El género del western ha ido evolucionando de una manera curiosa con el paso de los años. Como es lógico, las cosas han cambiado radicalmente desde los tiempos en que John Ford o Howard Hawks instauraran las reglas del género y estandarizaran una manera de rodar películas ambientadas en el lejano Oeste. Gente como Sam Peckinpah o Sergio Leone le robaron al western su ingenua epicidad y le dotaron de un estilo sucio, árido y violento con el que vivió una segunda juventud. En las últimas décadas se han producido unos cuantos intentos aislados de revivir el género (Bailando con lobos, Sin Perdón, Open Range) pero lo cierto es que el western no ha terminado de recuperar su brío de antaño salvo en estas honrosas excepciones. Sin embargo, parece que las nuevas hornadas de directores vuelven a dirigir su mirada hacia salones polvorientos, sheriffs inmisericordes y llanuras desérticas. Títulos recientes como Los Odiosos Ocho, El Renacido, The Salvation, Slow west o la futura In the valley of violence demuestran que el punto de vista a la hora de abordar una película del género ha ido escudriñando múltiples y novedosos ángulos. La inocencia del clásico conflicto que enfrenta a indios y vaqueros ha ido adquiriendo con el paso de los años múltiples claroscuros, pero queda claro que tanto su iconicidad como su poderosa imaginería visual siguen intanctas. Bone Tomahawk es una perfecta muestra de todo ello.
La ópera prima de S. Craig Zahler huye de la épica, pero al mismo tiempo abraza con gusto ciertos parámetros del género. El argumento no puede ser más prototípico, y a grandes rasgos nos plantea el rapto de una mujer y un ayudante del sheriff por parte de una desconocida tribu de indios. El sheriff irá en su rescate acompañado de un extravagante grupo formado por su viejo ayudante, un pistolero del pueblo y el marido de la raptada. La novedad respecto a otras propuestas viene de la mano de los misteriosos indios, que aquí son descritos directamente como "trogloditas" y que, como veremos más adelante, componen el elemento más polémico de la película.
"Bone Tomahawk" es un plato preparado con mimo, a cocción lenta e ideado para ser paladeado mientras prestamos atención a todos sus ingredientes. Su ritmo es lento pero tremendamente adecuado para preparar la explosión de sabor que nos deparará en su parte final. El tono empieza siendo amable, incluso un fino hilo de humor recorre buena parte del metraje, pero un malsano halo de inquietud se va haciendo presente poco a poco, como si fuera un ruido de fondo casi inaudible al principio y que va subiendo en intensidad hasta dejarnos sordos durante el enfrentamiento final. Es en este desenlace donde Zahler cambia de tercio para adentrarse en terrenos ciertamente más próximos al terror más feroz y visceral. Este controvertido segmento final podría ahuyentar a buena parte del gran público, pero en mi opinión sirve de perfecto contrapunto a la normalidad casi cercana al costumbrismo de que hace gala el resto de la película. Además, le otorga un necesario punto de impacto que, bajo mi punto de vista, eleva el filme por encima de la media gracias a su factor sorpresa.
Pese a ser una película de presupuesto modesto, todos los detalles están cuidados al máximo, y aspectos como el diseño de producción, vestuario o una maravillosa fotografía brillan con luz propia para no desmerecer ante propuestas mucho más surtidas de dólares. Los mejores momentos del filme vendrán dados por la disfuncional partida de rescate, ya que cada uno de los personajes es un auténtico diamante en bruto pulido por actores en estado de gracia. Un Kurt Russell sobrio y finalmente cargado con un heroico estoicismo, un intenso y sufridísimo Patrick Wilson y un sorprendente y pintoresco Matthew Fox firman un auténtico recital interpretativo que cualquier espectador con un mínimo de inquietud sabrá apreciar. Pero en mi opinión, el que consigue robar la función no es otro que un extraordinario Richard Jenkins, que aprovecha con maestría el papel más agradecido y el que más simpático resulta de cara al espectador.
Aunque mucha gente se quedará con la impresión de abrumadora violencia del tramo final, conviene dejar claro que estamos ante un western con todas las letras. El género no está muerto, y lo demuestra el hecho de que nuevas generaciones de directores rebusquen en sus raíces para ofrecernos propuestas novedosas. "Bone Tomahawk" se convierte en uno de los máximos exponentes de las nuevas e interesantes miradas hacia el cine de vaqueros. Qué quieren que les diga, hacía tiempo que una película no me dejaba tan satisfecho.
Mi nota: 9