Esta serie de entradas se las dedico a mi querida Piruja, que es como mi ángel de la guarda y a la que le tengo un cariño muy especial.
Poco antes del verano hablé con ella, le comenté mis planes de vacaciones y me animó mucho a realizar este viaje y a que lo contara, claro; el viaje lo hice pero lo de contarlo me ha costado un poco más de tiempo…
Pues resulta que bastante entrada la primavera empecé a planear unos días de vacaciones en verano para el Consorte y para mí, aprovechando que la Niña estaría de viaje con sus amigos y el Niño estaría trabajando.
Una semanita para nosotros, a nuestro aire y por donde quisiéramos andar. El viaje a Praga me había dejado el gusanillo de querer completar ese triangulo de Centroeuropa, (Praga/ Budapest/ Viena) del que todo el mundo me había hablado maravillas, así que Dolega se metió en el mundo del viaje y ya se sabe que yo cuando me pongo, me pongo en serio.
Analicé rutas, me leí la mitad de la blogosfera de viajes, logré ser el usuario que más preguntas había hecho en el último año en los principales foros de viajes a Centroeuropa, hablé del tema en casa hasta que me amenazaron con el destierro… pero yo me había propuesto que el viaje fuera perfecto.
Uno de los aspectos que más me preocupaba, era el alojamiento. Después de la experiencia de Praga tenía claro que la localización del hotel sería fundamental. No quería nada lejos del centro, quería hoteles a los que pudiera ir a descansar siempre que lo necesitara sin tener que estar media hora dando vueltas por metros, tranvías ó autobuses y claro, los hoteles céntricos y asequibles a mi presupuesto no tenían bonitas ni las fotografías oficiales, por lo que sospechaba que aquello podría desembocar en alguna que otra sorpresa desagradable así que decidí considerar la opción de los alojamientos privados que tan de moda esta hoy en día y que incluso yo misma pude probar en Barcelona con gran éxito.
Budapest fue mi primera etapa. Ahí descubrí que el 70% de las ventas de Ikea deben de ser para amueblar este tipo de oferta turística. Parecía que en vez de buscar habitación ó apartamento estuviera mirando a ver qué novedades traía su último catalogo.
La variedad era inmensa, los propietarios con sus fotos personales al frente, relataban las bondades de sus sitios, lo convenientes que eran y lo felices que seríamos si decidíamos quedarnos allí. Yo me fijaba en sus caras, en sus reseñas y en los comentarios de los clientes ¡Que yo ya he aprendido en este mundillo que cuando se escribe se deja entrever mucho más de lo que uno se imagina! pero lo más importante es que, como soy una chica afortunada, conté con la inestimable ayuda de Beatriz, una maravillosa venezolana casada con un húngaro y propietaria del blog Maternidad en dos lenguas. Ella me orientó para elegir la mejor opción entre aquellas que parecían las más atractivas.
El sitio ganador en Budapest fue un apartamento en el mismísimo centro de la ciudad a escasos metros del Danubio, del mercado central lo que hizo inmensamente feliz al Consorte y cerca de todo lo importante que ver. Desde el principio la cara amable de la propietaria y su rapidez y simpatía para contestar y resolver dudas fueron determinantes para que le suplicara a Beatriz que me dijera que era buena zona así que cuando llegó la esperada respuesta, Budapest quedó cerrado y listo.
Le llegó el turno a Viena y lo primero fue comprobar, que como ya había leído en los blogs, los precios eran sustancialmente más caros así que empecé a la caza y captura de un sitio céntrico y decente sin tener que dejarnos un dineral. Al poco tiempo de buscar apareció lo que buscaba. Una habitación luminosa, amplia, por supuesto decorada por Ikea, a un precio totalmente razonable y…¡¡¡Enfrente mismo de la Opera!!!
Tenía sus contras; era una habitación y no un apartamento como en Budapest así que tendríamos que compartir el resto de la casa con otros huéspedes ya que el piso era de dos dormitorios y luego el propietario tenía una pinta un poco peculiar.
Me explico, el hombre decía que era profesor de yoga y en la foto salía con un gorro de lana a rayas y unas gafitas redondas mirando a la cámara de forma inquisitorial. A mí me recordaba a Wally, ese tío con una camiseta de rayas rojas y blancas que había que buscar de manera incesante en unos libros que eran un prodigio de ilustración por la cantidad de cosas que había en cada página ¿Se acuerdan? Pues así, pero después de una larga dieta baja en calorías y en modo cabreado… pero era ¡¡¡Enfrente mismo de la Opera!!!
No había nada parecido por esa zona, solo los hoteles de muchos cientos de euros la noche, además todos los comentarios de los huéspedes eran favorables ¡todos! Y sin excepción decían que volverían allí, así que lo tanteé por mail y su respuesta fue rápida y muy correcta, ya solo quedaba consultarle al Consorte sin enseñarle la foto de la versión borde de Wally, por supuesto.
Después de una exhaustiva exposición por mi parte de los 1001 motivos por los que teníamos que alojarnos allí, el Consorte sentenció: