Imaginemos qué puede pensar un trabajador alemán cumplidor y esforzado durante décadas hasta que se jubila a los 67 años cuando descubre que en Grecia, en cuyas elecciones de hoy muchos protestarán contra Europa, un peluquero, camarero, músico, locutor de radio y así hasta seiscientas profesiones declaradas “duras” se jubila con generosas pensiones a los 55 años ellos, y a los 50 ellas.
Que en los Ferrocarriles Nacionales, con ingresos de cien millones de euros anuales, gastos de personal de cuatrocientos millones y trescientos más de otros gastos, el empleado medio gana 65.000 euros anuales.
Estos casos reales aparecen en “Boomerang” (Deusto, 2012) de Michael Lewis, profesor en Berkeley, editor de Vanity Fair, colaborador de NY Times y Bloomberg y autor de obras famosas basadas en la economía, como El póquer del mentiroso.
El libro, corto, con datos reales e irónico, describe las causas de las catástrofes económicas de Islandia, Grecia e Irlanda, confrontándolas con Alemania.
Que no extrañe que estos días esté por España, Italia y Francia descubriendo lo que podrían ser las inminentes catástrofes de estos países.
Del nuestro destacaría su ineficiencia, desidia laboral, puentes, economía sumergida e inflación de políticos profesionales ordeñando las ubres de quienes a su vez ordeñan las de otros.
Ahora, que finalmente ordeñamos todos a Alemania como hemos hecho durante décadas –desde las autovías hasta las piscinas de cada pueblo existen gracias al Fondo Europeo del Desarrollo Regional, FEDER--, llega François Hollande y restablece la jubilación a los 60 años, cuando Sarkozy, asustado porque el país no aguantaría e iba a la ruina, la había elevado a los 63.
Y el alemán, visto todo esto, decide indignado que los boomerang del sur cortarán las cabezas sureñas, pero no la suya propia, que diría Merkel.
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Nik Wallenda acaba de cruzar caminando sobre un cable las cataratas del Niágara y las noticias hablan de la hazaña recordando que otro equilibrista lo había hecho a finales del siglo XIX, pero olvidan que él pasó hasta Canadá por una zona sumamente peligrosa por los vientos que genera la cascada.
Nikolas, 33 años, es miembro de los Flying Walendas, la familia circense más admirada respetada y querida del mundo, y que a pesar de haber entregado varias vidas a su arte, sigue adelante generación tras generación.
Todo amante del circo debe leer el libro que le dedicó a este espectáculo y forma de vida en 1917 Ramón Gómez de la Serna.
Describía cada especialidad artística con sus metáforas y greguerías. Explicaba, por ejemplo, que “las piernas del equilibrista, en su constante trabajo, se van volviendo piernas de muelles de alambre”.
Ya entonces quizás hubiera visto a The Great Wallendas, esa familia alemana que desde 1905 viajaba por Europa y en los que destacaba Karl, que a los seis años de edad, en 1911, hacía largos viajes sobre los hombros de su padre, y que murió en 1978, a los 73, al caer de una altura de diez pisos entre dos edificios de San Juan de Puerto Rico.
La familia había emigrado a EE.UU. en 1928 y allí se quedó para siempre, donde sus diferentes miembros, hombres y mujeres, rompieron numerosos records Guinnes.
El cronista vio trabajar hace unos años a siete Wallendas , que desde 1947 les llamaban ya The Flying Wallendas, porque eran mucho más que los Great: eran realmente voladores.
Estaban por muy poco tiempo en el apabullante Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus, en Los Ángeles, salían unos y otros y bajo ellos había un mago, quizás rival del gran David Copperfield, que se encerraba con leones y elefantes que desaparecían a la vista de todos.
El circo tradicional es mucho más que un espectáculo brillante como el Cirque du Soleil, en el que uno no sabe quiénes son los artistas, tan perfectos, deshumanizados e intercambiables.
El circo son familias, generación tras generación, como los Walendas. Eso lo sabía muy bien Gómez de la Serna.
Si le gusta a usted ese espectáculo y su forma de vida lea El Circo (Austral), que aunque se publicó hace 95 años, sigue vivo y real como los mismos Walenda, a los que podría referirse cuando escribió:
“Todos los grandes equilibristas han estado en América. Parece que han pasado el Misisipí (sic) sobre el alambre y también las cataratas del Niágara y han hecho la travesía desde América a Europa pasando el mar a pie, paso a paso, sobre una cuerda tirante”.
Amplíe y analice bien las fotos que facilita Google de The Flying Wallendas
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SALAS