Resulta difícil resumir “de qué va” (usaré, aunque la odio profundamente, esa fórmula tan habitual) este libro, porque su estructura de abismo o de tirabuzón requeriría una exégesis más larga que la propia obra, que destruiría la magia de su espíritu narrativo. Me arriesgaré a apuntar algunos datos. Tenemos a la extraña pareja formada por Julio y Emilia, que inician una relación sexual durante su etapa universitaria. Ella (que muere al cumplir los 30 años, dejando desnortado a Julio) tiene una amiga llamada Anita, casada un tiempo más tarde con Andrés: dos hijos y mucho tedio, que terminaron en separación. De pronto, descubrimos que Emilia está en Madrid, demacrada, conviviendo con una pareja de gays y quizá adicta a algún tipo de droga. Julio, por su parte, sobrevive con trabajos esporádicos. El escritor Gazmuri, de hecho, le ofrece pagarle por transcribir a ordenador una novela que acaba de terminar; pero no cierran el trato, porque consigue a otra persona que le cobra menos. La semilla de su argumento (un hombre que pierde a la mujer que ama) da pie a Julio para que comience a escribir la obra Bonsái.
Me detengo en ese punto: hay una serie de conexiones entre la novela de Zambra y la novela de Julio que ustedes deberán descubrir en soledad y que enriquecen hasta el vértigo las escasas setenta páginas de esta intensa novela corta.
Asombrosa en su densidad, Bonsái constituye un ejercicio deslumbrante de estilo narrativo, de construcción novelesca, de personajes que son autores y son a la vez protagonistas, de lenguaje recortado y exacto. Me ha embriagado.
Otro de los autores a los que tengo que explorar con más ahínco.