su mandato. Fueron esos los años del apoyo popular masivo, de la salida de gran parte de la población venezolana del anonimato en el que venía sumida, pues muchos pasaron a ser considerados por primera vez ciudadanos de pleno derecho. Fueron también los años de las misiones educativas y culturales. Se sentaron las bases de un nuevo país.
Ni las injerencias extranjeras –que todavía continúan- ni una oposición golpista, que no obstante falló en su intento de tomar el poder por la fuerza en 2002, cuando la ciudadanía salió a las calles para demandar la liberación del presidente democráticamente elegido, pudieron tumbar al Gobierno.
Poco a poco la mala gestión económica y democrática, la lacra de ese conflicto constante con el exterior y la voluntad del gobierno de Chávez de adentrarse en esa “vía venezolana al socialismo” trajeron consigo una oleada de críticas y una irremediable polarización política del país, que degeneró en un aumento del autoritarismo y de las malas prácticas democráticas.
La coyuntura actual es heredera de esa severa crisis política, económica y también democrática que se ha agravado con la fractura en el liderazgo que provocó, hoy hace ya dos años, el fallecimiento de Hugo Chávez Frías y la elección de Nicolás Maduro.
Los datos macroeconómicos empeoraron aún más, ese sistema económico basado en la faja del Orinoco fracasó y la economía comenzó a agonizar. El modelo, que se había mostrado eficiente a la hora de reducir la desigualdad y la pobreza en el país, no era ni parece ser capaz de contener la desmedida inflación ni de aumentar el poder adquisitivo real de los venezolanos.
Esta misma Venezuela, la de las luces y las sombras, la de los primeros años y la posterior es la que deberíamos de poder ver a día de hoy en los informativos. Pero no. Llevamos dieciséis años recibiendo una información parcial y sesgada por parte de unos medios en guerra constante con Chávez, con Maduro, con el bolivarianismo y, por ende, con Venezuela.
‘Comandante Pablo Iglesias’
La mayoría de críticos y medios destacan, aparte de las hipotéticas conexiones relacionadas con la financiación de Podemos –que deberán solventarse en los juzgados-, la afinidad ideológica entre el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y Podemos. Las repercusiones electorales y en la opinión pública de esta vinculación son dobles: por un lado espanta a potenciales votantes de Podemos y por otro lado moviliza al electorado conservador, principalmente del Partido Popular.
No obstante, si observamos por ejemplo los programas o proyectos electorales de ambos movimientos, se distinguen grandes disparidades. En el programa electoral presidencial del PSUV de 2012 se hablaba de “propulsar la transformación del sistema económico, en función de la transición al socialismo bolivariano”, es decir, se procedía a un rechazo directo y de carácter ciertamente populista del capitalismo. “¡Viviremos y venceremos!” añadía Chávez personalmente.
En enorme contraste, Podemos presentó en noviembre del año pasado su “Proyecto económico para la gente” (por Juan Torres López y Vicenç Navarro), en el que se expone textualmente:
No puede negarse que en este sistema (el capitalismo) se han alcanzado grandes hitos y un progreso nunca antes conseguidos en la historia de la humanidad, que el capitalismo ha promovido una acumulación de capitales impresionante, capaz de multiplicar la producción de bienes y servicios, y que ha extendido su consumo a espacios y grupos humanos que habían estado siempre excluidos de cualquier tipo de satisfacción material y expuestos a todo tipo de amenazas y sufrimientos. (p.20)
El simple reconocimiento de este hecho y el dejar atrás esas viejas consignas anticapitalistas que tanto recuerdan a la guerra fría sería, en cambio, algo impensable en la política bolivariana.
Por otra parte, suelen equipararse las figuras de Chávez y la de Iglesias, destacando el personalismo que rodea a ambos. Es innegable que Pablo Iglesias ha adquirido una gran importancia como activo electoral y elemento carismático del partido, pero carece de ese matiz mesiánico que tenía la figura de Hugo Chávez. Se puede decir, expresándolo de otro modo, que ‘Podemos no es Pablo Iglesias’, pero que el PSUV sí es en enorme medida Chávez y su legado. Se podría considerar así la posición de Pablo Iglesias más como una estrategia electoral que como una suerte de faro que guía al proletariado.
Además, ambas personalidades difieren ampliamente en lo biográfico. Chávez, militar, proveniente de un estrato social muy humilde y con una formación académica precaria. Iglesias, de familia de clase media, con una extraordinaria formación académica y sin vinculación militar alguna. Esta carencia de un pasado militar en Iglesias es capital en esta situación, pues las Fuerzas Armadas constituyen un pilar de gobierno irrenunciable en la actual Venezuela.
La imagen del ‘Comandante Iglesias’ que se explota en la prensa podría calificarse, por lo tanto, de inverosímil o infundada.
Esta divergencia entre el tinte militar
del PSUV y la composición meramente civil de Podemos se complementa con el perfil de los votantes de ambos partidos. Pese a carecer de datos oficiales sobre la situación socioeconómica de los votantes chavistas, salta a vista la base popular del PSUV, que cosecha grandes apoyos entre los más desfavorecidos, las capas más humildes de la sociedad (previsiblemente también con menor formación). Por el contrario, los simpatizantes de Podemos se caracterizan por su juventud y su gran formación académica.
En el caso concreto de España es el PSOE el que canaliza la mayor parte del voto obrero.
¿Y entonces, qué?
No existen suficientes evidencias o fundamentos como para afirmar que existan vínculos ideológicos, programáticos o políticos firmes entre las corrientes oficialistas de la República Bolivariana de Venezuela y Podemos. Evidentemente pueden y podrán existir ciertas simpatías por parte de miembros de Podemos y en general de la izquierda española hacia el proceso bolivariano como ejemplo de reducción de la desigualdad y de lucha por la soberanía nacional, pero no se deben considerar como creíbles y justificadas las afirmaciones que tratan de equiparar ambos procesos porque, ante todo, España no es Venezuela.
Syriza es el ejemplo vivo de la realidad que trato de evidenciar en este artículo. Su programa electoral destacó por la dureza de sus propuestas –mucho más cercanas al ‘socialismo del siglo XXI’ que las de Podemos- pero se ha visto como una vez en el gobierno, ha tendido la mano a negociar, queriendo demostrar que existen alternativas al neoliberalismo actual que no pasan por regresar a viejas ideologías más propias de la guerra fría.
En mi humilde opinión, creo que las críticas a Podemos deberían alejarse del recurso fácil de equiparar al partido con ese ‘chavismo represivo’ y centrarse en un debate de ideas, de programas.
El presente político de Venezuela no será nuestro futuro político. Gobierne quien gobierne.