Editorial Anagrama. 94 páginas. 1ª edición de 2006.
Ya dije en la entrada sobre Formas de volver a casa que había leído Bonsái en 2006, y que en aquel momento me desconcertó su lectura. Recuerdo que no podía decir que el libro no me gustara, o que me pareciera malo, pero me dejó la sensación de que esperaba más, que su lectura me proponía algo y después se quedaba en las puertas de ese algo.
Ayer volví a leerlo, después de haber acabado, la noche anterior, Formas de volver a casa.La lectura de Bonsái ocupa sobre una hora, o esto es lo que tardé yo, que releo párrafos y voy tomando notas en post-its para elaborar después las entradas del blog.Creo que Bonsái ha ganado para mí en esta relectura. Lo apunta el crítico Arturo García Ramos en la solapa de La vida privada de los árboles (segunda novela de Zambra, que estoy leyendo ahora), hablando de Bonsái: “Suele decirse de un libro que merece la pena su lectura. Pocas veces, como en este caso, que se disfrutará aún más su relectura”.
Si concentrásemos las páginas de Bonsái, las 94 páginas del formato mini de Anagrama, en un formato de letra más pequeña, Bonsái podría quedarse en unas 40 páginas. Pero la forma narrativa se acerca más, en todo caso, a la de una novela que a la de un relato. La trama no está concentrada en personajes o temporalmente para poder considerarse un relato largo, sino que se expande durante bastantes años y aparece un número interesante de personajes secundarios, y hay varias tramas subyacentes.
El tema es que en Bonsái la novela está contada como si fuese un resumen de la novela; como si tras leer un libro de 200-300 páginas tratásemos de contar a alguien lo leído intentando no olvidar nada.Para conseguir el efecto anterior Alejandro Zambra parte de un perfecto conocimiento de su mundo ficcional; es decir, el artefacto propuesto funciona porque todo está perfectamente medido, y ya en el primer párrafo de la novela se encuentra contenido el desenlace: “Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura:”
El juego metaficcional es constante en la novela, y lo podemos observar también en este primer párrafo comentado, en esos “pongamos que”… Este tipo de expresiones intentan dar la impresión de que el autor va creando la novela ante nuestros ojos, desde la nada, desde un distanciamiento irónico, como si no creyera en la fuerza de la ficción, como si se acerca a la construcción de la novela desde un posicionamiento desilusionado; aunque lo que ocurre es lo contrario: la novela está perfectamente medida, nada ocurre al azar, todo está encajado en su estructura desde el comienzo.
El texto de Bonsái está pulido con intensidad, y las frases avanzan sugiriendo un mundo más amplio, por ejemplo: “En la historia de Emilia y Julio, en todo caso, hay más omisiones que mentiras, y menos omisiones que verdades, verdades de esas que se llaman absolutas y que suelen ser incómodas.” (pág. 24)
Emilia y Julio son dos estudiantes de Letras, que leen en voz alta páginas de sus libros favoritos antes de hacer el amor. Y esta es así una novela sobre el amor a la literatura, y sobre las trampas de ese amor. Los amantes comparten una mentira sobre la que fundan su relación: los dos han afirmado haber leído a Marcel Proust, sin ser cierto. Y su amor se tambalea al llegar a la lectura del cuento Tantalia de Macedonio Fernández. Zambra nos ofrece un resumen del cuento de Macedonio, igual que parece ofrecernos Bonsái como un resumen de otra novela:
“Tantalia es la historia de una pareja que decide comprar una plantita para conservarla como símbolo del amor que los une. Tardíamente se dan cuenta de que si la plantita se muere, con ella también morirá el amor que los une. Y que como el amor que los une es inmenso y por ningún motivo están dispuestos a sacrificarlo, deciden perder la plantita entre una multitud de plantitas idénticas. Luego viene el desconsuelo, la desgracia de saber que ya nunca podrán encontrarla.”
Cuando leí por primera vez Bonsái no había leído Tantalia de Macedonio, ahora sí lo había hecho: estaba incluido en el libro Una novela que comienza. Y si alguien me hubiera pedido que le contase de qué iba Tantalia podría haber contado algo parecido a lo que nos resume Zambra.
Si el amor es literario, su muerte también es literaria y no sobrevive a la lectura de Tantalia antes de hacer el amor. Y a partir de aquí los personajes principales se separan y entran en escena personajes secundarios: Anita, amiga de la infancia de Emilia; Andrés, el marido de Anita; Gazmuri, escritor maduro que contacta con Julio para que éste le pase a ordenador el manuscrito de su última novela; o María, amante de Julio.Julio le cuenta lo del encargo de Gazmuri a María como si el trato ya estuviera cerrado. No es así, y Gazmuri rechaza a Julio, quien empieza a escribir él la supuesta novela de Guzmari para poder mostrársela a María, y que titula Bonsái. Así el libro adquiere una nueva capa en el juego propuesto.
Bonsái releído ahora, 5 años después de su aparición, me ha parecido un debut novelístico curioso, atrevido, y cuyas dotes de narrador, mostradas ya aquí, iban a permitir a Zambra crecer hasta poder escribir una obra tan intensa y madura como Formas de volver a casa.