JORDI TORRENTS
La expectación, dudas, intriga, ganas de obtener respuestas y hasta cierta tristeza ante el futuro final (el 23 de mayo) de la serie Lost (o sea, Perdidos, en Cuatro) son unas de las pocas emociones que el mundillo televisivo me tiene reservadas en un futuro inmediato. No olvido la superación constante de los guionistas en House (también en Cuatro) ni en una serie algo menospreciada por la crítica (y olvidada por los premios Emmy) como es Bones.
De acuerdo, Bones sigue el patrón algo prototípico de series de investigación criminal como la sobrevalorada CSI o las buenas Mentes criminales o Numbers, pero sus diálogos y el cara a cara entre sus dos protagonistas representa la mejor tensión sexual no resuelta de la historia de la pequeña pantalla (con permiso, claro, de los Mulder y Scully de Expediente X). Al más puro estilo McGuffin de Hitchcock (lanzar un señuelo argumental para acabar hablando de otro), me voy a centrar en Bones, aunque quizá sea porque con Lost aún no me atrevo. No oso plasmar por escrito lo que la mejor serie de la historia ha sido (y es) capaz de inocular en un servidor. Hay muchas voces que la califican de aburrida o de incomprensible. Nada de eso. Lost es brillante, sublime, una obra de arte en un mundo de telebasura y en plena decadencia a pesar de la multiplicidad de canales, que van salpicando como Gremlins esparciéndose en una piscina. Aumentar la basura no es la solución, lo siento, por lo que la ficción (internacional, ya que la nuestra deja mucho que desear) es todo un salvavidas.
Puede leer aquí el artículo completo de este periodista y escritor de fe evangélica, titulado Bones, lo más frágil del ser humano