Instalados en nuestras cómodas ciudades, donde podemos gozar de un razonable sentimiento de seguridad personal y dotarnos de los medios mínimos de vida sin un esfuerzo demesurado (a pesar de la incertidumbre que provocan las crisis cíclicas de nuestro sistema), para el ciudadano occidental medio es difícil ponerse en la piel de aquellos pioneros del Oeste americano que iban ocupando tierras remotas y hostiles, implantando las formas de vida del Este en territorios salvajes, cuyos habitantes originales, en la mayoría de los casos, se resistían a ser civilizados por la fuerza. Desde nuestro punto de vista progresista e ilustrado, aquello fue una especie de genocidio, un despojo injusto de unas tierras que habían pertenecido a aquellas tribus por siglos. Los colonos no tenían tiempo de pensar en la ética de sus actos, les bastaba con saber que contaban con el respaldo de su gobierno (casi siempre), y la mayoría veía a los indios como una raza inferior que, si no se sometía, debía ser exterminada. Esta visión procedía sobre todo del peligro constante de ataques a los que se enfrentaban, frente a los que no cabían medias tintas: se trataba de defender a sus tierras y sus familias. Además, imagino que el sentimiento de soledad, de haber ido a parar al fin del mundo, condicionaría en buena parte el carácter de esta gente, de cuya mitología se ha nutrido uno de los géneros más populares del cine americano.
Resulta curiosa la manera en la que dicho género se extinguió a principios de los años setenta. Salvo honrosas excepciones, protagonizadas por gente tan solvente como Clint Eastwood o Kevin Costner, para visionar las grandes joyas del western hay que retroceder varias décadas en el tiempo. Por eso es de celebrar que un debutante como Craig Zahler se haya atrevido a rescatar los aires clásicos de autores que definieron el género, como John Ford o Howard Hawks y haya sabido mezclarlos con un toque tarantinesco, respecto a los diálogos de los personajes y sobre todo en cuanto a la concepción del último tramo de la pelicula, en el que la trama se oscurece y se convierte en un cuento gore de terror. Esto último no quiere decir que géneros en principio tan incompatibles estén mal integrados, todo lo contrario. Precisamente en ésto estriba el principal mérito de Zahler, que ha filmado una obra bastante redonda y con coherencia interna.
A pesar del bajo presupuesto del que se partía, cada dólar gastado en Bone Tomahawk está bien invertido. Personajes bien definidos, buena química entre ellos, historia dura y realista, a pesar de sus excesos finales y una mención especial para el personaje del ayudante de sheriff, ese anciano entrañable que tanto nos recuerda al muy añorado Walter Brennan. Esperemos que el debut de Zahler, una propuesta muy muy valiente, sea el inicio de una buena carrera cinematográfica.