Ayer mismo, a eso de las 11 de la noche, terminé una de las joyitas que nos dejó el equipo de Gearbox a finales del 2009. Un título que llevaba en mi estantería desde, precisamente, finales de 2009, pero que por falta de tiempo en unas temporadas y por tener otras prioridades, no había querido empezar. Sabía que estaba ante un juego largo, un título de un género al que personalmente guardo gran cariño, y una apuesta, en cierto modo innovadora, que era digna de jugarla del tirón para poder enfocar en ella los cinco sentidos con el objetivo de ver todo el valor que atesoraba.
Leyendo el párrafo anterior, uno no puede pensar que en mi caso hubo lugar para la decepción al terminar el juego, ¿cierto? Pues efectivamente, no hubo decepción. Notas numéricas aparte, Borderlands tiene tanta capacidad para gustar casi a cualquier tipo de jugador, como fallos y aspectos que pulir en una posible segunda entrega. No voy a hacer de este texto un análisis, ni siquiera lo que podría considerarse una metacrítica al título en su conjunto, pues a estas alturas, señores lectores, está totalmente fuera de lugar. Me conformaré con que toméis esto como una breve reseña en la que un pirado cualquiera comenta lo que más le ha gustado del juego, y lo que menos -si es que tiene cabida-, para aquel lector que se topa con Begamer por primera vez (buscando dios sabe qué perversiones en San Google), y tiene interés en darle una oportunidad al juego, pero todavía no se decide. Tras el salto, os lo cuento todo.
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